Mario J. Viera
En
mi cuenta de Facebook, no hace mucho, coloque un mensaje que decía: La única "verdad revelada" es que
no existen verdades reveladas. Me refería claramente a las verdades
reveladas de las ideologías, tanto las políticas como las económicas. Sin
embargo, una estimada amiga, católica convencida, tomó el mensaje como si fuera
el todo, y me ripostó, diciendo: “Falso.
La verdad se reveló en Cristo, que tomó el nombre de Jesús cuando habitó entre
nosotros. Él es la imagen visible del Dios invisible. Vino a decirnos que el
amor es lo más importante de la vida. Amaos unos a otros”. Mi réplica a su
comentario fue esta: “No toqué el tema
religioso. Pero como alguien se puede sentir lastimado, aclaro: Me refiero a
las "verdades" que proponen las ideologías, tanto políticas como
económicas. Amiga...”
Pero,
por otra parte, Jesús no dijo que él era la verdad revelada, si no que él era la verdad. La relación de Jesús con la
Verdad, solo es recogida en el evangelio de Juan, en Juan 14: 5 y 6, se dice: “Tomás le dijo: Señor, si no sabemos adónde
vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al
Padre sino por mí”; y en Juan 18: 37 y 38: “...para esto he venido al
mundo, para dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad escucha mi
voz. Pilato le preguntó: ¿Qué es la verdad?” Hay que destacar algo al
respecto de este diálogo entre Jesús y Pilato. Se trata de una recreación
literaria, una dramatización elaborada por el autor de ese Evangelio; Juan no
pudo ser testigo presencial de tal diálogo, pues este transcurrió en el
Pretorio, lugar donde ningún judío accedería a entrar por temor a la contaminación
de la impureza, tal como se establecía en la Torá.
Jesús
nos dice que él nació para dar testimonio, es decir, para aseverar, para afirmar
o asegurar la verdad; pero, ¿Qué es la verdad? Él es la verdad y el camino; es
la verdad en oposición a las enseñanzas de los sacerdotes saduceos que se
enriquecían con los diezmos y ofrendas que se hacían al templo. Él era la
verdad, frente a la hipocresía de los fariseos, casta de ricos latifundistas. Él,
como verdad, frente a lo que dictaban las leyes de Moisés; por eso se proclama
como el camino; y Juan afirma: “Porque la
ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad fueron hechas realidad
por medio de Jesucristo” (Juan 1:17) Aún más, y siempre en el Evangelio de
Juan, cuando le habla a los judíos que habían creído en su palabra: “Dijo Jesús a los judíos que habían creído en
él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos; y conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres” (Juan 8: 31 y 32). Libres de las cargas que
imponían las leyes mosaicas. Conociendo la verdad se harían libres; libres de
los prejuicios, de las tradiciones, de los dogmas, de las pasiones desmedidas ─
los
Tres Venenos, la codicia, la ira y la ignorancia ─ que conducen al error. Más adelante, se recalca (Juan 8: 39 y 40), cuando los judíos le dicen que eran hijos de Abraham, que nunca han sido esclavos de nadie “Jesús les dijo: Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, un hombre que os ha hablado la verdad, la cual he oído de Dios; eso no hizo Abraham”. Ellos son esclavos de las mentiras, de las pasiones y de la soberbia, es decir del pecado, de la hamartia, lo que, según Agustín de Hipona, se produce “cuando la soberbia personal ama una parte del todo haciendo de ella un falso todo”.
Tres Venenos, la codicia, la ira y la ignorancia ─ que conducen al error. Más adelante, se recalca (Juan 8: 39 y 40), cuando los judíos le dicen que eran hijos de Abraham, que nunca han sido esclavos de nadie “Jesús les dijo: Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, un hombre que os ha hablado la verdad, la cual he oído de Dios; eso no hizo Abraham”. Ellos son esclavos de las mentiras, de las pasiones y de la soberbia, es decir del pecado, de la hamartia, lo que, según Agustín de Hipona, se produce “cuando la soberbia personal ama una parte del todo haciendo de ella un falso todo”.
(Entre
paréntesis hagamos una observación sobre el contenido de este capítulo 8 de
Juan. Se detecta en él una posición completamente antijudía que, en el futuro,
originaría el antisemitismo. En el versículo 44 aparece esta condenación a los
judíos, cuando se pone en boca de Jesús, el decir: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre
queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la
verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de sí mismo habla,
porque es mentiroso y padre de la mentira”. Es evidente, que este pasaje
fuera una interpolación realizada por algún copista mucho tiempo después de su
redacción original).
¿Pero
cómo conocer la verdad? La verdad para Jesús está precisamente dentro de
nosotros: “... el Reino está dentro de
vosotros y fuera de vosotros”. Para ello, primero es conocerse a sí mismo: “Cuando lleguéis a conoceros a vosotros
mismos, entonces seréis conocidos y caeréis en la cuenta de que sois hijos del
Padre Viviente. Pero si no os conocéis a vosotros mismos, estáis sumidos en la
pobreza y sois la pobreza misma” (Tomás 3). Dios no está ausente, ni distante;
está en nuestro derredor y dentro de nosotros mismos; pero para llegar a
descubrirlo tenemos primero que autoconocernos y discernir entre lo que hay de
luz y de sombras en nuestro interior: “El
que tenga oídos, que escuche: en el interior de un hombre de luz hay siempre
luz y él ilumina todo el universo; sin su luz reinan las tinieblas” (Tomás
24), porque, “Quien sea conocedor de
todo, pero falle en (lo tocante a) sí mismo, falla en todo” (Tomás 67). Cuando
nos conocemos, tal como somos, sin máscaras exteriores ni interiores,
renacemos, no en la carne, sino en el espíritu: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne,
carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. (Juan 3:5 y 6)
Pero
Jesús es el Logo, el Verbo de vida,
la vida manifestada, así lo dice Juan en su epístola, “y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida
eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó” (1 Juan 1: 1 y 2).
Dios siempre está dispuesto para el perdón, Dios es Luz, pero nosotros andamos
dentro de las tinieblas, por ello erramos y nos apartamos de la Luz. Debemos
conocernos, saber que somos propensos a las transgresiones. Si decimos que no
tenemos hamartia, que no erramos, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Y la verdad está en Jesús, y
esa verdad es demoledora e iconoclasta, pero no es una verdad mística sino una poderosa,
natural y real; esa verdad se manifiesta en sus enseñanzas.
