Pedro Roig. EL NUEVO HERALD
Raúl Castro está en proceso de fabricarse el disfraz de líder pragmático, orientado a un contradictorio desplazamiento doctrinal del dogma comunista, que los voceros del régimen califican como “actualización del socialismo”. Así buscan justificar las nuevas medidas económicas de claro significado capitalista, con el evidente propósito de mantener el control del gobierno.
Disfrazado de pragmático, el heredero del poder revolucionario trata de dar respuesta al desastre económico y al creciente descontento popular, estimulando la producción con medidas copiadas del manual del sistema de mercado libre. De esta forma, la gerontocracia militar marxista pretende sobrevivir en el poder, abrazada a conceptos empresariales de la odiada burguesía capitalista.
Hace más de medio siglo, Fidel Castro proclamó la naturaleza infalible del credo comunista. La historia demuestra que el “Comandante en jefe” y “Máximo líder de la revolución” se equivocó. De cara al desastre hay urgencia de disfrazar a Raúl, el perfecto estalinista, así como falsificar el dogma marxista sin necesidad de reconocer el fracaso de la doctrina infalible.
El pragmatismo tiene en John Dewey uno de sus más lúcidos filósofos, que sintetiza magistralmente las dos grandes corrientes culturales de los Estados Unidos: el puritanismo con su ética de trabajo y el espíritu pionero de la frontera, celosamente integrados en las garantías jurídicas a la libertad individual, el análisis de la experiencia práctica, la investigación científica y la voluntad regeneradora para rectificar errores. El pragmatismo define los resultados como factor esencial para determinar la validez de cualquier empeño humano.
Los resultados definen la utilidad del esfuerzo. En la filosofía de Dewey convive el dinamismo frenético por alcanzar el éxito con un generoso sentido de solidaridad social, asistida por una naturaleza libre que exige el cambio de ruta en caso de resultados negativos. Aquí descansa la esencia filosófica del pragmatismo. Disfraz que no le queda nada bien al pequeño Stalin del Caribe.
En 1961, Fidel Castro hizo el terrible anuncio de que la revolución era comunista. Cuba se transformó en un Estado policiaco y de inmediato se aplicó el catecismo de Carlos Marx que resume el comunismo en una frase: abolir la propiedad privada. Nadie podía ser dueño de nada. Las casas, fincas, comercios, industrias, autos, cuentas bancarias, absolutamente todo fue confiscado. Era la solución definitiva de la doctrina infalible contra la explotación burguesa.
La producción y el reparto de lo que generaba la economía quedaron en manos del Estado marxista. Lo que pasó después está a la vista. Una nación en ruinas, un pueblo engañado, una feroz represión y una juventud en rebeldía.
Este es el grave problema que enfrenta Raúl Castro. Hasta hoy el fiel cancerbero de la legitimidad ideológica de la revolución cubana. ¿Cómo explicar el cambio de rumbo sin traicionar el discurso de Fidel Castro? ¿Cómo explicar el retorno de la propiedad privada que es la esencia de la economía capitalista? Reconocer, medio siglo después, que se equivocaron implica la desaparición de su razón de ser. De que al final todo fue una mentira.
En el 2011, Raúl Castro ordenó varias medidas encaminadas a flexibilizar la rigidez dogmática, legalizando la propiedad de viviendas y vehículos. Esta “actualización del socialismo” es en realidad una contradicción ideológica que incluye créditos bancarios, permisos para establecer negocios por cuenta propia y la venta directa de productos agrícolas a los centros turísticos, excluyendo la participación del Estado. Estas tentativas de reformas parciales terminan naturalmente mal, atrapadas entre el dogma y la modernidad.
La magnitud del fracaso ideológico obligó a Raúl Castro a legalizar un incierto y controlado asomo capitalista, inducido por la necesidad de mejorar la producción sin verse obligado a reconocer que el “Máximo líder” jamás entendió la historia que explica como los dogmas “científicos” que desconocen el misterio de la fe colapsan en un momento de reflexión, nacido del valor irrenunciable de la libertad.
Todo indica que Fidel y Raúl Castro se niegan a aceptar el error. Que todo fue una farsa y que la revolución fracasó. Esto explica el disfraz de pragmatismo y el temor que los agobia. El régimen está en la fase final de represión y rebeldía. Raúl se abraza al poder pero de nada le servirá el disfraz. El entierro del comunismo en Cuba es una inevitable realidad de la historia.
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