martes, 24 de julio de 2012

¿Un accidente?


Ana Julia Faya. DIARIO DE CUBA

Ofelia Acevedo, viuda del opositor Oswaldo Payá, durante la misa fúnebre celebrada en la iglesia de El Salvador del Mundo, en el barrio habanero de El Cerro.

Decir que sobre toda la sociedad cubana existen fuertes controles, que se ejerce una represión en la que parte de sus componentes son las oscuras operaciones del Ministerio del Interior contra sus "enemigos", puede parecer una verdad de Perogrullo. Pero pienso que vale la pena subrayarlo, cuando las informaciones internacionales de prensa sobre la muerte de Oswaldo Payá Sardiñas fluctúan entre admitir como causa de su deceso un accidente o que fue el producto de un acto deliberado de hostigamiento por parte de la Seguridad del Estado. Y cuando, además, el régimen cubano es el encargado de la investigación.

Si no conociera de primera mano sórdidos casos judiciales, fabricación de defecciones y otras artimañas que terminaron con la detención de personas incluso vinculadas al régimen, quizás pudiera confiar en la investigación que el Estado cubano hará, según declaró en su nota oficial, sobre la muerte de Payá.

Si no estuviera al tanto de cómo el régimen de los Castro desvirtuó en Granma y Cubadebate las figuras de Fariñas y de Zapata, presentándolos como delincuentes comunes; de cómo intenta presentar a Yoani Sánchez y a otros blogueros independientes como viles "mercenarios", a pesar del poder virtual de Twitter y Facebook, pensaría que lo de Payá y Harold Cepero fue algo lamentablemente casual.

Hay muchas historias no recogidas todavía, dispersas en la memoria, unas más graves que otras, algunas que no pueden compararse con las campañas contra las Damas de Blanco, Elizardo, Roque, Biscet, Antúnez, Gómez Manzano y tantos otros de la oposición en Cuba y el exilio. Pero todas enfocadas hacia el control absoluto del poder, mediante la desestabilización de cualquier disidencia y de la oposición.

El régimen cubano tiene muchas maneras de eliminar o neutralizar a sus enemigos, sea al que se le oponga o sencillamente al que se le atraviese en sus planes. No importa si son militantes del PCC, opositores o simples ciudadanos. Para ello utiliza en primer lugar el asesinato de reputación (véase El otro paredón. Asesinatos de la reputación en Cuba), y después que ha surtido efecto se puede llegar al asesinato físico.

Se actúa con impunidad porque, en definitivas, ¿cómo se puede comprobar que se ha ordenado eliminar a alguien en un régimen donde no hay transparencia informativa, y los Castro actúan como dueños de una finca en la que ellos han establecido límites que no contravienen su poder, incluido el sistema judicial?

¿Cómo contrarrestar las acusaciones que una tras otra van conformando una imagen adversa como lavado de cerebro en las mentes de muchos cubanos? ¿Cómo probar que un intelectual no actuaba en "componendas con el imperialismo", que un opositor no es un "mercenario" o que un auto no perdió el control sino fue embestido por otro?

Y sucede que Payá Sardiñas no era cualquier opositor en Cuba. Era el hombre que obligó a Fidel Castro a cambiar la Constitución hacia un "socialismo irrevocable", cuando decidió utilizar los resquicios de la legalidad socialista con su Proyecto Varela ante la Asamblea Nacional, y lo obligó a paralizar el país una semana para un simulacro de referendo. Payá era un opositor reconocido internacionalmente por su Premio Andrei Sajarov a los Derechos Humanos del Parlamento Europeo, y por haber sido candidato oficial al Nobel de la Paz consuetudinariamente, desde 2002 a 2011. Fue vicepresidente de honor de la Internacional Demócrata de Centro. Y mantenía totalmente activo su Movimiento Cristiano Liberación dentro de Cuba, a pesar de la cruenta redada de 2003 que envió a prisión a decenas de sus miembros.

Por eso cuando leí la noticia de la muerte de Payá, la denuncia de su hija, los testimonios de sus colaboradores, no dudé de que fuera un "accidente" orquestado. Y aunque hay testigos presenciales que todavía no han podido prestar declaraciones en libertad, que pudieran hacer cambiar mi criterio, mis vivencias e informaciones me hacen pensar en una acción macabra, oscura, del régimen cubano. En definitivas, así han hecho siempre.

Como no se podrá sentar el precedente de una investigación independiente y transparente ahora, mañana nos podrán decir que alguno de los blogueros perdió la vida en un trágico accidente en el elevador de su edificio, o incluso que algún exiliado influyente tuvo otro trágico accidente de carretera en un país extranjero, o contrajo una súbita infección, como le sucedió a Laura Pollán.

La pretensión de que en un régimen totalitario los órganos de justicia pueden obrar una investigación veraz está bien para tontos útiles, pero no para quienes conocemos la realidad cubana.

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