Las
prédicas de Jesús eran una revolución enfrentada a las corrientes religiosas en
boga de su tiempo. La antítesis de todo lo contenido en la Torá judía. ¿Acaso
no reta la sacralidad del Sabbath? Así lo cita Marcos (Marcos 2:27 y 28): “Y Él les dijo: El Sabbath se hizo para el
hombre, y no el hombre para el Sabbath. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor
aun del Sabbath”. Por otra parte, no hay referencia alguna, en los textos
canónicos, de que Jesús orara o hiciera sacrificios en el Templo de Jerusalén,
como era lo habitual entre todos los judíos. El templo, para él no era el lugar
verdadero para adorar a Dios (al Padre). Juan lo hace evidente, al relatar el
encuentro de Jesús con una mujer samaritana (Juan 4: 20 y 21, 23 y 24): “Nuestros padres ─ le dice a Jesús la
samaritana ─ siempre vinieron a este
cerro para adorar a Dios y ustedes, los judíos, ¿no dicen que Jerusalén es el
lugar en que se debe adorar a Dios? Jesús le dijo: Créeme, mujer: llega la hora
en que ustedes adorarán al Padre, pero ya no será en este cerro o en Jerusalén
(...) Pero llega la hora, y ya estamos en
ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
verdad. Entonces serán verdaderos adoradores del Padre, tal como él mismo los
quiere. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en
verdad”. ¡En verdad! Tal y como es Dios, (Elohá), espíritu, esencia que todo envuelve, cuya presencia está en
todo el universo. Esencia que no puede quedar atrapada en el espacio limitado
de las cuatro paredes de un templo. “Yo
soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el universo: el universo ha
surgido de mí y ha llegado hasta mí. Partid un leño y allí estoy yo; levantad
una piedra y allí me encontraréis” (Tomás 77). Ente puro, sin representación posible.
No
es en el Templo, tampoco es en las sinagogas, donde Jesús oraba; lo hacía en un
lugar apartado, desierto, o sobre una colina, en cualquier espacio abierto
donde está la esencia universal del Padre de la Vida. Oraba en comunión con el
Padre, en intercomunicación de espíritu a Espíritu. Orar, para Jesús, es una
conversación en privado con el Padre. “Y
cuando ores ─ así lo dice Jesús ─, no
seas como los hipócritas; porque
ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles,
para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa”.
Mejor es orar en la intimidad del dormitorio, en secreto: “...cuando ores, entra en tu aposento, y cuando
hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve
en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6:5 y 6).
Y
Marcos, discípulo de Pedro y sobrino de Bernabé, en su Evangelio, que los
estudiosos no dudan en datar como el más antiguo de los cuatro, y del cual
bebieron Mateo y Lukas para escribir sus evangelios, anota: “Cuando salía del templo, uno de sus
discípulos le dijo: Maestro, ¡mira qué piedras y qué edificios! Y Jesús le
dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea
derribada”. (Marcos 13: 1 y 2) El Templo se había convertido en casa de
ladrones y usureros con beneplácito de los sacerdotes saduceos, que en parte
recibían prebendas. Y Jesús se vuelve contra todos aquellos especuladores. Marcos
11: 15 y 16: “Llegaron a Jerusalén. Y,
entrando en el Templo, comenzó a expulsar a los que vendían y a los que
compraban en el Templo, y volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los
que vendían palomas. Y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo”.
Era
un reto lanzado por Jesús a los sacerdotes que lucraban con los sacrificios que
se hacían en el Templo, algo por algunos considerado como una destrucción
simbólica del Templo por parte de Jesús y, con ello, también la destrucción de
los antiguos y tradicionales ritos. Así mismo debieron considerarlo los sumos
sacerdotes, Caifás y Anás.
En
toda la enseñanza de Jesús no existe referencia a favor de la circuncisión, al
menos en los textos canónicos. La única referencia al respecto aparece en el
texto copto de Nag Hammadi del Evangelio, que ha sido considerado apócrifo, de
Tomás[1] en
la frase 53: “Sus discípulos le dijeron: ¿Es
de alguna utilidad la circuncisión o no? Y él les dijo: Si para algo valiera,
ya les engendraría su padre circuncisos en el seno de sus madres; sin embargo,
la verdadera circuncisión en espíritu ha sido de gran utilidad”. En Jesús,
además, nada existe que le iguale con la misoginia de Pablo de Tarso. Marcos y
Mateo mencionan que “muchas mujeres” seguían a Jesús (Marcos: 15, 4O-41; Mateo 27,
55-56); y el Evangelio de Tomás, en la frase 114 se dice: “Simón Pedro les dice: Que María salga de entre nosotros, pues las
hembras no son dignas de la vida. Jesús dice: He aquí que le inspiraré a ella para
que se convierta en varón, para que ella misma se haga un espíritu viviente
semejante a vosotros varones. Pues cada hembra que se convierte en varón,
entrará en el Reino de los Cielos”. Es decir, la mujer se iguala al hombre,
con los mismos derechos.
Existen
muchas evidencias, se recogen en los escritos gnósticos que la Iglesia oficial
relegó como heréticos y apócrifos, que María, la de Magdala, tuvo una relación
estrecha con Jesús, que algunos hasta han pretendido que ella llegó a
convertirse en su esposa, algo que no puede considerarse como cierto. Si en
realidad hubiera sido la esposa del Rabí, del Maestro, los evangelistas no la
habrían tratado tan mal como hicieron ─ Marcos dice y lo repite Lucas que de
ella “habían salido siete demonios” ─. Por otra parte, era común y se reconocía
como virtud que los rabíes fueran casados, lo cual, si Jesús se hubiera casado
con alguna mujer, fuera María o cualquier otra, no hubiera escandalizado a
ninguno de sus seguidores. María la magdalena, con independencia de las lagunas
que al respecto existen en los textos canónicos, era la discípula favorita de
Jesús. Sin embargo, el celibato de Jesús, no hay que ponerlo en dudas, dado a
sus estrechas relaciones que mantuvo con los esenios, hasta el punto que muchos
estudiosos llegaron a considerar que en algún momento fue miembro de esa secta
del judaísmo. En las comunidades esenias, de las cuales había una en el mismo
Jerusalén, se practicaba el celibato, aunque una parte de los esenios sí
permitían el matrimonio, siempre que fuera monógamo, obligación incluso para
los reyes.
En
el Capítulo 13 de Juan, en el relato de la última cena de Jesús, hay tres
versículos que resultan interesantes, y para algunos traductores resultan
perturbadores. Estos tres versículos son los numerados del 23 al 25. Según se
recoge en la versión antigua de Reina-Valera, se dice: 13: 23 Y uno de sus
discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado
en el seno de Jesús.
(...) 13:25
El entonces recostándose sobre el pecho de Jesús, dícele: Señor, ¿quién es?
Pero ya en la versión de 1960, el pasaje es redactado de la siguiente manera: 23
Y uno de sus discípulos, al cual Jesús
amaba, estaba recostado al lado de
Jesús. 24 A éste, pues, hizo señas
Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. 25 El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es?
En la Nueva
Versión Internacional, la traducción, es como sigue: 23 Uno de ellos, el discípulo a quien Jesús
amaba, estaba a su lado. 24 Simón Pedro le hizo señas a ese discípulo y
le dijo: Pregúntale a quién se refiere. 25 Señor, ¿quién es? —preguntó él, reclinándose
sobre Jesús. Por otra parte. en la versión Palabra de Dios para Todos (PDT) la traducción que se ofrece es la
siguiente: 23 Al lado de Jesús estaba
el seguidor a quien Jesús amaba. 24 Entonces Simón Pedro le hizo señas para que
le preguntara a Jesús de quién estaba hablando. 25 Este seguidor se acercó aún más a Jesús para
preguntarle: Señor, ¿quién es?
