Ana Julia Faya.
DIARIO DE CUBA
Ofelia Acevedo, viuda del
opositor Oswaldo Payá, durante la misa fúnebre celebrada en la iglesia de El
Salvador del Mundo, en el barrio habanero de El Cerro.
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Decir que sobre toda la sociedad cubana
existen fuertes controles, que se ejerce una represión en la que parte de sus
componentes son las oscuras operaciones del Ministerio del Interior contra sus
"enemigos", puede parecer una verdad de Perogrullo. Pero pienso que
vale la pena subrayarlo, cuando las informaciones internacionales de prensa
sobre la muerte de Oswaldo Payá Sardiñas fluctúan entre admitir como causa de
su deceso un accidente o que fue el producto de un acto deliberado de
hostigamiento por parte de la Seguridad del Estado. Y cuando, además, el régimen
cubano es el encargado de la investigación.
Si no conociera de primera mano sórdidos
casos judiciales, fabricación de defecciones y otras artimañas que terminaron
con la detención de personas incluso vinculadas al régimen, quizás pudiera
confiar en la investigación que el Estado cubano hará, según declaró en su nota
oficial, sobre la muerte de Payá.
Si no estuviera al tanto de cómo el
régimen de los Castro desvirtuó en Granma
y Cubadebate
las figuras de Fariñas y de Zapata, presentándolos como delincuentes comunes;
de cómo intenta presentar a Yoani Sánchez y a otros blogueros independientes
como viles "mercenarios", a pesar del poder virtual de Twitter y Facebook, pensaría que lo
de Payá y Harold Cepero fue algo lamentablemente casual.
Hay muchas historias no recogidas
todavía, dispersas en la memoria, unas más graves que otras, algunas que no
pueden compararse con las campañas contra las Damas de Blanco, Elizardo, Roque,
Biscet, Antúnez, Gómez Manzano y tantos otros de la oposición en Cuba y el exilio.
Pero todas enfocadas hacia el control absoluto del poder, mediante la
desestabilización de cualquier disidencia y de la oposición.
El régimen cubano tiene muchas maneras
de eliminar o neutralizar a sus enemigos, sea al que se le oponga o
sencillamente al que se le atraviese en sus planes. No importa si son
militantes del PCC, opositores o simples ciudadanos. Para ello utiliza en
primer lugar el asesinato de reputación (véase El otro paredón. Asesinatos de la
reputación en Cuba), y después que ha surtido efecto se puede
llegar al asesinato físico.
Se actúa con impunidad porque, en
definitivas, ¿cómo se puede comprobar que se ha ordenado eliminar a alguien en
un régimen donde no hay transparencia informativa, y los Castro actúan como
dueños de una finca en la que ellos han establecido límites que no contravienen
su poder, incluido el sistema judicial?
¿Cómo contrarrestar las acusaciones que
una tras otra van conformando una imagen adversa como lavado de cerebro en las
mentes de muchos cubanos? ¿Cómo probar que un intelectual no actuaba en
"componendas con el imperialismo", que un opositor no es un
"mercenario" o que un auto no perdió el control sino fue embestido
por otro?
Y sucede que Payá Sardiñas no era
cualquier opositor en Cuba. Era el hombre que obligó a Fidel Castro a cambiar
la Constitución hacia un "socialismo irrevocable", cuando decidió
utilizar los resquicios de la legalidad socialista con su Proyecto Varela ante
la Asamblea Nacional, y lo obligó a paralizar el país una semana para un
simulacro de referendo. Payá era un opositor reconocido internacionalmente por
su Premio Andrei Sajarov a los Derechos Humanos del Parlamento Europeo, y por
haber sido candidato oficial al Nobel de la Paz consuetudinariamente, desde
2002 a 2011. Fue vicepresidente de honor de la Internacional Demócrata de
Centro. Y mantenía totalmente activo su Movimiento Cristiano Liberación dentro
de Cuba, a pesar de la cruenta redada de 2003 que envió a prisión a decenas de
sus miembros.
Por eso cuando leí la noticia de la
muerte de Payá, la denuncia de su hija, los testimonios de sus colaboradores,
no dudé de que fuera un "accidente" orquestado. Y aunque hay testigos
presenciales que todavía no han podido prestar declaraciones en libertad, que
pudieran hacer cambiar mi criterio, mis vivencias e informaciones me hacen
pensar en una acción macabra, oscura, del régimen cubano. En definitivas, así
han hecho siempre.
Como no se podrá sentar el precedente de
una investigación independiente y transparente ahora, mañana nos podrán decir
que alguno de los blogueros perdió la vida en un trágico accidente en el
elevador de su edificio, o incluso que algún exiliado influyente tuvo otro
trágico accidente de carretera en un país extranjero, o contrajo una súbita
infección, como le sucedió a Laura Pollán.
La pretensión de que en un régimen
totalitario los órganos de justicia pueden obrar una investigación veraz está
bien para tontos útiles, pero no para quienes conocemos la realidad cubana.
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