Eduardo Van Der Kooy. CLARIN.
Cristina Fernández de Kirchner asume la presidencia de mano de su hija Florencia; la familiarización del poder.
La reasunción de Cristina Fernández se convirtió en una enorme alegoría de muchas cosas que suceden en la política argentina. La ruptura con Julio Cobos marcó hace tres años una crisis en el poder que concluyó ayer, con la desdorosa salida del dirigente radical y el arribo de Amado Boudou como vicepresidente. Ese epílogo retrata con fidelidad a un Gobierno que, más allá de ciertas invocaciones, resolvió atrincherarse solo entre leales y obedientes.
La despedida de Cobos pareció acentuar también un rasgo clásico del ciclo kirchnerista: la familiarización del poder. Florencia Kirchner entronizó a Cristina, cruzándole la banda presidencial, en una imagen sin precedentes en la historia. Máximo, su hijo, fue la figura que más veces enfocó en primer plano la televisión oficial mientras la Presidenta pronunciaba su discurso. Honor, al fin, a la memoria de Kirchner: fue él mismo quien maquinó el sistema de sucesión matrimonial en el poder que, tal vez, debió tenerlo ayer como protagonista principal de no haber mediado hace un año su muerte repentina.
Esa tendencia a la familiarización del poder encontró otros registros en la ceremonia de asunción y en el discurso. Cristina equiparó a Kirchner con Dios y con la Patria en la fórmula de juramento[1]. Trasuntó en ese instante, sin dudas, el peso de la pérdida y su dolor. Pero el mensaje, al margen del contenido, desnudó un hilo conductor inconfundible: siempre la autorreferencia y varias alusiones a Kirchner en su condición de supuesto mesías. La mención no sería justa ni bien dimensionada sin recordar otro par de aspectos. El agradecimiento genérico que hizo Cristina a todos los argentinos. La única mención dispensada a sectores de la oposición, en una hora y veinte de discurso, que acompañaron la sanción de la ley de medios.
Quizás la Presidenta no haya advertido el contraste, que en muchos momentos, pareció aflorar entre la escena y sus palabras. Kirchner estuvo muy presente en el mensaje, pero el peronismo pareció entre raleado y ausente en el Congreso y en las calles. El kirchnerismo, tal como se lo conoció hasta la muerte del ex presidente, podría haber empezado a sufrir un vuelco.
El kirchnerismo fue en su amanecer un laboratorio de ensayos donde fracasaron la transversalidad y la concertación. El ex presidente, en especial luego de la derrota del 2009, había resuelto replegarse en el PJ tradicional. Aun antes de la arrolladora victoria, Cristina dispuso un cambio de planes: aquel peronismo comenzó a ser relegado por los jóvenes de La Cámpora y por un lote de dirigentes y funcionarios que creyeron hallar una nueva oportunidad.
La Presidenta no mencionó al peronismo ni una vez al reasumir. Aludió a Juan Perón para reprocharle, delante de la Asamblea, la ausencia del derecho a huelga ─ que la historia indica que existió ─ en sus primeras presidencias. Utilizó también al ex presidente para enviarle un correo a Hugo Moyano, el gran ausente de la fiesta.
“El derecho a huelga que nosotros sí tenemos no es el derecho a la extorsión”, recriminó.
Es probable que Cristina haya dado el adiós definitivo al peronismo que nunca, en verdad, la terminó de convencer. En todo tránsito suelen ocurrir situaciones de incomodidad y confusión. El oficialismo estalló al final de la ceremonia en el Congreso entonando la marcha peronista. La mechó con párrafos de loas a Kirchner y a la Presidenta. El cristinismo que emerge y se afianza en el poder es todavía una expresión ideológica laxa, que se nutre del relato y de alguna mitología.
El mérito de Cristina fue haber sabido catapultar aquella corriente de jóvenes en los funerales de Kirchner. Ella misma se encargó de insertarla como parte sustancial de la nueva ingeniería del poder. Ocuparán lugares muy cerca de la primera línea de la administración nacional; poseen casi una decena de bancas en Diputados y se apropiaron de puestos relevantes en Buenos Aires. Gabriel Mariotto, otra de las caras dilectas de la televisión oficial en la jura de Cristina, es vicegobernador. Junto al camporismo comenzó a tejer un cerco alrededor de Daniel Scioli. El gobernador, omitido por aquella misma TV oficial, dejará de tener en la Legislatura las facilidades que tuvo hasta ahora.
Los protectores de Cristina, como le gusta llamarse a La Cámpora, han sido también los primeros en dar indicios del clima político que podría sobrevenir luego de la tregua del raro tiempo electoral. Se encargaron la semana pasada de enfrentar al peronismo bonaerense durante la conformación de la nueva Legislatura. Abuchearon a Moyano cuando su hijo, Facundo, asumió como diputado nacional. Atacaron a cada uno de los opositores que se incorporaron al Congreso. Participaron en una trifulca, con un herido, en la asunción del intendente de Mercedes que pertenece al FPV, pero que derrotó a otro postulante camporista. Habrían delineado un mapa casi perfecto de los enemigos internos y externos que se aprestan a enfrentar.