Si se va al texto griego del evangelio de Juan, en el
versículo 23 se dice que el discípulo
(matheton) estaba reclinado (ánakeimenos) en el seno (kólpo) de Jesús. Y en el versículo 25 se
dice que el discípulo amado de Jesús estaba recostado (ánapeson) sobre (epi) el pecho (stéthos) de Jesús.
Cabe una interpretación diferente a la que oficialmente
se ha mantenido por siglos. ¿El “discípulo amado” por Jesús era en realidad un
hombre, Juan? ¿Acaso no podría ser una mujer, una “discípula amada” de Jesús,
que tiernamente reclina su rostro sobre el pecho del Maestro? Y si en realidad
se trataba de una amada discípula de Jesús. ¿Quién hubiera podido ser esta? Sin
ninguna duda, habría que decir que esa no era otra que María Magdalena.
En
la doctrina de Jesús existen muchos elementos que son comunes con la doctrina
esenia. Un ejemplo de ello puede encontrarse en lo que Jesús dijo sobre el
jurar. Los esenios rechazaban cualquier tipo de juramento pues ellos se sentían
obligados a decir siempre la verdad. En esa misma línea parece ser lo dicho por
Jesús, citado por Mateo 5: 33 – 37: “...habéis
oído que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, sino que cumplirás
tus juramentos. Pero yo os digo: no
juréis de ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni
por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la
ciudad del Gran Rey. Ni jurarás por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o
negro ni un solo cabello. Antes bien, sea vuestro hablar: Sí, sí o No, no; y lo que es más de esto, procede del mal”.
Sin embargo, y aunque es muy probable que Jesús conociera y hasta hubiera
tenido algún encuentro con los esenios ─ quizá el Bautista habría sido en algún
momento un esenio ─, no puede cotejarse que Jesús, en sí mismo, fuera un adepto
al esenismo, aunque, en su doctrina y la de aquellos, hubiera algunas
coincidencias. Muchas, en cambio, son las diferencias que entre ambas doctrinas
pueden formularse.
La
verdad de Jesús, no se encuentra en las citas del antiguo Testamento, que al
judeizante Mateo le encantaba citar. La verdad de Jesús, está en su enseñanza,
en contradicción con la doctrina tradicional. El libro viejo, debe ceder el
paso al nuevo. Así lo cita Marcos 2:22: “Y
nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces el vino romperá el odre,
y se pierde el vino y también los odres; sino que se echa vino nuevo en odres
nuevos”. Ahora se trata de un nuevo pacto “entre Dios y su pueblo” (Marcos
14: 23 y 24; Mateo 26: 27 y 28; y Lucas 22: 20). Su enseñanza es vino nuevo y
ha de guardarse en odres nuevos. La Tanaj, solo como referencia. En ningún
momento utilizaría las expresiones de Adonai o Hashem, sustitutos del
tetragramaton YHWH (יהוה), para referirse a Dios, él solo lo denomina diciendo Abba, Padre, mostrando una vinculación
más estrecha y cercana del hombre con Dios.
Jesús
no estableció jerarquías entre sus discípulos. ¿Qué le dijo a la madre de los
Zebedeo, cuando esta le pidió que sus dos hijos se sentaran uno a su derecha y
el otro a su izquierda? Jesús le responde y le dice: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? Ellos
le dijeron: Podemos. Él les dijo: Mi copa ciertamente beberéis, pero sentarse a
mi derecha y a mi izquierda no es mío el concederlo, sino que es para quienes
ha sido preparado por mi Padre. Al oír esto, los diez se indignaron contra los
dos hermanos. Pero Jesús, llamándolos junto a sí, dijo: Sabéis que los
gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que los grandes ejercen
autoridad sobre ellos. No ha de ser así
entre vosotros, sino que el que quiera entre vosotros llegar a ser grande,
será vuestro servidor, y el que quiera entre vosotros ser el primero, será
vuestro siervo; así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20: 20 – 28).
No,
él no fundó una iglesia nombrando diáconos, presbíteros (ancianos)[2] y
obispos, y, mucho menos un vicario, colocado como “cabeza de la iglesia”. Fue
Pablo, un ilustrado fariseo, que no conoció personalmente a Jesús, el que creó
las personalidades de ancianos y obispos. La supuesta institución de Simón
Pedro como cabeza de la futura “iglesia” de Jesús, solo es mencionada por Mateo
(16: 13 – 20). Es muy probable que este texto haya sido, o incluido en el
cuerpo del Evangelio o modificado en parte, después de la proclamación del Edicto
de Milán, dictado por el emperador romano Constantino, y, muy en especial,
luego del Concilio de Nicea (entre el 20 de mayo y el 19 de junio de 325),
convocado por el propio emperador Constantino, cuando el cristianismo se convirtió
en iglesia universal, tal como era el Imperio Romano, y se jerarquizara su
estructura. Es probable que el texto “original” fuera el siguiente:
13 Y viniendo Jesús a las partes de Cesarea de Filipo,
preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo
del hombre? 14 Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y
otros; Jeremías, o alguno de los profetas. 15 Él les dice: Y vosotros, ¿quién
decís que soy? 16 Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo
del Dios viviente. 17 Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado
eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi
Padre que está en los cielos... 20 Entonces mandó a sus discípulos que a nadie
dijesen que él era Jesús el Cristo”.
Los
versículos 18 y 19 son, con toda evidencia, un aporte nuevo, una nueva
interpolación al texto, para poder justificar el papado, con la siguiente
redacción:
18 Mas yo también te
digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella. 19 Y a ti daré las llaves del
reino de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los
cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.
Si
se analiza lo escrito por Marcos y Lucas sobre el mismo tema, se hará
claramente la interpolación dentro del texto de Mateo:
Marcos 8: 27 - 30: Jesús salió con sus discípulos hacia los
poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: ¿Quién dice la
gente que soy yo? Ellos le respondieron: Algunos dicen que eres Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas. Y ustedes, ¿quién
dicen que soy yo? Pedro respondió: Tú eres el Mesías. Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.
Y
Lucas repite lo mismo dicho por Marcos, sin la inclusión de los versículos agregados
en el texto de Mateo
Lucas 9:18 - 21: Y
sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los
discípulos y él les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos
respondieron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un
profeta de los antiguos había resucitado. Les dijo: Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo? Pedro le contestó: El Cristo de Dios. Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie.
Aunque
según anota Mateo (15: 24), Jesús afirmara: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”,
esto no puede ser tomado al pie de la letra como para incluir en el mismo los
territorios que formaban los reinos del Norte (Israel) y del Sur (Judea). En
tiempos de Jesús, todo el territorio que se conoció por los romanos como
Palestina, a la muerte de Herodes I el Grande, el 4 a.C, el reino de Judea fue
dividido en las tetrarquías de Judea, Samaria, Perea y Galilea. Es posible que
Mateo generalizara todos estos territorios como si fuera un solo pueblo, el
pueblo de Israel; pero esto carece de credibilidad, ya que, en Judea, se veía a
los galileos como gente rústica con influencias paganas, a Galilea la
denominaban Galilea de los gentiles o Galilea de las Naciones. Sobre esto
señala Douglas Tenney[3]: “El norte de Neftalí estaba habitado por una
raza mixta de judíos y paganos (Jdg 1:33). Su población israelita fue llevada
al cautiverio a Asiria y fue reemplazada por una colonia de inmigrantes paganos,
de ahí que se la llamara Galilea de los gentiles (Is 9:1), (Mt 4:15-16).
