Más allá de cualquier
disquisición, los testimonios apuntan a una realidad bien concreta: el
automóvil en que se desplazaban Oswaldo Payá, Harold Cepero y sus dos
acompañantes extranjeros, fue perseguido y embestido por otro vehículo.
Omar Lopez Montenegro. MARTINOTICIAS
La trágica muerte de Oswaldo Payá Sardiñas ha desatado,
una vez más, toda una suerte de teorías relacionadas con sus motivos, que van
desde lo trivial de un simple accidente a lo siniestro de las conspiraciones,
al más puro estilo novelesco de la trilogía de Millenium, y su ya mítica Chica
con el Tatuaje del Dragón.
De acuerdo a esta rocambolesca hipótesis, compartida y
enunciada tanto por académicos como ex altos oficiales de la policía política
devenidos en analistas exiliados, el “accidente” de marras puede haber sido
obra, nada más y nada menos, que de una facción del régimen que busca
desacreditar a la que ostenta el poder, actuando por su propia cuenta y riesgo.
Interesante, si no fuera porque guarda demasiados puntos
de contacto con la idea que se nos trata de vender desde hace muchos años,
acerca de los grupos de poder “raulistas”, “fidelistas”, “ramiristas”, y todo
tipo de aristas, de las cuales estos ilustres cubanólogos, por llamarlos de
alguna manera, no se cansan de hablar, pero ninguno puede decir con exactitud
quiénes las conforman, o cómo están estructuradas.
En este tipo de conspiraciones no se conocen ni los
escalones, ni las escaleras.
Más que producto de un análisis pormenorizado, esta tesis
de las facciones en pugna parecen más bien fruto de una terquedad
político-académica, mezclada con una desbordante imaginación.
En ese sentido, todos comparten la misma visión elitista
del régimen como única fuente de poder en la sociedad, y el pueblo como un
actor pasivo cuyo único rol es cuando mucho, esperar, o tratar de influir en el
accionar de alguna de las facciones. Si algún hecho apunta en la dirección
contraria, simplemente se desestima o se le hace encajar en el ya preconcebido
esquema. Que para ello sobran los secretos de estado, o las consabidas “fuentes
dignas de todo crédito”.
Lo más significativo de esta teoría conspirativa es que
en virtud de ella, tanto tirios como troyanos propagan el mismo fatalismo
histórico: todo lo que sucede en Cuba es producto de una forma u otra del
reposicionamiento o interacción de estas facciones, por lo tanto la solución al
problema cubano tiene que estar forzosamente vinculada al resultado final de
estas luchas dentro de las estructuras de poder.
Resulta como mínimo penoso que esta hipótesis vuelva a
resurgir con la muerte de un hombre que como Payá, siempre creyó en el poder
del individuo para transformar por sí mismo la sociedad, sin esperar de forma
pasiva a cualquier reacomodo del poder.
Este es precisamente el gran dilema que resurge con la
muerte del líder del Movimiento Cristiano Liberación, la última de una larga
lista de crímenes, fallecimientos en oscuras circunstancias y agresiones contra
la integridad física de los opositores, que han registrado un notorio aumento
en los últimos dos años, a partir del deceso en huelga de hambre de Orlando
Zapata Tamayo.
La violencia sistemática del régimen contra la oposición
está convirtiendo el ejercicio de la misma en una cuestión de supervivencia y
esto implica que la sociedad civil dentro de Cuba tiene que encontrar una
respuesta de grupo, basada en sus propias fuerzas.
Ante esta realidad, el tema de las facciones o
conspiraciones resulta totalmente irrelevante, porque en realidad cualquier proposición
proveniente del sistema encarna el mismo mensaje: …ismo o muerte. El prefijo no
importa. Más allá de cualquier disquisición, los testimonios apuntan a una
realidad bien concreta: el automóvil en que se desplazaban Oswaldo Payá, Harold
Cepero y sus dos acompañantes extranjeros, fue perseguido y embestido por otro
vehículo. Intencionalmente o no, sólo marca la diferencia entre un homicidio
involuntario y un asesinato premeditado. En ambos casos existe responsabilidad
criminal, quienquiera que haya sido y por los motivos que concurran.
Esta circunstancia es crucial para la oposición, que
enfrenta quizás un momento definitorio para su existencia. No por gusto una de
las últimas batallas de Payá Sardiñas antes de morir fue precisamente denunciar
y combatir con vehemencia, desde una posición de principios y como católico
comprometido, el pacto de élites económicas, políticas y hasta religiosas que
busca desconocer a la oposición noviolenta, que tan dignamente supo encarnar
Oswaldo.
La cuestión no radica ahora en teorías conspirativas que
sirven para alimentar el espejismo de la academia como el nicho de los que ven
más allá, o permiten a ex funcionarios del régimen presentarse como el hilo de
Ariadna dentro de los laberintos del poder castrista.
La ecuación se presenta ahora en términos bien crudos y
concretos. O la oposición encuentra vías concretas para contrarrestar con
éxito, basada en sus propias fuerzas, el diseño represivo abiertamente violento
y criminal del régimen, o está en juego su propia supervivencia. Ante esta
realidad, no caben medias tintas.
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