Angel Santiesteban-Prats. CAFÉ FUERTE.
- Por estos días la nación cubana debería estar llorando y retorciéndose en su propia traición. Da la sensación de un país que se desgasta de a poco, que se vende con prisa como alguien que intenta sacar cualquier beneficio antes de la partida.
La Hija de Emilio (1974), de Servando Cabrera Moreno, una de las obras subastadas por el gobierno cubano.
Desde hace años se viene subastando el patrimonio cultural en ofertas por vía internet. Obras de destacados artistas de la plástica, que ni siquiera están vivos para reponerlas. Creaciones que difícilmente volverán a nuestro país.
Este año se han subastado, por más de $600 mil dólares, las importantes obras de Servando Cabrera Moreno, Figura con ave, un cuadro de 1957, Capullo (1945), La hija de Emilio (1974), y Besos (1966). De Wifredo Lam: Último viaje (1979). Fueron 44 artistas entre los que se encontraban Tomás Sánchez, Mario Carreño, René Portocarrero, Amelia Peláez y Raúl Martínez. En los últimos años hemos perdido una parte importante de la riqueza pictórica de la nación.
Wilfredo Lam
En otros países las reglas de los gobiernos por salvar sus patrimonios culturales, que es intocable, cuando los coleccionistas particulares deciden vender, establecen que el Estado tiene la prioridad en caso de interesarle, y se aceptan tres proposiciones. En caso de no ponerse de acuerdo, el dueño tiene la posibilidad de quedarse con la obra pero no de venderla, y mucho menos de sacarla fuera de las fronteras del país. A eso agréguele, que por mantener en su casa un cuadro considerado Patrimonio de la Nación, anualmente debe pagar un impuesto al Estado. Me parece una labor loable. Considero que la pintura de cada nación donde mejor está es en sus museos, para que sea admirada por sus nacionales y los extranjeros que lo visiten.
Robo y demagogia
Aún por estos días escuchamos la denuncia de los voceros del gobierno cubano lamentándose por el “latrocinio en los museos por las tropas aliadas cuando entraron en Irak”. También aún el mundo solloza por las obras culturales destruidas y saqueadas por las hordas nazis a los países agredidos y que gran parte de ellas permanecen ocultas.
Pero en Cuba es como si no tuviéramos la capacidad de mirarnos a nosotros mismos, esa fue la educación exigida en aras de proteger a la supuesta revolución de 1959, y que no era más que la manera de permitirle a Fidel Castro hacer sus desmanes sin ser criticado; acepto que intentarlo hubiera sido una falacia de craso error, al enfrentarlo se recibía de inmediato un castigo feroz, pretender una crítica, ni siquiera constructiva en aras de una honestidad “revolucionaria”, es visto como un suicidio.
Pocos de aquella generación, ninguno de los que hoy viven dentro del país y tienen participación oficial en la vida social, enfrentaron los designios del Zar Fidel Castro, y en aptitud cobarde callaron porque no se consideraron aptos de asumir el castigo. Prefirieron ser esclavos, cómplices en silencio e incapaces de disentir. Lo que consideraron apropiado para la subsistencia, y olvidaron su lugar ante su conciencia y la historia, que los recogerá como lo que fueron y aún son en el presente.
Y esa educación intentaron trasmitirla a las tres generaciones que les han seguido. Y por no aceptarlo nos tildan de traidores, de estar en confabulación con un enemigo que ni siquiera hemos conocido, ni que ha intentado “comprarnos”, “captarnos”, o cualquier otra acusación hecha por los voceros de la sufrible Mesa Redonda, quienes ya no pueden creer en la conciencia martiana. Y que luego, en conversaciones personales, aceptan tanto o más que uno los problemas del sistema, y en ocasiones hasta se descubre cierta admiración por las antagónicas posturas que sus miedos, en momentos de rebeldía, no les dejaron desarrollar.
Intelectuales benéficos
Entonces qué nos puede quedar de un medio cultural que, en mi caso, por criticar que un grupo de intelectuales haya sido enviado a una Feria del Libro en México por el Instituto Cubano del Libro, sin la mínima garantía económica, máxime que iban representando a Cuba, se hayan prestado para atacar al que los defendía, por acatar las órdenes de los funcionarios que los enviaron a representar una imagen de “delegación de la hambruna”, y por persistir como escritores oficialistas dispuestos a mover las banderitas y continuar siendo considerados de “confianza” al régimen y, por ende, permanecer cobrando las dádivas en actitud mercenaria.
Fuera de Cuba he presenciado a Premios Nacionales de Literatura pedir limosna a los organizadores de eventos internacionales, con el pretexto de que “Cuba es pobre”, por lo que asumen que sus almas también lo son, y entierran el orgullo y el decoro. La “revolución” de tanto que les pidió sacrificio, de las veces que los ha hecho arrastrarse para pedir perdón por palabras o acciones cometidas y que a los políticos no les agradaron, les hicieron perder la vergüenza. Habría que parafrasear al indio Hatuey: “Si eso es la revolución, entonces prefiero no ser un revolucionario”.
Intelectuales que a pesar de no compartir sus posturas políticas se respetan, inconmensurables por su obra creativa, espiritual, y en muchos casos por su misión social. Pero asumen una actitud de silencio, a pesar de inferir que les duele en el alma ver cómo se pierde la riqueza cultural de la nación. El mismo Historiador de La Habana Vieja, el señor Eusebio Leal, que le ha devuelto al casco histórico el orgullo y el respeto que merece, calla ante el latrocinio del Gobierno. El gran poeta Roberto Fernández Retamar, director de la Casa de las Américas, también hace silencio ante la depredación, y se irá de esta vida con las sangres en su alma de los jóvenes fusilados en el intento de fuga en una lancha. El presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el etnólogo y escritor Miguel Barnet, también se calla como ha sabido hacer siempre. Ellos, entre muchos, que son las voces respetables, debieran aunarse para defender los tesoros culturales de la nación.
¿Qué haremos con el yate Granma?
¿Por qué el gobierno de Cuba no prefiere vender el yate Granma? Sé de algunos que lo comprarían, para destruirlos o adorarlo, el destino de esa chalana sería de su elección. ¿Por qué no vender todas las pertenencias del argentino Ché Guevara? Tiene muchos fans en el mundo que comprarían sus armas y uniformes con desprendimiento económico. Que se deshagan de esos museos heroicos por toda la isla copados con sus materiales de guerra. ¡Podrían ser subastados…!
Pero es que el egoísmo del régimen y la falta de respeto por la cultura ha sido constante. Se deshacen del arte porque lo subestiman, les molesta porque no refleja su épica o porque sus autores son homosexuales. Sólo lo ven como fuente de riqueza y, ante la crisis económica prefieren perder la nación que los símbolos que sustentan su ideología, su gran farsa y estafa. Y todo, ante el silencio cobarde de las voces llamadas a custodiarlas.
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