Durante y después del cautiverio, la mezcla predominante de razas gentiles
empobreció la adoración del judaísmo. Por el mismo motivo, el acento y el
dialecto galileo era marcadamente particular (Mt 26:73). Los judíos del sur, de
sangre más pura y tradición más ortodoxa, los despreciaban (Jn 1:46), (Jn
7:52); comparar (Is 42:6), (Mt 15:24)”. En Juan 7: 50 – 53, se dice: “Nicodemo, el que había venido a Jesús antes,
y que era uno de ellos, les dijo: ¿Acaso juzga nuestra ley a un hombre a menos
que le oiga primero y sepa lo que hace? Respondieron y le dijeron: ¿Es que tú
también eres de Galilea? Investiga, y verás
que ningún profeta surge de Galilea. Y cada uno se fue a su casa”.
Hasta
Natanael, el Cananeo, también conocido como Bartolomé, llamado por Felipe, y
aunque también galileo, se admira de que un supuesto Mesías profetizado pudiera
ser de aquel insignificante pueblucho de la Galilea, Nazaret. Juan 1: 45 y 46:
“Felipe encontró a Natanael y le dijo:
Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés, en la Ley, y también los
Profetas: a Jesús hijo de José, de Nazaret. Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede
salir algo bueno?”
En
realidad, muchos de los habitantes de Galilea no eran israelitas. No obstante,
a todo esto, Jesús dedicó la mayor parte de su labor de predicación en Galilea.
¿Qué
decir de Samaria y de los samaritanos? Despreciados eran por los judíos, me
refiero a los sacerdotes saduceos y a los fariseos. Ellos no veían a Samaria
como parte del “pueblo de Israel”. Cuando Jesús les reclama a los judíos que le
cuestionaban, ellos les responden, como pronunciado un insulto: “¿No decimos, con razón, que eres samaritano y que tienes un demonio?” (Jn. 8, 48).
En
Samaria sucedió algo similar a lo acontecido en Galilea, cuyo territorio
formaba parte del Reino del Norte. En el año 726 a.C. Salmanasar, rey de Asiria
comenzó a asolar al Reino del Norte y en el 722 a.C, luego de conquistar la
ciudad de Samaria llevó a muchos de sus habitantes como cautivos a Asiria. En 2
Reyes 17:1-24 se relatan todos los hechos de la caída del Reino del Norte
(Israel) y el abandono de Yahvé:
“En el año duodécimo de Acaz rey de Judá,
comenzó a reinar Oseas hijo de Ela en Samaria sobre Israel (Reino del Norte); y
reinó nueve años. (...) Contra éste
subió Salmanasar rey de los asirios; y Oseas fue hecho su siervo, y le pagaba
tributo. (...) Y el rey de Asiria
invadió todo el país, y sitió a Samaria, y estuvo sobre ella tres años. En el
año nueve de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria, y llevó a Israel cautivo a
Asiria, y los puso en Halah, en Nabor junto al río Gozán, y en las ciudades de
los medos. Porque los hijos de Israel pecaron contra Yahvé su Dios (...) Y los hijos de Israel anduvieron en todos
los pecados de Jeroboam que él hizo, sin apartarse de ellos, hasta que Yahvé
quitó a Israel (Reino del Norte o Samaria) de delante de su rostro, como él lo había dicho por medio de todos los
profetas sus siervos; e Israel fue llevado cautivo de su tierra a Asiria, hasta
hoy. Y trajo el rey de Asiria gente de Babilonia, de Cuta, de Ava, de Hamat y
de Sefarvaim, y los puso en las ciudades de Samaria, en lugar de los hijos de
Israel; y poseyeron a Samaria, y habitaron en sus ciudades”.
Las
maldiciones contra Samaria no cesarían y Miqueas escribe sobre Samaria
invocando como palabra de Yahvé:
“Voy a convertir a
Samaría en un campo de ruinas, en un plantío de viñas. Haré rodar sus piedras
por el valle, dejaré desnudos sus cimientos. Todos sus ídolos serán machacados,
todas sus ganancias quemadas en el fuego, aniquilaré todas sus imágenes, porque
con ganancias de prostitución las reunió y a ganancias de prostitución tornarán”
(Miq. 1, 6-7)
Jesús
pasó por alto todo aquel desprecio y todos aquellos prejuicios que en Judea se
alzaban contra Samaria. Lucas en su evangelio, relata de oídas una experiencia
de Jesús con unos enfermos de lepra que le salieron al camino; uno de ellos,
samaritano, y los diez le imploraban:
“Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros. Cuando él
los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que, mientras
iban, quedaron limpios. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado,
volvió glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies
dándole gracias. Éste era samaritano. Jesús le preguntó: ¿No son diez los que
han quedado limpios? Y los nueve, ¿dónde están?
¿No hubo quien volviera y diera gloria a Dios sino este extranjero?
(Lucas 17: 11 – 19).
¿Extranjero?
Tal vez Jesús no haya utilizado tal calificativo, pero Lucas lo emplea para
mostrar como los judíos veían a los samaritanos, como no miembros del “pueblo
de Israel”.
En
Juan 4: 5 – 9, se relata el encuentro de Jesús con la mujer samaritana de Sicar
o Siquem: “Vino, pues, a una ciudad de
Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y
estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así
junto al pozo. Era como la hora sexta. Vino una mujer de Samaria a sacar agua;
y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a
comprar de comer. La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides
a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se
tratan entre sí”.
Luego
de escuchar a Jesús la samaritana quedó muy impresionada y corrió al poblado a
contar su experiencia con aquel judío que le había pedido agua para tomar. “Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y creyeron
muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente
por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente
éste es el Salvador del mundo, el Cristo”. (Juan 4: 40 – 42)
El
poema del buen samaritano es una lección de tolerancia que le da Jesús a un
maestro de la Ley que le pregunta “¿Quién es mi prójimo?” Y Jesús le narra la
historia de aquel hombre que, asaltado por forajidos, le dejaron como muerto
después de desnudarle y golpearle. Un sacerdote, al igual que un levita, representantes
de la religión judía, cuando cada uno vio al hombre medio muerto, se echaron a
un lado sin prestarle la menor de la asistencia. No se conmovieron ante la
desgracia de aquel desconocido. Para suerte de aquel desgraciado pasó cerca de
él un hombre, uno de esos denigrados samaritanos, de esos a quienes se veían
como alejados de la mano de Dios. Y aquel samaritano, se compadeció del herido.
