Fernando Mires. Blog POLIS
A Oswaldo Payá
¿Tiene que ver algo Oswaldo Payá con Ernesto Che Guevara?
Aparentemente nada. Y, sin embargo, tienen que ver. Ambos fueron consecuentes
con sus palabras. Ambos forman parte de la historia de Cuba. Ambos murieron de
modo trágico. El guerrillero es un mito; el defensor de los derechos humanos,
un símbolo. Pero, sobre todo, ambos fueron héroes en los respectivos tiempos
que vivieron. Así, mientras el Che signó con su vida un periodo marcado por la
violencia, la guerra y la muerte, Oswaldo Payá entregó su persona a los ideales
de la libertad, de la paz y de la democracia.
Somos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres,
dice un proverbio. Y parece que es cierto. Por lo menos los dos nombres aquí
señalados llevaban en su frente la marca indeleble del tiempo que habitaron.
Guevara, hijo de las tradiciones de los siglos XlX y –sobre todo- del XX: el
más tétrico de la historia universal (tres guerras mundiales; dos calientes y
una fría que también fue muy caliente) fue –qué duda cabe- un héroe de su tiempo:
Una de las razones por las cuales tantos jóvenes se identificaron con su
figura.
Pero igualmente fiel a su tiempo fue Oswaldo Payá, cuyo
nombre se agrega al de tantos quienes desde Camilo Cienfuegos (tan católico
como Payá) han muerto “misteriosamente” en la Cuba de los Castro.
Che Guevara, héroe de su tiempo, nunca habría podido
serlo en el nuestro. En el mejor de los casos habría sido un terrorista, como
los criminales de las FARC. Del mismo modo, un hombre como Payá que predicaba
la reconciliación, los derechos humanos y la democracia, habría sido
considerado en el tiempo de Che Guevara, un burgués ingenuo, o simplemente un
loco. Luego, entre ambos personajes no sólo media el tiempo; media, además,
mucha historia. Eso quiere decir: más que una diferencia entre dos periodos,
ambos están separados por dos culturas. O para expresarlo en clave de síntesis:
los tiempos de ambos héroes menos que cronológicos son, aunque antagónicos,
paralelos; e incluso simultáneos.
Che Guevara – precisemos ─ no era un náufrago histórico.
Su nombre es tributario de una gesta que proviene de la Francia de la
guillotina, de las masacres que cometieron Lenin, Stalin y Mao, de los a veces
genocidas “socialismos de tercer mundo” (Pol Pot, Kim il Sung; y hoy Gadafi y
el- Asad)
Oswaldo Payá tampoco era un nombre aislado de la
historia. Su lucha viene de la línea trazada por Gandhi, Luther King, Mandela,
y luego por los disidentes de las dictaduras comunistas como Walesa, Havel,
Sajárov (para nombrar sólo a los más conocidos). Dos historias contemporáneas
que no pueden ser más diferentes entre sí. Pues, la primera, la de Guevara,
pertenece a la de la lucha por el poder. La segunda en cambio, la de Payá,
pertenece a la de la lucha por la libertad. Razón de más para que la junta militar
que hoy preside Raúl Castro idolatre el nombre del Che, y tema ─ como sólo el
diablo sabe temer la mención de Dios ─ el nombre de Payá. ¿Por eso debió morir
Payá?
Para seguir con la comparación, Guevara pertenece a una
historia cuyas raíces se hunden en esa violencia militarista y montonera que
marca la historia de América Latina desde la Conquista, pasando por la
Independencia, hasta llegar a nuestros días. Payá, en cambio, pertenece a la
historia de la resistencia democrática a las tiranías, historia que comenzó a
despuntar con nitidez en las luchas pacíficas en contra de las dictaduras del
Cono Sur. Por ejemplo: en las Madres de la Plaza de Mayo, antes de que se
convirtieran en una oficina del “cristinismo”, o en la Vicaría de la
Solidaridad del Chile de Pinochet. Esa misma línea ha alcanzado hoy un gran
relieve en la Cuba del siglo XXl.
La lista de los mártires y héroes caídos por el delito de
levantar las banderas de la libertad ya es muy larga en la isla. Demasiado
larga. Tan larga como la dictadura militar de los Castro. Por esa razón, Payá
será recordado en el futuro junto a nombres como Camilo Cienfuegos, Pedro Luis
Boitel, Orlando Zapata, Laura Pollán, Wilman Villar, y tantos otros héroes
cubanos caídos.
Los héroes de nuestro tiempo, también en Cuba, no son los
heraldos de la muerte que anunciara César Vallejo. No están dispuestos a matar
a nadie pero tampoco quieren inmolarse. Son amantes de la vida y sus
pequeñeces; cuidan de sus familias; muchos son religiosos, y en alguna medida,
conservadores. No están guiados por grandes ideologías; ni siquiera son
utópicos. Sus principios libertarios son elementales. En cierto modo ellos son
“minimalistas”. Sólo luchan por tres libertades:
- La libertad de movimiento, vale decir, por el derecho
que nos corresponde a desplazar nuestro cuerpo a lo largo y ancho del mundo que
habitamos.
- La libertad de palabra, pues sin palabras no hay
pensamientos.
- La libertad de asociación, ya que si no nos asociamos
quedaremos solos frente a los peligros que nos rodean.
¿Y los derechos económicos y sociales no son derechos?
-preguntará más de alguien-. Por supuesto que lo son, habría respondido con
toda seguridad Oswaldo Payá. Y para que se cumplan es preciso luchar por ellos.
Pero, convengamos, esa lucha será imposible si las tres libertades, esas
simples y elementales tres libertades, no están garantizadas por nadie
Llegará un día, más temprano que tarde, en que esas tres
libertades también estarán garantizadas en Cuba. Cuando eso ocurra, incluso
quienes hoy las niegan, podrán gozar de ellas. Tendrán, por ejemplo, el derecho
a mantener “el museo de la revolución”, visita obligatoria para las manadas de
turistas que atestan la isla. Pero a su vez, los futuros gobernantes de la Cuba
democrática no sólo tendrán el derecho, tendrán, además, el deber de construir
el “museo de la resistencia”. Allí, entre tantos otros, penderá el retrato y
yacerán los escritos de Oswaldo Payá, héroe de un tiempo que todavía no es
definitivamente el nuestro: El tiempo de la vida.
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