Nadie sabe a ciencia
cierta cuántas víctimas de abuso sexual tuvo el exobispo Fernando Lugo en su
diócesis de San Pedro y en otros lugares. Además, como no le agradaba utilizar
preservativos – según relataron algunas de las afectadas –, dejaba a estas
mujeres inermes ante la suerte de eventuales embarazos
EDITORIAL DE ABC COLOR
Se debe volver a repetir algunas consideraciones
importantes acerca de la moralidad del destituido expresidente Fernando Lugo,
atendiendo a que la agitación de los hechos políticos hizo olvidar a mucha
gente, especialmente del exterior, este aspecto principalísimo de la turbia
personalidad de quien, como cabeza política de un Estado, bajo ningún concepto
o pretexto podría ser exculpado.
Debe recordarse que Fernando Lugo, mientras era
importante prelado de la Iglesia Católica, asignado a una diócesis en su
mayoría habitada por comunidades pobres, cargadas de atraso y toda clase de
necesidades, aprovechó su condición de consejero religioso, abusando del poder
e influencia que entre la población pobre del campo poseen los sacerdotes,
especialmente un obispo, entre otras cosas para seducir mujeres, algunas de
condición muy humilde, que recurrieron a él en busca de ayuda espiritual, entre
ellas al menos una menor de 16 años de edad.
Debe recordarse también que cuando el exobispo Lugo colgó
la sotana y decidió lanzarse a la política, ya surgieron en voz baja rumores de
que el mismo había tenido varios hijos siendo religioso, lo que él, con su
cínica sonrisa, se dedicaba a desmentir a la prensa que lo indagaba sobre el
particular. Fue su primera gran estafa a la confianza popular.
Pero, posteriormente, ya gobernante, acorralado por las
demandas judiciales, accedió a reconocer hasta ahora a dos de los hijos que se
le atribuyen, porque ya no pudo esquivar su responsabilidad.
Nadie sabe a ciencia cierta cuántas víctimas de abuso
sexual tuvo el exobispo Fernando Lugo en su diócesis de San Pedro y en otros
lugares. Además, como no le agradaba utilizar preservativos – según relataron
algunas de las afectadas –, dejaba a estas mujeres inermes ante la suerte de
eventuales embarazos, consecuencias varias veces producidas, como recién ahora
es de conocimiento general en este país, una vez que el velo con que el
abusador cubría sus fechorías logró ser levantado.
Solo conociendo estos hechos como conocemos los
paraguayos y las paraguayas es posible apreciar cómo nos ofende y duele el
perfil licencioso de la personalidad de Fernando Lugo. Los extranjeros que
deseen comprender cabalmente los sucesos políticos que acabaron con su
presidencia, necesariamente deben tener en cuenta estos antecedentes, porque
solamente así podrán entender un proceso en el que, finalmente, una gota rebasó
la copa de la paciencia y tolerancia de un pueblo habitualmente religioso y
pacífico como el paraguayo, pero que, cuando se colma su capacidad de aguante,
suele acabar reaccionando con determinación y energía tal cual hizo el Congreso
Nacional.
Por tanto, cuando Lugo presentó la oferta de su
candidatura a la ciudadanía, y esta lo votó, había sospechas pero no se tenían
pruebas de esos hechos pues el exobispo candidato se ocupó de ocultar
cuidadosamente su pasado, de simular una personalidad completamente distinta a
la real y de presentarse ante el público como un sincero devoto, un religioso
que aceptaba haber equivocado el camino de la vocación y que intentaba
rectificar su error dedicándose al servicio público, esta vez a través de la
política. Se lo veía en las misas comulgando humildemente, como una
demostración de que no le pesaba en absoluto su licenciosa vida extraeclesial.
Incluso llegó a anunciar que cuando cumpliera con su mandato presidencial se
dedicaría a la meditación en algún centro de espiritualidad, y no descartó
volver al sacerdocio.
Ya como presidente de la República, realizó más de 75
viajes de placer alrededor del mundo, aceptó regalos lujosos e invitaciones
para toda clase de fiestas y diversiones, aun las más caras, llevando una vida
de sultán árabe, aunque en un Estado de bajos recursos económicos, incapaz de
soportarle su dispendiosa vida de sibarita sin incurrir en grandes sacrificios
y postergaciones.
Ningún ciudadano o ciudadana en su sano juicio, de
cualquier país civilizado, aceptaría soportar a un jefe de Gobierno que accedió
al poder por medio de una mentira tan ruin, una vez que esta quedara en
evidencia. El Paraguay estaba siendo gobernado por un depravado, por un
político que fingió poseer dotes morales de las que carecía completamente, por
una persona que no hesitó en traicionar no solo sus votos sagrados y a la
autoridad que le confería su jerarquía, sino a la propia Iglesia Católica a la
que pertenece; un hombre pervertido que se aprovechaba de su carácter de pastor
espiritual, utilizando la sacristía sagrada de su templo para perpetrar y
ocultar mejor sus atropellos sexuales.
Es menester que no se analicen y juzguen solamente los
hechos finales puramente políticos del desgraciado gobierno de Fernando Lugo,
porque esta otra información, la de sus mentiras y ocultamientos, la de su
inmoralidad privada que tanta mofa y pullas sobre el Paraguay ocasionó en la
prensa a lo largo y a lo ancho de todo el planeta, que tanto bochorno y
vergüenza produjo en todo el clero católico y el pueblo paraguayo, es tanta o
más relevante para comprender el porqué de su justa caída. Este país estuvo
gobernado por un impúdico y deshonesto personaje que, felizmente y en buena
hora, fue enviado a su casa, antes de que causara más daño y desprestigio al
país y a su pueblo.
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