“Se acercó, le curó las heridas con vino
y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó
a un mesón y lo cuidó”. Pero ahí no solo quedó la buena acción del
samaritano, porque al día siguiente, “sacó
dos denarios y se los dio al dueño del mesón”, diciéndole que le cuidara “y todo lo demás que gastes, cuando yo
regrese te lo pagaré”. (Lucas 10: 30 – 37)
En
Juan 3: 16, se dice: “Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Esto dicho así,
podría implicar que Jesús va al sacrificio para salvar a los humanos de un
merecido castigo de Dios. Pero, ¿merecía acaso el hombre ser liquidado por
causa de su hamartia, de su accionar
erróneo, consciente o inconsciente, de violar toda norma moral, inspirado por
pasiones exageradas y rechazando a Dios? ¿Acaso no dio Dios a toda la evolución
surgida de su aliento, la libertad de elección? ¿Era por tanto necesario que
Jesús cargara en la cruz con todos los errores y desvíos de los hombres, para
abrirle un camino de salvación? “Yo soy
la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el
que vive y cree en mí, no morirá jamás”, dijo Jesús (Juan 11:25 y 26).
Creer en él, es decir, seguir sus enseñanzas por el entendimiento, por la moderación
de las pasiones, que ennegrecen el alma y nacen del instinto de conservación
del cuerpo material. Y Tomás le pregunta, “Si no sabemos adónde vas, ¿cómo
vamos a conocer el camino?” Y Jesús le contesta: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14: 5 y 6). Lo
espiritual está por encima de lo material, ese es el camino. Entonces, el que
muera vivirá, bien recorriendo nuevos ciclos de vida o alcanzando la dimensión
de la eternidad, donde no se envejece, no hay dolores ni enfermedades y no se
vive en cuerpo material, sino en cuerpo nuevo, semejante al de los ángeles, en
cuerpo astral.
Jesús
no resucitó en cuerpo físico, sino en cuerpo astral. Un cuerpo formado por una
materia muy sutil, energía y fotones. María, de haber el Maestro resucitado en
cuerpo físico le hubiera reconocido desde el primer momento en que le viera, en
el huerto. En Juan 16: 14 y 15, se relata que cuando María va al sepulcro y le
encuentra vacío, se vuelve, “y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que
era Jesús” ¡María le confunde con el hortelano! No le reconoce cuando Jesús le
pregunta: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, mirando de cerca al
que creía ser un hortelano, le implora: “Señor, si tú lo has llevado, dime
dónde lo has puesto, y yo lo llevaré”. En Lucas 24:13-18, 28-31; se cuenta que
dos discípulos de Jesús que se dirigían a la aldea de Emaús, conversaban sobre
todo lo que había acontecido en Jerusalén, cuando Jesús se les unió en el
camino: “Sucedió que mientras hablaban y
discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos
de ellos estaban velados, para que no le conociesen”. Cuando Jesús les
preguntara de que ellos estaban comentando, Cleofás, un discípulo que, entre
otras cosas, era pariente de Jesús, le dice: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas
que en ella han acontecido en estos días?” Y continuaron su camino,
mientras Jesús les hablaba sobre la muerte y resurrección, y seguían los dos
discípulos sin reconocerle. “Llegaron a
la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron
a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya
ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. Y aconteció que, estando
sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio.
Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista”. Jesús no es reconocido por
dos discípulos que van caminando con él por varias millas y, cuando al fin,
pudieron reconocerle, Jesús se desapareció ante la mirada atónita de ambos
discípulos.
También
en Lucas 24, en los versículos del 36 al 43, se relata la aparición de Jesús
dentro del aposento cerrado donde se refugiaban los acobardados apóstoles. “Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. Pero él
les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos
pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved;
porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo
esto, les mostró las manos y los pies. Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían,
y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le
dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante
de ellos”. Los siguientes versículos hasta el 49, Lucas los tomó del
evangelio judeizante de Mateo (Mt. 28.16-20), que pretendía que la predicación
de Jesús se amoldaba a los presupuestos de la Tanaj.
Un
cuerpo físico no puede penetrar dentro de una habitación con las puertas
cerradas, esto solo es posible para cuerpos astrales, semejante al de los
ángeles. Existe un libro que estaba recogido en la Septuaginta, y formando
parte del Antiguo Testamento de la Biblia católica, pero rechazado por los
protestantes, titulado Tobit o Tobías, donde se relata la relación entre el
joven Tobías y el arcángel Rafael quien aparentaba ser un criado contratado por
Tobit. En el Capítulo 12, último de este libro, Rafael se identifica ante Tobit
y su hijo Tobías, diciendo en el versículo 5: “. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están delante de la gloria
del Señor y tienen acceso a su presencia"; y les explica la razón de
haber estado él acompañando a Tobías: (18) “Cuando
yo estaba con ustedes, no era por mi propia iniciativa, sino por voluntad de
Dios. Es a él al que deben bendecir y cantar todos los días”. Luego, les
aclara: (19) “Aunque ustedes me veían
comer, eso no era más que una apariencia". Esto vale también para
explicar que Jesús comió, “delante de ellos” una “parte de un pez asado, y un panal
de miel”; “eso no era más que una apariencia”.
Para
los gnósticos, Jesús no murió en la cruz por las transgresiones de la humanidad.
En la cruz, murió su cuerpo. Su sacrificio no era por la redención del hombre,
sino para mostrar el camino: ¡Nadie muere en realidad, porque subsiste el alma!
Y él es la resurrección y la vida, y la resurrección es el abandono del cuerpo
material para alcanzar el cuerpo astral. Jesús es el ejemplo, morir para
resucitar, sin importar que tipo de muerte se reciba. Él es el camino, el que
todo humano ha de seguir, la disposición a defender la Verdad aún al precio de
la propia vida material, es la victoria sobre el karma negativo que el humano
carga por sus errores; es la esperanza de alcanzar la dimensión de la eternidad
en el Tiempo y en el Espacio. Vencer el temor, porque, hasta él mismo tuvo que
sobreponerse al instinto de conservación. Ha sentido temor: “Padre mío, si es
posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú
quieras” (Mateo 26:39) (Lucas 22: 41 y 42) Conocía a lo que se exponía: “Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y su sudor se volvió como gruesas gotas de
sangre, que caían sobre la tierra” (Lucas 22: 44). Es el hombre que, por un
momento, duda; pero se sobrepone. Se enfrenta a los tormentos, a las vejaciones
y a una muerte indigna.
El
concepto de la resurrección al final de los tiempos, en cuerpo físico para
vivir una existencia física, es rechazada por los actuales gnósticos. Jorge Eduardo
Medina Barranco, Maestro Gnóstico Cristiano, dice al respecto: “...si no comprendes el mensaje trascendental de
Jesús y lo vives en tu propia vida, regresarás en un nuevo cuerpo, naciendo una
y otra vez en un proceso de reencarnación (retorno y recurrencia) hasta que
comprendas que no es un cuerpo físico, sino que eres espiritual igual que
Cristo, uno con Dios, como Jesús, y no será ya necesario ese ciclo de retornos
y recurrencias. Y eso ocurrirá independientemente del credo religiosos que
poseas. Como afirmaron nuestros maestros, de qué sirve que Jesús haya nacido en
Belén si Cristo no nace en el corazón de cada humano”[4]
Y
desde la cruz donde ha sido fijado ve los rostros de los fariseos y saduceos
que hacen burla de él y a la soldadesca romana que se reparten sus
vestiduras... ¿Es posible que haya orado al Padre para que les perdone por no
saber lo que estaban haciendo? (Lucas 23:34) Esta cita de Lucas, que no fue
testigo presencial de la agonía de Jesús, se ha puesto en dudas por algunos
estudiosos. El Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología
Bíblica, Antonio Piñero, anota en su blog Cristianismo
e Historia: “El principal problema de
este pasaje es que no se halla en los principales manuscritos del Nuevo
Testamento: el Papiro 75, los códices Sinaítico, Vaticano, Claromontano,
Freeriano, etc. Ya sólo este hecho lo hace sospechoso. Por ello, la edición
usual, científica, del Nuevo Testamento griego (Nestle-Aland, edición 27 lo
edita entre dos paréntesis cuadrados, lo que indica que los editores dudan
mucho de su autenticidad). Otro argumento en contra es que, si se elimina el
texto, el pasaje de Lucas fluye con toda naturalidad. Con otras palabras:
parece un añadido prescindible”.
