El guateque de la CELAC había comenzado con mal pie. A fin de cuentas, allí estaba como invitado de pleno derecho Raúl Castro, el sucesor de la dinastía familiar
Gina Montaner
¿Acaso la política no es nada más que una gran escenografía con huecos gestos teatrales? Algo de eso hay. No hay otra manera de explicarse los resultados de la primera cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que concluyó este sábado en Caracas.
No cabía esperar demasiado de un encuentro impulsado por dos agitadores de la región, Hugo Chávez y Rafael Correa, ambos con agendas muy concretas: invitar al resto de los mandatarios latinoamericanos a crear un club excluyente y enfrentado a los vecinos del norte, Estados Unidos y Canadá. Escapar a la obligación de rendir cuentas en materias de violación a los derechos humanos, libertad de expresión y cumplimiento de las reglas democráticas.
Por último, conseguir sumar a la treintena de países que se congregaron en la capital venezolana al proyecto antiimperialista del socialismo del siglo XXI. La reunión contaba con la bendición desde el más allá de Néstor Kirchner. Chávez, propenso a resucitar a los muertos, invocó el espíritu del desaparecido ex presidente argentino.
Pero hay muertos que todavía tienen la apariencia de estar vivos, como es el caso de Fidel Castro. El líder bolivariano también lo invocó por su "contribución a la integración latinoamericana". El guateque de la CELAC había comenzado con mal pie. A fin de cuentas, allí estaba como invitado de pleno derecho Raúl Castro, el sucesor de la dinastía familiar. Sin el menor bochorno, el hermano menor de Fidel forma parte de la troika que preside el foro junto a Chile y Venezuela. O sea, en 2013 Cuba será anfitriona de este fallido invento.
Nada bueno puede esperarse de un encuentro en el que los 33 dignatarios presentes firmaron, sin que les temblara el pulso, una declaración sobre "la defensa de la democracia y el orden constitucional para actuar en caso de ruptura democrática en cualquier país de la región". Documento que cuenta con la rúbrica manchada de sangre de disidentes de Raúl Castro. La de Chávez y sus atropellos contra la oposición. La de Correa y su caza de brujas contra la prensa independiente. La de Daniel Ortega y las acusaciones que pesan sobre él por presunto fraude electoral. Un papelucho para tirarlo a la basura por tóxico y falaz.
De esta cumbre en la que sobró la palabrería retórica, el documento con mayor relevancia fue uno que todos suscribieron sobre el embargo de Estados Unidos a la dictadura castrista. De esta denuncia destaca el siguiente apartado: "el bloqueo está concebido a impedir a los cubanos que ejerzan su derecho a decidir por su propia voluntad, sus propios sistemas políticos económicos y sociales". Ni el más ligero temblor a la hora de garabatear firmas, a pesar de que lo único que le impide a los cubanos decidir libremente su destino es una satrapía que desde hace más de medio siglo ha convertido a la isla en una inmensa cárcel.
Mientras en el encuentro de la CELAC se apelaba al discurso patriotero de un continente lastrado por el complejo de inferioridad y el síndrome del victimismo, afuera se organizaban cacerolazos en contra del chavismo. Desde el exilio los periodistas perseguidos por Correa denunciaban el acoso a la prensa libre en Ecuador. Y en la localidad cubana de Palma Soriano la policía política reprimía a golpes una marcha de disidentes. Era el clamor del ruido que, como el título de un documental sobre la represión castrista del gran Néstor Almendros, nadie escuchaba. Mal comienzo para un club tan selecto
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