Jorge Ramos. EL NUEVO HERALD.
La democracia no es suficiente. Votar casi nunca cambia radicalmente a un país. Es, por el contrario, una manera de reafirmar el sistema. No basta votar para cambiar. Cada vez más nos damos cuenta que votamos y las cosas siguen igual. Por eso las protestas en las calles y parques de Los Angeles, Oakland, Nueva York, México, Madrid y Atenas, entre muchas otras, nos indican que algo no está funcionando bien en la forma en que vivimos.
De entrada, estas protestas han sido mayormente pacíficas. Sí, quieren cambiar la estructura del poder pero no violentamente. No se trata de revoluciones armadas.
Me tocó ser testigo de los campamentos de tiendas de campaña en Madrid, Oakland y Los Angeles. Ya todos han sido desalojados por la policía. Estaban llenos de indignados, frustrados y enojados. No había líderes visibles ni tampoco sabían exactamente qué querían. Pero sí tenían muy claro lo que no querían.
No querían que el uno por ciento de la población controlara los destinos del otro 99 por ciento. Había quejas de todo tipo: contra los bancos, los gobiernos, las grandes corporaciones. No les gustaba el sistema educativo ni la forma en que trataban a los inmigrantes.
Querían, en pocas palabras, desechar lo viejo y comenzar de nuevo. Pero el punto en común de todas sus quejas era la desigualdad. No se vale que el salario de uno sea superior al de 99. No se vale que unos se vuelvan billonarios mientras otros se mueren de hambre, están desempleados y pierden sus casas. No se vale.
En los tres campamentos me sorprendió el enorme interés –casi obsesión– de sus ocupantes por aparecer en la televisión y en los medios de comunicación tradicionales que tanto criticaban. Pero ahora, con el invierno a punto de entrar y desalojados, tienen que demostrar que no fueron una llamarada de petate. Su gran reto está en transformar ese idealismo en algo que se pueda tocar.
Nos equivocaríamos si los catalogáramos de antisociales u oportunistas. Apuntaron con absoluta claridad lo que no funciona en Estados Unidos y en Europa.
De la misma manera, la marcha por la paz en México –liderada por el poeta Javier Sicilia– y las incontables manifestaciones para detener el número de muertos en la lucha contra el narcotráfico, no acaba con el problema pero sí lo define.
El presidente Felipe Calderón puede tener razón al enfrentar a los narcos pero la realidad es que su estrategia es un soberano fracaso. No se le puede llamar éxito a ningún plan que cargue más de 50 mil muertos. Las marchas contra la violencia han servido para demostrar que México no es su gobierno ni sus políticos y que sus ciudadanos están hartos de vivir con miedo.
El poder de la calle en el mundo árabe fue más allá de los gritos y los símbolos. En una primavera y en un verano los jóvenes árabes, armados con celulares, facebook y twitter, terminaron con cuatro regímenes autoritarios y despóticos en Egipto, Libia, Yemen y Túnez. Y hay otros más en la filita.
Qué maravilla ver a un dictador como Hosni Mubarak tras las rejas de Egipto. Ojalá el destino de Moammar Kadafi hubiera sido el mismo en Libia. Pero el mensaje es el mismo: no se va a tolerar a más tiranos.
No sé por qué sospecho que los hermanos Castro se hacen como los que no oyen… pero ellos siguen. Tienen un macabro sistema represivo. Sin embargo, ¿de verdad creen que los jóvenes cubanos aún no se han enterado por la internet que el planeta ya cambió y que ellos siguen viviendo en 1959?
Algo no está funcionando bien en este planeta. En todos lados los sistemas con los que vivimos durante décadas se están fracturando. Y la tecnología nos trae las revoluciones a nuestra pantalla del celular. Ya todo es local. Cuando no se puede más vivir así es cuando sentimos el poder de la calle.
Todos estos movimientos y revueltas –de Oakland a Madrid y de Trípoli a México– son ejemplos muy concretos del poder de la calle. Cuando los votos no cuentan, cuando la democracia se queda coja, cuando las cortes y la policía solo protegen a los poderosos, cuando las muertes y secuestros quedan impunes, cuando la sociedad toda beneficia solo a unos pocos, cuando la desigualdad se convierte en regla, cuando uno o dos deciden por todos… ese es el momento de salir a la calle.
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