En
el Códice Sinaítico, en Lucas 23:34 (Y
Jesús decía: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen), la frase fue
incluida por un primer escriba; el primer corrector del Códice la marca como
dudosa, pero el tercer corrector la borró del texto.
Lucas 23:33 – 35: Y cuando llegaron al lugar llamado de la
Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a
la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y
repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes. Y el pueblo estaba
mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó;
sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios.
Comparar:
“Y cuando llegaron al lugar llamado de la
Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a
la izquierda. (...)Y el pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se
burlaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el
Cristo, el escogido de Dios”.
Ni
Juan, ni Marcos, ni Mateo citan la frase de marras.
Ya
entregado al martirio, todavía Jesús, siente no poder soportar más los
sufrimientos que se le infligen y clama desesperado en su lengua: Elí, Elí,
¿lama sabactani?, que quiere decir: “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:6)
Cuando
nos percatamos de tantas modificaciones, agregados y supresiones que a los
libros básicos del cristianismo se les ha hecho, ¿podemos asegurar que el
cristianismo, tal como hoy se practica, es el original, el puro, o se trata de
un cristianismo adulterado con los años, con numerosas revisiones para
ajustarle a los cambios políticos que se iban produciendo durante los primeros
siglos de su existencia? Como afirma, el ya citado Medina Barranco, la “iglesia surgida del Imperio Romano subvirtió
el cristianismo, volviendo la espalda al mensaje de sus fundadores y se dejó
corromper por el poder y el dinero. La novedad profunda del mensaje de Cristo
cayó en el olvido e incluso se transformó en su opuesto”. La nueva religión
organizada como Iglesia nacida en Antioquía, no en Jerusalén, de perseguida,
luego del Concilio de Nicea, se convirtió en perseguidora, persiguió y asesinó
a los paganos y ocupó sus templos que no habían sido destruidos; persiguió a
todos los cristianos que no seguían sus dogmas, principalmente a los gnósticos,
a los ebionitas, a los arrianistas, al marcionismo, a los ilusionistas del
docetismo y fue despiadada con los judíos de la diáspora.
Es
Saulo (Pablo) de Tarso quien le dio cuerpo al nuevo cristianismo, haciendo
olvido de los apóstoles que seguían a Jesús y bebían directamente sus enseñanzas;
porque Pablo se creía un elegido. Así lo dice a un grupo de judíos que en Antioquía
de Pisidia “blasfemaban” contra él y Bernabé: “...así nos ha mandado el Señor: Yo
te puse por lumbrera de las naciones a fin de que seas para salvación hasta
los términos de la tierra” (Hechos 13:47). En Gálatas 2: 2,6 se muestra como
por encima de los apóstoles: “Pero subí
según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en
privado a los que tenían cierta
reputación el evangelio que predico entre los gentiles. (...) Y de aquellos
que tenían reputación de ser algo (lo que eran, nada me importa; Dios no
hace acepción de personas), pues bien,
los que tenían reputación, nada me enseñaron”.
Pablo
era un fariseo helenizado muy culto, “instruido a los pies de Gamaliel”, este,
un reconocido fariseo y doctor de la ley que había sido miembro del Sanedrín. En
Pablo se mezclaban la cultura farisea y la cultura griega. Muy influenciado por
las doctrinas de los filósofos estoicos que se reflejaría en muchas de la
cartas o epístolas que se atribuyen redactadas por él, como Romanos 2: 14 y 15:
“En efecto, cuando los gentiles, que no
tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley,
para sí mismos son ley; como quienes muestran
tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su
conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza”. Según
Otoniel Duque[5],
Pablo estaría haciendo referencia a la ley physei
(lo que surge espontáneamente, lo primerio, lo original, lo auténtico), por
naturaleza, principio de un derecho natural común a toda la humanidad, de
grandes implicaciones dentro de las doctrinas estoicas. También ─ agrega Duque
─ se ha hecho exégesis estoica en Romanos VIII 16-17, donde se establece un
vínculo con la doctrina de la ciudad compartida por hombres y dioses. “El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu
para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos:
herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser
también con él glorificados”.
Esta
influencia del estoicismo en la filosofía teológica de Pablo de Tarso también
la considera Mario Margulis[6].
Así lo expone: “En los primeros años del
desarrollo de la Iglesia cristiana, particularmente en los escritos de San
Pablo y sus seguidores, se advierte la fuerte influencia de la filosofía
estoica. Junto con la codificación de los actos prohibidos, que entraban en una
categoría, que él denominaba ‘los pecados de la carne’, San Pablo, que no era
favorable a la procreación (estaba convencido de la inminencia del fin del
mundo), se oponía a la sexualidad aún dentro del matrimonio y propicia la
virginidad masculina y femenina”.
La
conversión de Saulo (Pablo) de Tarso, se ha relatado como un cuento del
realismo mágico, según lo escrito por su discípulo Lucas. Es posible que ya
antes de su viaje a Damasco, Pablo tenía dudas sobre la utilidad de la Ley de
Moisés y hasta se opone a la práctica de la circuncisión. "Nosotros somos los verdaderos circuncidados,
pues servimos a Dios en espíritu y confiamos no en cosas humanas, sino en
Cristo Jesús" (Filipenses,
3:3)
Según
el relato en Hechos y en lo anotado por Pablo, él había recibido cartas de los
sacerdotes para perseguir a la comunidad judeocristiana que existía en Damasco.
Y allá se dirigió, dice, con más celo por las tradiciones que sus propios
padres. En Damasco existía una comunidad judeocristiana que probablemente, como
señala Frederick F. Bruce[7],
eran procedentes de Galilea por el hecho de que Galilea estaba muy cerca de
Damasco y de las otras ciudades de la Decápolis[8]. Según
el discípulo de Pablo, Lucas en Hechos 9: 3 -5: Mientras [Pablo] iba de
camino, ya cerca de Damasco, le envolvió de repente una luz que venía del
cielo. Cayó al suelo (Conviene aquí recordar que los viajes en esa época se
hacían a pie, por lo que la famosa imagen de Pablo cayendo “del caballo” que
tanto hemos visto en cuadros y pinturas, no corresponde a la realidad. Ariel
Alvarez Valdés) y oyó una voz que le
decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Preguntó él: ¿Quién eres tú, Señor?
