martes, 19 de abril de 2011

Un Congreso intrascendente y la agonía de un sistema.

Mario J. Viera. 



Ya toca a su fin el muy publicitado Sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba. Uno más en la historia del retrógrado sistema castrista, sin ninguna trascendencia histórica. Nada nuevo hay bajo el cielo del castrismo.
Es la misma retórica expresada de modo “diferente” con su colofón de fracasos y represión. Es el empeño de ganar tiempo ante una posible explosión social que arroje al vertedero el sistema impuesto por una revolución traicionada y fracasada.
De las conclusiones del Congreso surgirá un bodrio de absurda mescolanza de control planificado con algunos amagos mediocres de economía de mercado, remedo mal concebido del socialismo de mercado de China.
El propósito fundamental de las tesis discutidas en el conclave comunista esta expresado en la frase leída por Raúl Castro en el informe central, “garantizar la continuidad e irreversibilidad del socialismo”, es tratar de ganar un poco de tiempo más ante el descontento popular.
En una aparente crítica “al modelo excesivamente centralizado que caracteriza actualmente nuestra economía” Raúl Castro se contradice al proponer el tránsito “hacia un sistema descentralizado, en el que primará la planificación”. No hay descentralización donde prime un método de planificación de la economía solo posible desde la centralización del poder. Es la misma solución estalinista ─ con sus conocidos planes quinquenales ─ del control de la economía probada hasta la saciedad como fracasada.
En su introducción al debate de los lineamientos, Raúl Castro reclamó que los acuerdos que se tomen no sufran “la misma suerte que los acuerdos de los anteriores (Congresos), casi todos olvidados sin haberse cumplido”. Reclamar puede, conseguir que no ocurra lo mismo que con los anteriores congresos ya es algo más difícil; la propia dinámica del sistema totalitario que crea instituciones impone cambiar de puntos de vista y desechar acuerdos en dependencia con los intereses de la jefatura gubernamental. No existe la voluntad en las reformas. Los cantos de sirena de los lineamientos debatidos son simplemente eso: cantos de sirenas, es el intento de crear la expectativa por transformaciones que nunca se producirán, con el único propósito de sobrevivir al menos diez años más.
De aquí surge la propuesta de “limitar, a un máximo de dos períodos consecutivos de cinco años, el desempeño de los cargos políticos y estatales fundamentales”. Esta idea no refleja un intento de impedir la reelección ilimitada de los cargos superiores del gobierno, sino el cálculo del tiempo que les queda de vida. Fidel Castro ya está muy cerca del fin biológico; Raúl Castro ya transita por una avanzada tercera edad. Después de ellos… ¡Qué importa el diluvio!
Se pretende mantener el poder de la gerontocracia con el pretexto de “no contar con una reserva de sustitutos debidamente preparados, con suficiente experiencia y madurez para asumir las nuevas y complejas tareas de dirección en el Partido, el Estado y el Gobierno…”; y todo ello sin renunciar a los métodos coercitivos y represivos. “…es necesario aclarar que lo que nunca haremos es negarle al pueblo el derecho a defender a su revolución” y cuando dice “pueblo” se refiere a los vándalos que movilizan en contra de los opositores con sus actos de repudio, acoso e intimidación.
En este sentido, Raúl Castro reclamó como “el primer deber de todos los patriotas cubanos” es controlar con actos de repudio las plazas y calles. No se trata de un lenguaje de reformas sinceras, es el clamor de la fiera moribunda, lanzar al pueblo contra el pueblo, ahogar la voz disidente, aplastar la oposición y la resistencia pacífica.
Se otea en el horizonte la hora del nuevo amanecer y la desaparición de la sombra medieval del fascismo comunistoide que por 52 años se ha ceñido sobre la vida y destino de la sociedad cubana.

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