Mario J. Viera
Reinaldo Payá, hijo del
fallecido opositor Oswaldo Payá, observa los restos de su padre. Foto
Martinoticias
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Se atropellan las ideas; el pensamiento no logra
encontrar su cause natural. El crimen nunca encuentra justificación y no existe
un vocablo con la suficiente fuerza para abarcar la condición de bestias a la
que han degenerado los que odian y difaman. Como bestias babeantes deben estar
celebrando en sus cubiles las sierpes que regentan, que usurpan el poder en
Cuba.
Oswaldo Payá ha muerto. Un hombre pacífico, un idealista.
Su voz nunca se alzó para proferir una ofensa. Creyó equivocadamente que a
partir de la ley de los intolerantes se podría llegar a la formulación de leyes
justas, y sus proyecciones generaron debates. Quizá erraba en el método, pero
era consecuente con sus ideas. No confrontó a los usurpadores, él intentaba
razonar con aquellos que no conocen otra razón que no sea la fuerza, la
violencia. Creyó en la paz social, en la fuerza del Derecho, nunca levantó
barricadas de odios; por eso resulta grotesca su muerte: Murió asesinado.
Sí, asesinado. Como banda mafiosa disimularon el crimen
sus ejecutores. Un accidente de tránsito. No les creo ¿Quién puede creerles? No
hay casualidades. Un vehículo enviste el auto en que viajaba Payá, le saca de
la carretera y se produce el accidente fatal, el mismo que pudo producirse
algunos días antes cuando un camión, en esa ocasión en La Habana, colisionara
el auto donde se transportaba Payá ¿Casualidad? Una muy sospechosa casualidad,
tan sospechosa que induce a pensar que se trata de la continuación del mismo
operativo fallido y ahora finalmente cumplido.
Creen los depredadores de la libertad que pueden ocultar
el crimen y ya adelantan justificaciones y forenses explicaciones; pero la
verdad es evidente: se llevó a cabo un atentado en contra de uno de los
disidentes cubanos de mayor renombre internacional, y el mensaje queda claro,
al régimen no le temblará la mano en su selectiva represión; nada importa si se
trata de un humilde opositor apenas conocido que muera como consecuencia de una
golpiza en el parque de una ciudad provincial o se trate de un laureado con el
Premio Sajárov de la Unión Europea y dos veces candidato al premio Nobel que fallezca
luego de un inexplicable accidente de tránsito.
La sospecha de asesinato ya comienza a manifestarse en
los medios y en el seno de algunas cancillerías del extranjero. La duda ya se
manifiesta en la mente de los opositores en la isla, la suspicacia se levanta
dentro del exilio cubano. Los índices de la opinión internacional comienzan a
apuntar hacia una misma dirección.
La muerte es en ocasiones gloria. Se alzan sobre
pedestales de admiración los caídos después de haberse consagrado a una idea
libertaria. La muerte no es el fin sino el comienzo de una nueva vida.
Me inclino ante la memoria del hermano con quien en
muchas ocasiones discrepé en ideas y métodos, nunca en el mismo deseo de ver un
día a Cuba liberada de opresores.
Oswaldo Payá ha entrado en la historia; él se elevará
sobre cachorros de leones y pisoteará cabezas de víboras. Hoy, hermano, te has
convertido en un símbolo. Que Dios te reciba en su gloria.
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