Y él respondió: Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. ¿Fue esto así, en realidad? En ninguna de sus
cartas Pablo menciona la experiencia del Camino de Damasco. En Gálatas 1: 11 y
12, Pablo solo menciona que el evangelio de Jesús lo recibió directamente de
este: “Mas os hago saber, hermanos, que
el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo”. Y en
los versículos del 15 – 19, Pablo agrega: “Pero
cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo
en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida
con carne y sangre, ni subí a Jerusalén
a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de
nuevo a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro,
y permanecí con él quince días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino
a Jacobo el hermano del Señor”.
Ese
es el cristianismo de Pablo, un evangelio que, supuestamente le fuera revelado
por el mismo Jesús. No lo recibió de la boca de los discípulos que seguían a
Jesús, que le escuchaban hablar, a quienes les explicaba sus parábolas. Si
Jesús le reveló a un hombre, a solo un hombre, que por demás era un fariseo
helenizado, todo su evangelio, entonces, ¿por qué eligió a doce de sus
discípulos como apóstoles, si toda su prédica, toda su enseñanza podía
transmitirla por inspiración divina a cualquier hombre, dispuesto a dedicarse a
la predicación? ¿Acaso los apóstoles de Jesús, solo le servirían a él como
simples testigos oculares de su resurrección? De acuerdo con Lucas, esto parece
ser la intención de Jesús, así lo redacta en Hechos 1: 8, cuando le atribuye a
Jesús resucitado, diciéndole a todos sus discípulos, poco antes de su ascensión
a los cielos: “...me seréis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”.
Lucas que no fue testigo de la resurrección de Jesús, ni de su ascensión, es el
único que cita estas palabras supuestamente dichas por Jesús.
En
Corintios 9:1, Pablo solo hace una breve referencia a la revelación de Jesús,
al mismo tiempo que reclama su condición de “apóstol”: “¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro?”
En el Capítulo 15 de esa misma epístola Pablo, en los versículos 5 – 10,
recalca sobre las milagrosas apariciones de Jesús, e insiste en su condición de
“apóstol”: “[Jesús] ...apareció a Cefas
[Pedro], y después a los doce. Después
apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún,
y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo,
me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy
digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la
gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo,
antes he trabajado más que todos ellos...”
Todo
el relato de la conversión de Saulo, tal como se relata en Hechos de los Apóstoles,
resulta sospechosa, y mucho más venido de la mano de un gentil converso,
discípulo de Pablo, que por demás fue uno de sus mejores servidores. ¿Habría
mentido Lucas novelando la anécdota del camino a Damasco, para hacerla más
interesante, más dentro de lo real maravilloso? Es muy posible, toda novela
tiene su propia verdad. Es que Hechos es toda una historia novelada, más que el
relato de un cronista o de un historiador. Lucas hace gala de imaginación
citando el discurso pronunciado por Pedro en Pentecostés en el Capítulo 2,
abarcando 22 versículos, y luego, en el Capítulo 3, cita otro discurso de
Pedro, esta vez pronunciado en el pórtico de Salomón, desde el versículo 12 al
26. Todo un poema es el discurso de Esteban frente a sus asesinos, que cita en
el Capítulo 7 entre los versículos 2 al 56. ¿Cómo es posible que Lucas
reproduzca tales discursos espontáneos de Pedro y Esteban? Esos discursos, que
él no había escuchado, y sobre todo el de Esteban ─ evidentemente ─ no fueron
redactados previo antes de ser pronunciados. En ese tiempo no existían
grabadoras. Todos los escritores hacen gala de su florida imaginación. La
imaginación de un novelista es potro bravío, que, en ocasiones, se desboca en
desesperada carrera sin hacer caso de riendas y freno.
Pero
Lucas, siguiendo la prédica de Pablo, hace de esos discursos toda una
predicación del Antiguo Testamento, citando a Moisés, a David y los profetas.
En esos discursos, que cita y elabora Lucas, apenas se hace una escueta
referencia a Jesús.
En
su afán de ser reconocido como apóstol ¿Mintió acaso Pablo, para alcanzar ese
reconocimiento? En Romanos 3: 7, Pablo parece aceptar haber mentido, sin decir
cuándo ni en qué caso. Pero adorna su mentira como necesaria para la gloria de
Dios, lo que no puede hacerle pecador: “Pero
si por mi mentira la verdad de Dios abundó para su gloria, ¿por qué aún soy
juzgado como pecador?”
Para
justificar su apostolado, Pablo no dejaba de asegurar que Jesús directamente le
comunicaba mandatos y la hacía revelaciones. ¿Mentía Pablo? No mentía en cuanto
él daba por cierto todas sus alucinaciones. Y en la época de su predicación lo
real maravilloso marcaba la vida de todos. La gente le creía, y él mismo se
creía. Estas alucinaciones paulistas han sido consideradas por diversos autores
como originadas por una especie de epilepsia del lóbulo temporal, que, en
determinado momento, puede presentar un cuadro de crisis focal con alteración
de la conciencia. Pablo se ha referido a sus condiciones de salud en varias
ocasiones. En una página católica se ha dicho: “Pablo tenía una enfermedad crónica que le limitaba muchísimo en sus
viajes apostólicos. No sabemos muy bien de qué se trataba. Esta enfermedad se manifestaba en ataques
agudos que lo incapacitaban”[9].
En
Gálatas 4:13 y 14, Pablo señala: “Pues
vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el
evangelio al principio; y no me
despreciasteis ni desechasteis por la prueba que tenía en mi cuerpo, antes
bien me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús”. ¿Se
trataba de una afección vergonzosa? Algunos identifican “la prueba que había en
el cuerpo” como máculas de una tara sifilítica heredada. En 2 Corintios 12:7 y 8,
Pablo habla de una espina clavada en su carne: “Y para que la grandeza de las
revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de
Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera”. Esto
último, dicho por Pablo, hace pensar en los síntomas propios de la epilepsia
del lóbulo temporal, que provoca alucinaciones de déjà vu y dolores en el
cuerpo y desconocimiento de haber tenido una convulsión. Así pues, es probable
que la dramatización literaria de la conversión de Saulo en el camino a Damasco
que se ilustra en Hechos de los Apóstoles, tenga una base de verdad.
Es
posible que Pablo le haya comunicado a Lucas haber tenido un desvanecimiento y
fuera llevado al mesón de un tal Judas en Damasco. Allí le habría ido a visitar
uno de los discípulos de Jesús de nombre Ananías, quien le habría auxiliado
para su recuperación. En algún momento, tal vez, Ananías le hubiera reclamado a
Saulo diciéndole: “¡Saulo, Saulo!, ¿por qué nos persigues?”, y puede ser que
este Ananías le hubiera predicado a Saulo en su lecho de convaleciente la
palabra de Jesús. Pero todo esto solo puede ser hipotético.
