lunes, 11 de abril de 2011

Aprendiendo sobre la marcha, labor del diletante Scott.

Mario J. Viera


Gobernar, lo que se llama gobernar es un asunto serio, al menos en una democracia. Para dirigir un gobierno el postulado debe tener experiencia política, poseer un amplio conocimiento de los asuntos claves de la gobernación. Cualquier improvisado en la problemática política solo creará problemas y una pésima gestión.
Por supuesto, un gobierno, por muy pragmático que sea quien lo presida, no se dirige como si se tratara de una corporación privada. En la gestión administrativa lo principal es la búsqueda de la rentabilidad, los ingresos para asegurarla proviene de su propio ejercicio, de su posibilidad de mantenerse en la competencia, asegurando la productividad del trabajo y haciendo los recortes necesarios que aseguren la capacidad de la corporación de obtener mayores ingresos a menores costos.
Un gobierno es diferente. El gobierno no trabaja con una materia prima cuantificable en costo y calidad. No compite para obtener rentabilidad. Un gobierno es un complejo de funciones que se dirigen hacia el bienestar de la población. Su objetivo es conducir los variados procesos políticos hacia metas que satisfagan las aspiraciones de la sociedad.
Renglones existen dentro de un gobierno que no aportan utilidad económica y que requieren inversiones como pudiera ser la atención de los ancianos, de las personas en condiciones críticas, en la educación, en la protección del medio ambiente donde cualquier recorte que se produzca puede tener consecuencias desastrosas. El gobierno es una actividad en la que interactúan todos los factores sociales.
Todo esto requiere experiencia; pero hay quienes se consideran a sí mismos como los más aptos para conducir un gobierno basándose solo en su capacidad y experiencia en la actividad comercial y en su gestión administrativa y extrapolan la actividad política a sus conceptos como ejecutivo de una empresa privada. El resultado: FRACASO, no solo del gobernante, sino también de la sociedad.

La estrella glamorosa del Tea Party en la Florida, Rick Scott, elegido a la gubernatura del estado ha descubierto que la tarea que tiene ante sí no es tan fácil. El mismo lo ha dicho: “En este trabajo aprendes tantas cosas con las que no tienes que tratar mucho como un ciudadano común”.
Scott está aprendiendo sobre la marcha el oficio de gobernador. ¿Aprenderá rápidamente? ¿Aprobará la prueba FCAT de aptitud gubernamental?
Es casi axiomático lo afirmado que con los errores se aprende. Bien, en la práctica privada es legítimo aprender con los errores. En el gobierno no es admisible que un gobernante aprenda con sus meteduras de pata. Esos errores del gobernante lo sufren los gobernados. El Nuevo Herald ha dicho al respecto que el comienzo de Scott en la gestión del gobierno “ha sido tan lleno de acontecimientos como el de cualquier gobernador en la historia reciente. Pero Scott no ha sido capaz de ejecutar las grandes ideas tan rápido o sin problemas como sus predecesores, el resultado de ser un novato en la política que aún está en busca de sus métodos”.
Más que un novato en la política, Scott es simplemente un diletante político, quizá un aficionado, nunca un profesional. Sus maravillosas ideas como dueño de Solanti Corp., una empresa dedicada a servicios de salud, con la que se convirtió en un multimillonario empresario con una fortuna calculada en más de $200 millones, las ha querido llevar a la conducción del estado.
Luego de exigir que todos los beneficiarios de la seguridad social se realizaran pruebas de drogas pagadas de sus bolsillos, Scott pidió a una asesora que le informara como se obtienen los beneficios del Seguro Social. ¡Ni siquiera conocía de algo tan elemental para un gobernador! El es multimillonario, ¡cómo habría estado interesado en ese beneficio social!
Una de sus geniales decisiones fue la de rechazar el proyecto del tren rápido del estado que generaría muchos empleos alagando que la inversión de $2 400 millones que financiaría el gobierno federal se trataba de un “despilfarro electoral”
Se ha empeñado en hacer recortes presupuestarios en servicios sociales, como en el Medicaid; aumentando las primas de los seguros y autorizando un aumento en sus tarifas solicitado por la compañía de electricidad FPL y negándose a imponer cargas fiscales a las empresas más ricas del estado. Su presupuesto, tal como lo ha definido el demócrata Robert Saunders es “un enfoque inverso al de Robin Hood. Toma dinero de los pobres y de la clase media y le da beneficios fiscales a los ricos y a las grandes corporaciones”, una de esas corporaciones es precisamente la Solani Corp.
Como empresario sagaz, Scott no invierte donde no habrá de obtener beneficios. Así invirtió en su candidatura una contribución de $73 millones extraída de su propia fortuna personal. ¿Patriotismo? Permítanme ponerlo en duda.
Ciertamente como declara El Nuevo Herald “las encuestas muestran que los votantes también tienen una paciencia limitada con Scott. Un sondeo colocó la semana pasada la tasa de aprobación de Scott en un 35 por ciento e indicó que mientras los floridanos aprenden más sobre Scott, menos les gusta”.
Ya se verán los beneficios que recibirá Scott de su gestión gubernamental y los perjuicios que sufrirá la Florida con un gobernador aficionado, con menos conocimientos políticos que pelos en la cabeza. No hay que dudar que cuando Scott cumpla el primer año de gestión se produzca un movimiento dirigido a destituirle de su cargo como sucedió con el alcalde del condado Miami-Dade, el pasado 15 de marzo. Para Scott habrá un idus de marzo, de lo contrario el maleficio de los idus de marzo se volverá en contra de todo el estado.

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