Ariel Hidalgo. EL NUEVO HERALD
La ausencia de una ideología clara y de un liderazgo visible ha generado inevitablemente las más variadas interpretaciones sobre la naturaleza del movimiento Ocupa Wall Street en Estados Unidos y de los indignados de Europa, si se trata de corregir los excesos del sistema capitalista o dirigir los ataques contra el sistema mismo, como se expresan muchas veces los manifestantes en medio de las protestas y como lo declaran algunos de sus portavoces en diversas entrevistas.
Ciertamente en los orígenes del movimiento hubo una convergencia de corrientes diversas que luego, en el fragor de las protestas, se han ido radicalizando. Robert Jensen, profesor de periodismo de la Universidad de Texas, aboga por ir más allá de la simple denuncia a la codicia corporativa: “Necesitamos reconocer que la crisis que ahora enfrentamos no es el efecto de simple codicia de ejecutivos corporativos o de corruptos políticos, sino más bien de un sistema fallido…El problema no es la gente específica que controla la mayoría de la riqueza del país, o aquellos en el gobierno que les sirven, sino el sistema que ha creado esos roles”.
Por otra parte, declarar sin más una posición anticapitalista sin un propósito definido sobre la meta a alcanzar, podría ser una actitud no sólo poco visionaria, sino además contraproducente. Sin una clara definición sobre qué debe sustituir al orden actual, es muy normal que aquellos que han sufrido bajo regímenes de Estado centralizado autoproclamados “socialistas” piensen que la alternativa inevitable es esa y reaccionen en un airado rechazo.
Los actuales problemas del mundo no pueden ser enfrentados desde posiciones de izquierda o de derecha, porque son conflictos que desbordan los marcos de las ideologías y de los diferentes esquemas político-sociales, y porque todos los modelos han fracasado. Fracasaron los regímenes regidos por partidos comunistas, no sólo aquellos que en Europa se desmoronaron por sí mismos en implosiones originadas en su propia naturaleza, sin invasiones extranjeras, golpes militares o insurrecciones armadas, sino además aquellos que tuvieron que adoptar las modalidades de sus enemigos para poder sobrevivir como en China –en este momento al borde de una crisis inmobiliaria, según predicciones, más desastrosa que todas las anteriores del mundo occidental– o aquellas al borde del abismo, como confesara no hace mucho el presidente cubano tras más de cincuenta años de reiterados fracasos económicos. Pero también fracasaron los regímenes capitalistas con las sucesivas crisis que desembocaron en una recesión mundial, escandalosos fraudes empresariales, alto nivel de desempleo y la miseria general.
El pasado noviembre, en Nueva York, la policía desalojó a la fuerza a los manifestantes, arrestó a quienes se resistieron, destruyó sus tiendas de campaña y botaron sus miles de libros, mientras que en California los policías antimotines arremetieron a garrotazos contra estudiantes de Berkeley sin importar si eran varones o hembras. Por otra parte, el régimen de La Habana no ha tenido reparos en lanzar violentas turbas contra mujeres indefensas que marchan pacíficamente por las calles exigiendo derechos y libertades. Cuando los cimientos del poder están en peligro, no hay derechos ni democracia que valgan, y las ideologías y los principios se echan a un lado.
No importa que en un sistema los bienes estén controlados por burocracias corruptas de Estados centralizados, y en el otro por grupos financieros privados, porque lo esencial reside en que en ambos el poder y las riquezas se hallan en manos de minorías privilegiadas mientras grandes multitudes padecen privaciones, y los trabajadores –en ambos sistemas– son explotados mediante el trabajo asalariado, obligados a venderse como mercancía y reducidos a meras tuercas de la maquinaria productiva. Ese esclavo moderno tendrá, además, el “derecho” de salir a votar, al menos una vez al año, por candidatos a posiciones públicas que defenderán los intereses de los poderosos, porque fueron previamente sobornados mediante contribuciones de campaña o para ratificar una elección previamente decidida por la cúpula de un partido único que cuenta con el aparato represivo de un Estado totalitario. Un movimiento que quiera cortar el mal desde sus raíces debe enfocarse en esas esencias comunes y proclamar el derecho de los trabajadores a participar del reparto de utilidades y a una democracia directa.
El mundo está cambiando y la sociedad industrial, agonizando. Pretender atrincherarse en los rincones del espectro social de la izquierda y la derecha ya no tendrá sentido cuando se encuentren, de pronto, en un mundo circular sin esquinas.
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