Pablo,
en toda su prédica no cita textualmente alguna frase atribuida a Jesús, solo
las citas que emplea de apoyo a sus argumentos, son tomadas del Antiguo
Testamento de acuerdo con la traducción griega de la Septuaginta, y no ─ como
expresa Duque ─ según las escrituras originales hebreas. Es claro que no puede
citar a Jesús, porque no le conoció y todavía no se habían redactado los
evangelios. A pesar de todo, Pablo creía lo que decía, creía sinceramente que
Jesús era el Cristo, como creyó también en su resurrección. Y convencido de
todo ello, no dudó en entrega la vida por sus creencias. Nadie está dispuesto a
morir defendiendo una mentira que haya formulado.
En
el epistolario de Pablo, se reconocen como escritas por él, las siguientes: Epístola
a los romanos, Primera y Segunda epístola a los corintios, Epístola a los
gálatas, Epístola a los filipenses, Primera epístola a los tesalonicenses y
Epístola a Filemón. Existen además varias que se le atribuyen a Pablo
erróneamente, ya que fueron redactada por otros autores, quizá discípulos suyos
que asumieron el nombre de Pablo para darles autoridad. Estas son las
denominadas, epístolas paulinas pseudoepigráficas o epístolas deuteropaulinas,
es decir, posteriores a Paulo. En este grupo se encuentran las siguientes
epístolas: Segunda epístola a los tesalonicenses; Epístola a los colosenses; Epístola
a los efesios; Primera epístola a Timoteo; Segunda epístola a Timoteo; Epístola
a Tito, y muy en especial, la Epístola a los hebreos, considerada por la
mayoría de los estudiosos, como una carta apócrifa de Paulo. Martin Lutero,
consideró que la carta a los hebreos fue escrita por Apolo un discípulo de
Filón.
En
esas sus cartas, todo es un cántico a la doctrina judía, Comenzando por Adán,
supuestamente el primer humano, por quien entró la muerte y Jesús el que
cerraría la puerta de la muerte abierta por Adán (Romanos 5:15). Continuando
con Abraham, padre de todos los creyentes (Romanos 4:11) La doctrina de Pablo
es la del vino nuevo guardado en odre viejo.
Pablo,
evidentemente era un hombre muy culto. Dominaba el griego Koiné a la perfección
y hasta pudo crear un neologismo que sería básico en todo el desarrollo de la
doctrina paulista, el concepto de fe.
Pablo necesitaba encontrar una palabra que en sí misma concretara las ideas de
verdad. confianza y fidelidad, que en hebreo se dice emunah (אֱמוּנָה,); una palabra que además de estos conceptos
generara la idea de adoración a Dios y que confirme la Ley (Romanos 3:31). Y
encontró la palabra que respondía perfectamente a esos significados: Pistis (Πίστις). El nombre de una deidad
griega que representaba todo eso que Paulo quería expresar. Ese neologismo es
la palabra que en español se dice Fe.
La idea es captada por el autor de la carta a los hebreos, que ciertamente no
fue Pablo, cuando define: “Es, pues, la
fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”
(Hebreos 11: 1). Pistis, en la mitología griega era el daimon o espíritu de la
confianza y la fiabilidad que era adorado junto a la diosa Themis (Θεμις), la
del buen consejo, hija de Gea y Urano, deidad de la justicia. Cuando Jerónimo
de Estridón, comenzó a traducir el Nuevo Testamento al latín (382 de la era
cristiana), debió haberse encontrado un gran problema para traducir al latín la
palabra pistis, como equivalente a fe, no existiendo entonces tal palabra. No
le quedó más remedio que, en lugar de la deidad griega, buscara una deidad
equivalente en la cultura romana, y la encontró en Fides la diosa de la
confianza, hija de Saturno y Virtus. Y del nombre de tal deidad se derivó la
palabra fe en español. Y fe (Pistis)
fue el elemento más importante en la doctrina paulista y el más significativo
en el nuevo culto cristiano que Pablo iniciaba.
En
Pablo la doctrina de Cristo, resumida para él en solo su crucifixión y
resurrección, es una mezcla abigarrada de tesis del Antiguo Testamento desde el
punto de vista de un fariseo, y un ideal influido por el estoicismo. Él
reinventa al cristianismo, lo convierte en religión, lo aparta de todo lo que
proclamaban las comunidades cristianas, ya formadas antes de que él iniciara su
predicación. Pablo funda una iglesia, la de los cristianos paulistas. La labor
de los discípulos directos de Jesús, se desconoce, en Hechos no se recoge su
actividad predicadora. Lo que se conoce de ellos, solo son leyendas. Hechos de
los Apóstoles los borraron de la historia. Sin embargo, si Pablo no hubiera
existido, el cristianismo, posiblemente hubiera quedado como una nueva
filosofía dividida en diferentes escuelas, entre las que resaltaban lo
gnósticos.
La
enseñanza de Cristo luego fue adulterándose por medio de los numerosos
concilios que la denominada Iglesia Universal desarrolló a lo largo de los
siglos. Tanto se ha desfigurado a Jesús que hasta físicamente lo presentan como
si fuera un noruego de ojos claros y cabellera rubia. ¿Reencontraremos a Jesús
finalmente, al verdadero Maestro?
[1] El Evangelio de Tomás es el único redactado en arameo, la lengua
que practicaban Jesús y sus discípulos. Aunque el encontrado en Nag Hammadi
estaba escrito en copto. Para muchos estudiosos la fecha de su redacción
primera habría sido alrededor del año 50, incluso antes que el Evangelio de
Marcos. Posiblemente estaba directamente relacionado con el supuesto documento
Q.
[2] Los ancianos
eran funcionarios de las sinagogas judías que tenían a su cargo los asuntos de
la congregación, contaban con un grupo de funcionarios para atender asuntos
concretos, entre los que siempre tenía que haber: el archisinagogo (o
presidente de la sinagoga)
[3] Douglas Tenney. Galilea. Bibliatodo Diccionario
[4] Jorge Eduardo Medina Barranco. El Cristo gnóstico. Escuela gnóstica
[5] Otoniel Duque. Influencia
del cosmopolitismo griego en el pensamiento ecuménico de San Pablo y San
Agustín. Universidad de los Andes.
[6] Mario Margulis, Juventud,
cultura, sexualidad. Editorial Biblos. Buenos Aires, 2003
[7] Frederick F. Bruce. Pablo,
apóstol del corazón liberado. Colección Biografía Bíblicas. Editorial CLIE,
Barcelona, 2012
[8] Las diez ciudades griegas que formaban la Decápolis y el
territorio actual donde se encuentran
Canatá
en Siria. Damasco, actual capital de Siria; Escitópolis, en Israel, la única
ciudad al oeste del río Jordán; Hipo, en Israel; Capitolias o Dión en Jordania;
Filadelfia, hoy en día Ammán, la capital de Jordania; Gádara, en Jordania;
Gerasa, en Jordania; Pela, en Jordania; Ráfana, en Jordania.
[9] Mercabá Enciclopedia Hispano-católica Universal
As stated by Stanford Medical, It's indeed the ONLY reason women in this country live 10 years longer and weigh on average 19 kilos less than we do.
ResponderBorrar(And realistically, it has totally NOTHING to do with genetics or some hard exercise and really, EVERYTHING related to "how" they are eating.)
P.S, I said "HOW", not "WHAT"...
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