Manuel Felipe Sierra. ABC DE LA SEMANA
A dos meses de las elecciones presidenciales, resulta
claro que la opción democrática de Henrique Capriles Radonski se mueve en un
escenario mucho más favorable que en los eventos electorales anteriores.
El esfuerzo realizado por la MUD en función de la
escogencia del candidato unitario logró estimular y activar no sólo al mundo
opositor sino también a factores independientes o que se mostraban indiferentes
ante la polarización política nacional. En un comienzo se pensó que la
proliferación de aspirantes podría representar el riesgo de divisiones y
deserciones en el camino hacia las primarias del 12-F. No fue así. Por el
contrario, durante varios meses los venezolanos presenciaron ofertas y
planteamientos divergentes aunque orientados en función del cambio democrático
y la necesidad de la candidatura única.
En algún momento se llegó
a pensar también que la concurrencia
a las primarias no respondería a la necesidad de crear una expectativa
nacional, pero ocurrió todo lo contrario. La cifra de tres millones de votantes
superó incluso los más optimistas cálculos de la dirigencia política, y es más:
la victoria de Capriles Radonski con dos millones de votos le permitió a su
candidatura arrancar con una enorme fuerza como se ha reflejado en el curso de
la campaña. La escogencia de Capriles por otra parte marcó un deslinde entre
las fuerzas opositoras en el sentido de que definió un liderazgo joven, capaz
de impactar (como está ocurriendo) a segmentos electorales que podrían ser
decisivos al final de la contienda como el voto joven y el voto femenino.
Por supuesto, el éxito de las primarias no es el producto
de un milagro sino la culminación de un esfuerzo unitario que con victorias y
derrotas se ha venido madurando a lo largo de los últimos diez años. Durante
ese proceso siempre se mantuvo la necesidad de la unión de todos los factores
democráticos que rechazan el proyecto neototalitario de Chávez. Desde el 2001
se hizo presente una poderosa activación popular conducida por sectores de la
sociedad civil (Fedecamaras, CTV,
Súmate, y numerosas ongs). Este proceso marcó las jornadas del 2002,
2003 hasta llegar al referéndum revocatorio del 2004.
En todas estas acciones, más allá de que fueran
pertinentes o no, estuvo presente una sólida vocación unitaria. Incluso cuando
en las elecciones parlamentarias del 2005 se tomó el camino de la abstención
ésta fue asumida sin fisuras por los partidos políticos que habían recobrado
fuerza y pasaban a dirigir la lucha democrática. En 2006 frente al llamado a
las primarias hecho por Súmate se impuso finalmente el criterio de un acuerdo
para escoger al candidato presidencial el cual cristalizó con la candidatura de
Manuel Rosales. Nadie osó en aquel momento atentar contra la unidad. En
diciembre del 2007 fue de nuevo la unidad que venía madurando en los últimos
años ahora con la irrupción de un poderoso movimiento estudiantil la que
provocó la derrota de la Reforma Constitucional propuesta por Chávez para
blindar legalmente su modelo.
La tendencia unitaria se fortaleció luego con las
elecciones de gobernadores y alcaldes del 2008 y las elecciones parlamentarias
del 2010 cuyo resultado reflejó una mayoría del 52% a favor de la opción
democrática.
Es indudable que la Mesa de la Unidad Democrática tuvo el
acierto de perfeccionar el mecanismo para la selección del candidato
presidencial y de incorporar a nuevos grupos y partidos en una estrategia que
culminó sin sobresaltos ni mayores riesgos con la selección de Capriles
Radonski. De esta manera, el candidato inició su campaña sobre la base de
una sólida experiencia y un firme
compromiso unitario, además de ser legitimada, como se ha dicho, por la
voluntad popular. Ello hace que hoy la opción de Capriles desate un poderoso
impacto en el electorado y abra una clara perspectiva de victoria.
Al mismo tiempo, el aspirante democrático se mueve en un
escenario que resulta claramente desfavorable a la opción reeleccionista de
Hugo Chávez. Las razones son muchas. El oficialismo resiente el peso de catorce
años de mandato lo cual implica un inevitable desgaste, pero además el tiempo
ha demostrado que se han aplicado políticas fallidas e incluso algunas contraproducentes
para abordar los problemas nacionales. La mayoría de ellos se han agravado
hasta tornarse en verdaderas pesadillas nacionales como el desbordamiento de la
delincuencia; la crisis del sector eléctrico; el abandono de la vialidad; la
generalización del fenómeno de la corrupción y la incapacidad para frenar la
inflación y el deterioro de las condiciones de vida de la población. No es
casual que en los últimos actos públicos, Chávez haya marcado distancia de
gobernadores y otros funcionarios sobre quienes hace recaer la responsabilidad
del fracaso de su gestión.
Por otra parte, persiste la interrogante sobre la salud
del mandatario. Todo pareciera indicar que Chávez hace esfuerzos sobrehumanos
con fecha fija: el 7 de octubre, lo que representaría para él una suerte de
coronación de su proyecto político. Pero todo indica que su cuadro de salud no
le permitirá ejercer en caso de ser reelecto, en las condiciones propias de su
liderazgo, lo cual supondría reacomodos y cambios en el mundo oficialista. Todos
estos factores alimentan una tendencia sostenida que reflejan los sondeos de
opinión (oficialistas, independientes, técnicos, etc) en el sentido de que la
opción democrática gana terreno y avanza mientras la opción de Chávez permanece
estancada y en algunas de las encuestas marca un declive. Más que en los
números puntuales que según cada ocasión las encuestas adjudican a los
candidatos, lo que permanece como una constante es la tendencia ascendente de
Capriles y el curso contrario de la candidatura de Chávez. Faltan sólo dos
meses para conocer los resultados de una elección en la cual se juega además de
la Presidencia de la República el futuro de la democracia y del país.
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