Fernando
Yurman. Blog POLIS
¨Nadie sabe lo que puede un cuerpo¨ Baruch Spinoza
Después de semanas de épica resistencia de
ciudadanos venezolanos contra la mayor desgracia de su era republicana, es difícil
disimular las escamas del engendro. Una criatura informe que creció con la
complicidad de muchísimos gobiernos y mafias que circulaban en su misma red de
corrupción. Esa simpatía diplomática, un capitulo mayor en la Historia Latinoamericana
de la Infamia, ahora destaca en su negro esplendor. Una entidad monstruosa
que desde los delirantes orígenes chavistas evolucionó deformada de verborragia
socialista, musculatura fascista, apropiación capitalista salvaje y vocación
gangsteril. Su malignidad fue tenazmente desconocida por las figuras
oportunistas de Podemos en España, la ultraizquierda fascista de Francia, la
izquierda caviar de intelectuales necrofílicos de Argentina, la izquierda
fascistizada por los oportunismos populistas que impregnaron el continente, la
espiritualidad pragmática de un Papa saludador, y los románticos de café que
suelen tener orgasmos con las imaginarias revoluciones latinoamericanas.
Difícil entender el rango ético en las contorsiones a que arribó esa fauna. Sus
posiciones, que años atrás preservaban cierta moralidad racional, una apuesta
vaga por el bien genérico, justificaron abiertamente un maltrato cuya sangre
les salpica en la cara.
La envoltura ideológica de izquierda, una
referencia de la cultura occidental, amaga terminar en religión enfermiza, algo
que otorga un suplemento de identidad, como las sectas o las certezas místicas.
Carente de eficiencia, hace tiempo que rebota en la oquedad, un vacío que
solo aplaca una dosis exaltada de pasión fascista. Solo eso explica la bonhomía
ideológica persistente que guardan con los verdugos de un pueblo inerme.
Cuando se leen artículos sin firmar que
sugieren que hay dos bandos en las calles de Caracas, no un pueblo solo
contra la monstruosa maquinaria asesina, se sabe que son escribas comprados.
Equiparan la ciudadanía desarmada con la Guardia Nacional, la gente con el ejército
corrompido y los sicarios pagos del gobierno. Procuran una mirada
mesurada, que preserve el equilibrio, como si estuvieran evaluando la puja de
dos cantones suizos y no las calles sangrientas de un pueblo hambriento.
Es sabido el esfuerzo de este régimen
por construir el discurso de una guerra imperialista de cartón pintado, un
panorama verbal que excuse el saqueo y los asesinatos a mansalva. Pero cuando
la evidencia es dudada en niveles superiores, en plumas y voces que aparentan
idoneidad y conocimiento, que parecen saber de una verdadera ¨guerra
económica¨, y del terrible “imperialismo¨, y de la ¨formal democracia¨, uno se
pregunta sobre la hondura de esos seres. Serán vocacionalmente brutos o
infames, y vacilamos, no pueden ser tan infames, deben ser muy brutos, y luego,
no pueden ser tan brutos, deben ser muy infames. Quizás sean equitativamente las
dos cosas, pero lo cierto es que ven un pueblo aplastado por delincuentes
reconocidos y solamente pueden hacer especulaciones adolescentes desde la ¨belle indiference¨ de su aparato ideologico.
Harto de palabrería, un pueblo reunido por las
redes digitales, salió a la calle casi sin líderes, con la honda certeza de su
inermidad y su razón justa contra un gobierno forajido. No
¨amaneció de bala¨, como decía un verso legendario de la vieja izquierda, sino
con decisión de resistir. Fué la represión, el acoso, el hambre programado, contra una voluntad
popular tan difusa como genuina. Sin comida, usando un poco del excremento
posible, las bombas llamadas poputov defienden y también ilustran simbólicamente
ese lugar rebelde del cuerpo, el hambre que no los ha doblegado, y les permite
echar a los opresores su verdadera sustancia. El ¨pupu¨, nombre venezolano del
excremento, pone afuera la verdad desnuda de esta confrontación.
Ya había aparecido un manifestante desnudo,
luego una mujer mayor que ofrendaba su debilidad a una tanqueta, ahora son
bombas de excremento, un testimonio del furioso interior y un rechazo del
palabrerío ideológico. Es la zona
desconocida del cuerpo social que sucede metafóricamente más allá de la
palabra.
Cabe recordar que uno de los mejores cuentos
fantásticos venezolanos se llama ¨La máquina
de hacer Pupu¨, una suerte de ironía sobre las primeras y sombrías décadas
del siglo XX, y ahora convertida en una ironía profética. El petróleo, a su
vez, fue llamado literariamente ¨el excremento del diablo¨, y los balancines que
pican la tierra de los yacimientos ¨los buitres carroñeros¨. También la
corrupción pertenece a esa química de la fermentación, una administración
delictiva que se pudre, y ha sido comparada con la falta de control de
esfínteres, porque compulsa sin reglas y no diferencia afuera y adentro, lo
propio y lo ajeno. Esta dimensión metafórica intestinal, que también expresa la
convicción ¨hicieron mierda el país¨, está hoy en el aire, aunque no se
nombre en un discurso. Sucede en una simbolización silenciosa, implícita e
incesante.
Aquella pintura de Delacroix, ¨La libertad
guiando al pueblo¨, y las fugas en ¨Los miserables¨ de Victor Hugo, difundieron
las metáforas de barricadas y turbas del siglo XIX incluso entre los que
jamás oyeron hablar de ellos. La corriente de gente impedida por el dique del
poder, subyace en esas primeras gestas urbanas. Las calles son el lugar del tránsito
público, no había barricadas en las guerras campesinas, y ese tránsito impedido
a las ¨masas¨ se volvió también una metáfora. Casi
todas las ideologías populares la sostienen sin explicitar, el pueblo como
correntada y el poder como represa, en frases como ¨La marea de protestas
anego el poder¨, ¨canalizaron el descontento¨, ¨no pudieron obstruir la
confluencia de los pueblos¨, ¨ La voluntad política se abrió un cauce¨, ¨la
represión impidió¨ , que suponen una corriente y un impedimento. Esa metáfora
era tanto ideológica como urbana, basta recordar ¨El hombre de las multitudes¨ de Edgard A Poe, casi coetáneo con los
tumultos de Paris en los ¨treinta¨ de ese siglo. Casi doscientos años viajaron
esas metáforas en folletines y tratados, y cuando se agotaron
malversadas (metáfora de la metáfora), y el cuerpo real no tuvo representación
que lo manifieste, fue el excremento, como en la histeria el vómito, lo que
trató de expresarse. En Caracas, donde los manifestantes tenían que escapar por
la cloaca del Guaire, como Jean Valjean por las alcantarillas de Paris, es el
excremento lo que guía al pueblo, un testimonio cabal del cuerpo sin banderas que
está expulsando el mal envuelto en sus declaraciones mentirosas. Perdido el símbolo, es
el signo físico lo que circula en esa violencia.
Walter Benjamin sostenía que la alegoría es
al lenguaje lo que las ruinas son a las cosas, y Venezuela, una sociedad en
ruinas, con un lenguaje pervertido por la mentira y la falsa emotividad
ideológica, no puede sino alegorizar con su cuerpo, hasta que las palabras
vuelvan a ser sustantivas. Las primeras protestas se llamaban ¨guarimbas¨,
nombre que deriva de un juego de calle infantil, y que extiende en la protesta
sus reglas de juego. La actuales, incesantes, impredecibles, temerarias,
abandonaron ese nombre y están buscando el suyo. Las ¨poputov¨ son las primeras
letras.
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