Nicholas D. Kristof
Un año antes de que el presidente Barack Obama enfrente la reelección, veamos lo que les ha ocurrido a otros líderes occidentales que enfrentan a electores en este vórtice económico.
El gobierno socialista de España fue derrotado en una abrumadora votación hace una semana, dejando al partido con el menor número de integrantes del Parlamento desde que se introdujeron las elecciones democráticas en 1977.
Lo mismo ha sucedido a dirigentes en funciones de Irlanda a Finlandia y de Portugal a Dinamarca: España fue el octavo gobierno que cayó en Europa en dos años.
En esta crisis económica, Obama enfrentará los mismos vientos contrarios. Eso debería ser una advertencia para los demócratas quejumbrosos: si no les gusta cómo marchan las cosas, esperen y verán.
Obama llegó al cargo con expectativas que Superman no podría haber cumplido. Muchos integrantes de la izquierda creyeron lo que la derecha temía: que Obama era un liberal a la antigua.
Sin embargo, el cauteloso centrismo del presidente avinagró a la izquierda sin tranquilizar a la derecha.
Obama subestimó enormemente la duración de esta crisis económica, y para un hombre con un espectacular don de oratoria, ha sido asombrosamente inepto para comunicarse.
Sin embargo, a medida que nos acercamos a un año electoral, es importante reconocer que a Obama le ha ido mejor de lo que reconocen muchos detractores a diestra y siniestra.
Asumió la presidencia en la peor recesión en más de medio siglo, entre temores de una total implosión económica.
La administración nos ayudó a regresar del borde de la ruina económica. Obama supervisó un estímulo económico que, si bien fue muy pequeño, fue mucho mayor que el que habían propuesto demócratas de la cámara baja.
Rescató a la industria automovilística y logró una reforma al cuidado de salud que varios presidentes han estado buscando desde tiempos de Theodore Roosevelt.
A pesar de la virulenta oposición que ha paralizado al gobierno, Obama apuntaló la regulación de la industria del tabaco, firmó una ley sobre salarios justos y recrudeció el control de la industria de las tarjetas de crédito.
Se ha mostrado fenomenal con respecto a la educación, despegando al Partido Democrático del apoyo ciego a sindicatos de profesores, al tiempo que sigue intentando fortalecer las escuelas públicas.
En política exterior, Obama ha corrido un par de grandes riesgos. Aprobó el ataque al complejo de Osama bin Laden en Pakistán y, pese a muchas críticas, encabezó el esfuerzo internacional para derrocar a Muamar Gadafi. Hasta ahora, ambas apuestas están dando fruto.
Cierto, la crisis económica opaca todo lo demás, como ocurre en cada presidencia. Ronald Reagan, el presidente de teflón, registró una caída en el índice de aprobación de su desempeño del 35 por ciento en enero de 1983, debido a complicaciones económicas. Una titubeante economía lanzó la popularidad del presidente Bush padre en picada, desplomándose hasta 29 por ciento en 1992.
En comparación, Obama tiene un índice de aprobación de aproximadamente 43 por ciento, según Gallup.
El senador de Illinois, Dick Durbin, piensa que, con el tiempo, los liberales se unirán al presidente. De cualquier forma, resulta difícil ver cómo reproducirá Obama la concurrencia de votantes que lo propulsó a la presidencia, o cómo repetirá victorias en estados cruciales como Florida y Ohio.
Pero los republicanos enfrentan una brecha similar de entusiasmo con su afortunado nominado, Mitt Romney.
Los republicanos siguen buscando a cualquier otro candidato que consideren que sería elegible, cuando ya tienen uno: Jon Huntsman. Sencillamente, no les agrada.
Previamente en este mes, le pregunté a Bill Clinton sobre las probabilidades de Obama para la reelección. “Me sorprendería si no es reelegido”, dijo Clinton.
Clinton dijo que Romney había hecho “un trabajo muy bueno” como gobernador de Massachusetts y sería un creíble candidato para las elecciones generales.
Sin embargo, agregó que Romney o cualquier nominado republicano se vería frustrado por “un ambiente político en las primarias republicanas que, esencialmente, significa que no puedes ser auténtico a menos que tengas un coeficiente intelectual de un solo dígito”.
Recordemos el año 2000. Muchos demócratas y periodistas por igual magnificaron las carencias de Al Gore. Olvidamos el contexto, nos enorgullecimos de nuestra desdeñosa superioridad, y ganamos ocho años de George W. Bush.
Esta vez, hay que esforzarnos más por conservar la perspectiva. Si sacamos a Obama de la presidencia en un año, hay que asegurarnos de que sea porque es preferible el nominado republicano, no solo porque nos quejamos del presidente en funciones en tiempos difíciles.
© 2011 New York Times News Service
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