David Canela Piña.
CUBANET
Tengo un amigo que afirma que la India y Cuba son los
países de los mantras. Mantra es una palabra de origen sánscrito, formada por
las raíces “man” (mente) y “tra” (liberación), que puede ser una sílaba, una
palabra o un verso, y se usa en las tradiciones hinduista y budista para
depurar el espíritu e inducirlo para que alcance experiencias anagógicas. Sus funciones
son múltiples: aquietar y vaciar la mente, regular y armonizar los chakras,
sutilizar y abstraer los sentidos, y en general, expandir y purificar los
cuerpos sutiles, que en Occidente se conocen con el nombre integral de
espíritu. Pero su rasgo más fenoménico y
reconocible es el de la repetición constante e invariable, como los
clichés de las ideologías.
Un mantra se reconoce usualmente como una “fórmula
mágica”, que debe tener resultados asombrosos si se practica incesantemente. Y
las ideologías totalitarias se inventan esas fórmulas para encantar a los
pueblos, e hipnotizarlos con sólo pronunciar el conjuro. Por ejemplo, una frase
como “Por la Patria, la Revolución y el socialismo” parece una llave maestra
capaz de abrir todas las voluntades, subyugar todas las conciencias, y
justificar cualquier política de turno. Pero existen mantras mucho más
elaborados.
Uno de los síntomas del pensamiento totalitario –y por
supuesto, de los regímenes, que son sistemas políticos de los extremos– es la
elaboración de fórmulas que intentan proclamarse como “la solución definitiva”
de los problemas de una nación.
El pensamiento marxista se adhirió a esa tendencia de
prescribir soluciones finales. Entre las más conocidas, están la abolición de
la propiedad privada, con la cual se extirparía de raíz el problema histórico
de la “explotación del hombre por el hombre”, y la unificación del proletariado
mundial, con el fin de derrocar la hegemonía política, económica e ideológica
de la burguesía. Quienes reciclan este tipo de pensamiento reduccionista (o una
de sus variantes), han sido
llamados sarcásticamente por un profesor universitario como “cirujanos
sociales”, y su lógica se estructura básicamente sobre la idea de “quitemos
esta cosa, y se habrá removido el meollo del problema”. Pero puede funcionar
también a la inversa: “apliquemos esto, y se resolverán todos los problemas”.
En Cuba, la ideología socialista no ha dejado de lanzar
mantras económicos con los cuales se ha procurado dar “el gran salto” que nos
catapultará de la pobreza a la riqueza, y de ser un país subdesarrollado a una
nación del primer mundo. La ilusión ha sido renovada una y otra vez. La zafra
de los Diez Millones, el Cordón de La
Habana, la pangola (una hierba de pastoreo que
haría que las vacas multiplicaran su producción de leche), el pastoreo
Voisin, la zeolita, el none, la erradicación del marabú, y actualmente, la
moringa, han sido algunas de las panaceas más famosas que se han robado el
estrellato del momento. Algunos de esos “mantras” han permanecido en el fondo
del escenario mediático, como “el
levantamiento del bloqueo”, o embargo, que ha sido el chivo expiatorio
principal, a cuya inmolación se le atribuye el comienzo del desarrollo
económico del país. Seguramente, habrá muchos cubanos que recuerden otras de
esas efervescentes soluciones.
Esta racionalidad alquímica, que pretende descubrir la
receta mágica por la cual todos los recursos naturales serán convertidos en
oro, no es más que una proyección ideológica de la cultura de la pobreza, la cual
aspira a salir del hueco y la desesperación mediante un golpe de suerte, como
el humilde sueña con ganar la lotería. Y es también una arista del pensamiento
mesiánico de los pueblos jóvenes, que concentran sus esperanzas en un objeto
salvador, o un líder todopoderoso, que los conduzca por la senda gloriosa. Pero
recuerdo a otro amigo, que dijo hace años, en una charla de pasillos de la
Universidad, que Fidel Castro era el Anti-Midas, pues todo lo que tocaba, lo
convertía en basura.
No se puede desarrollar un país como se juega a la
ruleta, apostando toda la fortuna a un solo número. El trabajo libre, creativo
y contante nos hará prósperos, pero una mayor diversidad económica nos hará
independientes.
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