Alvaro Vargas Llosa. El Instituto Independiente.
Occidente se llama a escándalo porque los Hermanos Musulmanes y sus derivados ganan con comodidad las elecciones en los países árabes (esto, en el supuesto dudoso de que el mundo árabe no pertenezca a Occidente). Asusta que en Túnez, Marruecos y Egipto (donde la segunda vuelta acaba de ratificar lo sucedido en la primera) reemplacen a la bota marcial con el Corán y la Sunna.
No hay nada sorprendente en lo que sucede. Ya había triunfado Hamas en Gaza en 2007, organización también “desovada” por los Hermanos Musulmanes. Y aunque en Sudán el islamista Omar al-Bashir no llegó al poder por la vía electoral sino por un golpe de Estado, en 1989 habría barrido en la urnas si las hubiese habido.
Las razones no son difíciles de entender. Los Hermanos Musulmanes son la organización política más antigua del mundo musulmán. Nacieron en 1928 en Egipto. Como el Apra, organización nacionalista y populista de América Latina surgida en los años 20´ y salvando las distancias, tuvieron desde el inicio una vocación internacional: crearon “capítulos” en varios países. Llevan un siglo buscando el poder. Cualquier organización que sobrevive tanto tiempo tiene -y renueva- arraigo popular. La combinación de activismo político y asistencialismo religioso, que estuvo en el propósito de los fundadores desde el inicio, permitió a la organización soportar la clandestinidad política sin tener que soportar la clandestinidad social.
Mientras eran reprimidos o prohibidos por distintos gobiernos, seguían actuando allí donde importaba -entre los pobres- con una combinación de mística y dinero. El tiempo y los reveses fueron haciendo de ellos los políticos más astutos del mundo. Allí donde entendían que había obstáculos, hablaban del largo plazo; allí donde estaban en seria desventaja, optaban por la no violencia; allí donde se sentían fuertes, usaban el terrorismo; allí donde la vía electoral parecía abierta para colocar un pie en la puerta democrática, lo metían. Y esperaban. Y esperaban.
Los liberales y seculares, en cambio, ni tenían la implantación social, ni contaban con entrenamiento político, ni tenían peso en las mezquitas mientras los países árabes se llenaban de dictadores militares nacionalistas que robaban, fornicaban y mandaban sin contemplaciones. Eran una entelequia; su insignificancia parecía justificar a los dictadores, que con apoyo de las democracias liberales, argumentaban (el verbo es excesivo) que sólo había dos posibilidades: ellos o el califato.
Por eso había algo parcialmente engañoso en las revueltas de la “primavera árabe”: en ellas, los grupos de inclinación liberal y secular adquirieron un protagonismo que parecía anunciar una mayoría. No eran mayoría. Eran una sociedad civil emergente pero no emergida. Es lógico. Lo impresionante es que gracias a la era informática y la globalización tantos jóvenes árabes sean tan liberales y seculares.
¿Está todo perdido? Claro que no. La batalla cultural en favor de sociedades libres y laicas será larga, como lo es en América Latina la batalla contra el populismo (allí sigue el peronismo, la religión argentina). Pero hay síntomas de que los islamistas van a actuar dentro de un cierto pluralismo y moderación. Los tres grupos islamistas que han encabezado los resultados en Túnez, Marruecos y Egipto así lo han dicho una y otra vez. En la primera ronda de las elecciones en Egipto, no es tanto el triunfo del partido Libertad y Justicia (los Hermanos Musulmanes) lo que asustó a las minorías liberales, sino el segundo lugar, con un 20 por ciento, de los salafistas de al-Nour. Los primeros han mantenido un discurso prudente.
¿Mera táctica? No parece. Los fanáticos son astutos pero no hipócritas. Hay al interior del islamismo un debate -que se remonta a los años 20, cuando nacieron los Hermanos Musulmanes- sobre la separación entre Estado y religión. En todos los grupos que han ganado las elecciones hay por lo menos una tendencia hacia una versión más actualizada y secularizada del Islam que convive con la otra.
A ello se suma que los grupos liberales, por minoritarios que sean, fueron los artífices de la caída de varios tiranos. Ese antecedente es un poder que debería servir para prevenir desde ahora, mediante constituciones e instituciones, cualquier tentación teocrática. No me extrañaría que acabemos viendo una alianza táctica de los liberales y los ejércitos (lo cual, vaya ironía, podría ayudar con el tiempo a democratizar a los segundos, grandes culpables del crecimiento del islamismo). Numerosas encuestas muestran que amplios sectores de la sociedad musulmana quieren democracia. La base moral de los liberales es bastante superior a su base electoral.
Otra baza con que cuentan los liberales es que tienen interlocución con (y la simpatía de) el mundo exterior, léase las democracias occidentales. La tendencia moderada del islamismo no puede darse el lujo de romper con ellos porque sería devorada por la tendencia radical y perdería crédito externo, que le interesa mucho en este momento.
Queríamos democracia en el mundo árabe, ¿no? Pues ahí la tenemos. Con todas sus sombras, es mucho mejor que lo otro.
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