Fernando Mires. Blog POLIS
En su estreno como Presidente de Egipto, Mohammed Mursi
debe haber sufrido un choque cultural. Los primeros huéspedes que recibió
después de haber sido elegido fueron Guido Westerwelle, ministro de relaciones
exteriores de Alemania, quien no oculta su homosexualidad, e Hillary Clinton,
no sólo una inteligente mujer, además, confesa admiradora de la salsa y de la
cumbia.
No obstante, Mursi ya sabía que la política, si bien
proviene de la tradición y la cultura, es un espacio distinto cuyo fundamento
es el reconocimiento del otro, basado en la aceptación de las diferencias; y en
el cual para buscar la unidad hay que partir de la desunidad.
Por lo demás Egipto ha sido siempre un país
multi-cultural. Y ahora ─ pese a que la fracción moderada de la islamidad gobierna
a la nación ─ es, además, multipolítico. Mursi, en efecto, deberá lidiar todos
los días con sectores pro-occidentales de la juventud universitaria, con ex
militares nasseristas, con salafistas, y con diez millones de cristianos
(coptos). Egipto, en fin, es un anticipo de lo que puede ser Siria cuando sea
derribado el tirano. De ahí que no quepa duda: Uno de los temas centrales que
abordaron Mursi y Clinton, fue el de Siria.
¿Qué está en juego en Siria? Mursi, así como los nuevos
mandatarios de Túnez y Libia, lo sabe muy bien. La caída de al-Assad cerrará el
primer ciclo de la revolución árabe, la de la derrota definitiva de las
dictaduras legadas por la larga Guerra Fría. O dicho así: con la caída de
al-Assad, serán sentadas las bases para el surgimiento de una Arabia política,
condición para que alguna vez pueda ser cumplida la utopía de una Arabia
democrática. Eso quiere decir que mientras al-Assad tiranice a su nación, la revolución
árabe será una obra inconclusa.
La configuración de una unidad política árabe puede
significar ─ en ese proyecto Obama está muy interesado ─ el comienzo de un
nuevo tipo de relaciones entre el Oriente Cercano con Europa y los EE UU. Eso
no curará, por cierto, las heridas aún no cicatrizadas dejadas por un oprobioso
pasado colonial ni por el militarismo norteamericano. Pero sí puede ser el
inicio de una nueva alianza cuyo principio será el reconocimiento de objetivos
diversos en el marco de una comunidad de intereses que abarcan diversos temas
que van desde los religiosos, pasando por los migratorios, hasta llegar a los
económicos y ecológicos. Los EE UU no renunciarán por cierto a su condición de
potencia hegemónica. Pero no sólo los demócratas, también los republicanos ya
entienden la diferencia que existe entre la hegemonía política internacional y
la simple dominación militar.
Luego, la caída de la dictadura Siria significará el
definitivo fin de la Guerra Fría. Pues no nos olvidemos: todas esas dictaduras
que asolaban la región, surgieron de rebeliones nacionales apoyadas por el
imperio soviético en contra de las pretensiones coloniales de occidente. Hoy en
cambio los roles han sido invertidos.
Mientras la Rusia de Putin comprometió su suerte en
defensa de las dictaduras militares, los países occidentales han apoyado desde
un comienzo a las revoluciones que han tenido lugar en el mundo árabe. Visto
así, la caída de al-Assad significará el ocaso del “orden internacional
soviético” que Putin se ha obstinado en defender en la región.
Significará también el fin de la triple alianza: Rusia-
Siria- Egipto. Y si eso ocurre, Rusia deberá buscar un nuevo lugar en el mundo,
ya sea, como Lenin indicó una vez, “hacia Oriente”, o como miembro de una comunidad
europea la que, aceptemos, no es por el momento demasiado atractiva.
Ahora bien, si con la derrota de la dictadura de Siria
colapsa la alianza fraguada entre Rusia, Siria e Irán, esta última nación habrá
perdido el único apoyo que tiene en la zona árabe, lo que significa aceptar que
Irán quedaría aislado en la región. O en otras palabras, la derrota de la
dictadura siria sería también una derrota iraní. En esas condiciones, Irán sólo
tendrá tres alternativas.
La primera alternativa no depende de Irán sino de Rusia,
y pasa por la transformación de la triple alianza en una alianza dual. La
segunda, si una debilitada Rusia abandona sus aventuras en el Oriente Medio
(ahí la diplomacia europea deberá jugar un papel central) a Irán le quedaría la
alternativa del auto-encierro ─ algo así como una Corea del Norte chiíta ─
posibilidad muy difícil, dada la dependencia tecnológica de Irán con respecto a
occidente.
La tercera alternativa, por cierto la más deseable, sería
la de una apertura de Irán hacia occidente. Pero ese hecho depende de una nueva
correlación de fuerzas tanto al interior de la casta dominante como en el
conjunto de la sociedad iraní. Bajo esas condiciones, Irán podría negociar,
manteniendo como reserva su carta atómica, pero en condiciones más
desfavorables con respecto a las que, gracias al apoyo ruso y sirio, goza en la
actualidad.
He dejado para el final la parte más importante de todo
lo que está en juego en Siria. Esa parte tiene que ver con la enorme cantidad
de vidas humanas que podrían ser salvadas si esa maldita dictadura es
desalojada de una vez por todas del poder. ¿Por qué he dejado esa parte para el
final? Por una razón muy sencilla: porque no estoy seguro si esa, la parte más
importante, es la que más importa a los gobiernos de esta tierra.
¿Y los chinos? Por el momento a los chinos no les
interesa la política. Donde haya algo que comprar o vender, ahí estarán los
chinos.
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