Esos enemigos están siempre al acecho en el imaginario del Gobierno. Cristina atribuyó sólo a ese hecho maldito los problemas que acumuló en sus primeros cuatro años de gestión. Volvió incluso a subrayar como conspiración al conflicto con el campo que le diezmó con rapidez el capital político y electoral. Hay, sin dudas, necedad en esa afirmación: ¿Cómo explicaría que los votos del campo que le propinaron la derrota en el 2009 fueron, en buena parte ahora, los que le permitieron consumar el triunfo contundente? Para la Presidenta, aquel complot fue combinado entre el campo y los medios de comunicación. Si se repasa la agenda parlamentaria kirchnerista de los días venideros se comprende que algunas luchas nunca tienen fin . Están las leyes económicas: el Presupuesto que no quiso en el 2010 y la emergencia que nunca votó como legisladora y seguirá teniendo vigencia pese a los ocho años de bonanza que pregona el Gobierno. Pero hay dos proyectos que se ligarían con aquellas luchas siempre inconclusas para ella.
Por un lado, el que declararía de interés público la producción y comercialización de papel de diarios. Apunta a Papel Prensa, propiedad de La Nación y Clarín , junto al Estado. Daría al Gobierno mayores poderes en la administración y suministro de ese insumo, determinando las cantidades y valores para cada diario. Por otra parte, se intentaría desestructurar al gremio de los peones rurales (UATRE), con 800 mil afiliados, conducido por Gerónimo Venegas, dirigente gremial duhaldista que, por necesidad, volvió a arrimarse a Moyano.
Esa inclinación de la Presidenta de explicar sus desventuras a través de supuestas conjuras serían un vallado insalvable para abordar, en algún punto, la raíz de los problemas irresueltos . Igual que con el campo, Cristina explicó la fuga de capitales y la presión sobre el dólar sólo como producto de confabulaciones corporativas. La apelación a las corporaciones le ayuda siempre a impregnarle barniz épico a un relato que el tiempo va opacando. Mencionó cinco corridas cambiarias que, según sus papeles, habrían disparado US$ 15 mil millones. Acostumbra ver la fotografía y no la película: en su primer mandato se evaporaron US$ 65 mil millones. El mismo Banco Central divulgó en su último informe el fuerte peso de los pequeños ahorristas en la reciente corrida.
Esa descripción denunciaría que la Presidenta no toma conciencia –o se niega a aceptarlo en público– que su reelección se inaugura con un horizonte mucho menos despejado que en el 2007. Las bases de su modelo económico flaquean y la Unión Europea, luego de la ruptura virtual con Gran Bretaña, no encuentra la receta para encauzar la crisis. El superávit fiscal aquí ya es déficit. La balanza comercial se deteriora mes a mes. La paridad cambiaria requiere ahora de un control policial. Las reservas no son las que eran. La inflación se frena porque el consumo cae.
Pero el 54% de los votos le habría dibujado a Cristina un paisaje distinto. El control policial hizo mermar la presión sobre el dólar. El desbalance entre importaciones y exportaciones se saldaría cuando Guillermo Moreno se haga cargo de ambas áreas. Un casi superministro que estará, en lo formal, bajo la órbita de Hernán Lorenzino. Al nuevo jefe de Economía no le aguardan días fáciles.
El éxito no deja, al parecer, resquicio para la discusión. La Presidenta cree en el éxito de Moreno. También, en la inflación garabateada y el desmantelamiento del INDEC. Su mensaje de reasunción tuvo un anticipo fiel en la módica variación del Gabinete. El futuro dirá cómo encajarán las aspiraciones de Lorenzino de abrir al país un poco a los mercados con las conocidas arbitrariedades de Moreno. Juan Manuel Abal Medina llegó a la Jefatura de Gabinete para hacer lo que hacía antes: ocuparse de los medios de comunicación y distribuir, según premios y castigos, la pauta publicitaria oficial.
Cristina se muestra impermeable aún a estas acechanzas y navega en su estado de gracia. Relató en su discurso la realidad económica y social de una nación que, en demasiados tramos, se asemejó más a la gélida Noruega que a la Argentina tropical. Saludó a la multitud y varias veces, con gracia, se enredó entre la gente. Disfrutó.
Hace pocas semanas, a raíz de la crisis internacional, había confesado que la Argentina no es Disneyworld.
Por un día habría vuelto a serlo, al menos para ella.
[1] Cristina juró su cargo sobre la Biblia cambiando la fórmula final del juramento: si así no lo hiciera, que “Dios, la Patria y él (Kirchner) me lo demanden”, dijo.
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