Iván García. MARTINOTICIAS.
Ana María, 61 años, vive un drama en tiempo real. Como nadie, conoce las cóleras de un marido alcohólico y frustrado. Desde que hace veinticinco años soportó callada y llorando un aluvión de bofetones y puñetazos al vientre por una comida que su esposo no le agradó, las tandas de violencia marital se han vuelto cíclicas.
Cualquier cosa desata las furias de Daniel, 65 años, un tecnólogo mediocre en una fábrica ruinosa en las inmediaciones de La Habana. Él fue uno de los tantos que creyó y aplaudió a Fidel Castro. Otro de los muchos cubanos seducidos por el carismático barbudo.
No siguió a Castro por ideología o un proyecto válido de vida. No. Fue por encantamiento. El magnetismo del comandante de verde olivo lo llevó a cazar guerrilleros anticastristas en las faldas del Escambray siendo un adolescente.
Creyó en las promesas del 'máximo líder, de que en los 80 Cuba iba superar a Estados Unidos y la desaparecida URSS en la producción industrial y se iba elaborar tal cantidad de leche y queso que llegaríamos a ser la potencia lechera número uno del planeta, y se especializó como tecnólogo en la industria láctea.
Antes, Daniel se enroló en las contiendas de guerra civil en África. Sin saber por qué, mutiló y mató con su AK-47 a todos los somalíes que se le pusieron a tiro en una guerra entre etíopes y somalíes, aliados de Cuba y Rusia, y que fue la génesis de la desaparición de Somalia como una nación ordenada.
Con grados de capitán y el orgullo de estar en la primera trinchera de combate, una noche de calor plomizo, se casó con Ana María, su única esposa.
“Los primeros años fueron una luna de miel. Con la llegada del ‘período especial’, el hambre, el paro de su fábrica y las carencias materiales que se multiplicaron, se creó un vacío insalvable entre mi esposo y yo. Él nunca quiso que yo trabajara. Es un machista en estado puro. Criar a nuestros dos hijos fue una tarea titánica. Y un buen día comenzó a desatar sus frustraciones en golpizas y malos tratos. Los hijos lo soportaron hasta que siendo jóvenes, huyeron como pudieron al extranjero. Yo, sola e inútil, nunca he tenido el valor de comenzar de nuevo”, confiesa Ana María.
La crisis económica estacionaria que desde hace 22 años padece Cuba, ha dejado como secuela una crisis peor. La de los valores morales, que se han ido evaporando al ritmo de congas, actos de repudio y pachangas revolucionarias.
Es una de las asignaturas suspensas del gobierno de los Castro. Un millón de universitarios y una población con 12mo. grado. Sin embargo, es significativo el número de cubanos que no saben expresarse o no poseen educación formal. Decir “Buenos días” provoca que muchas personas te miren con cara de perro.
En la misma medida que ha ido creciendo la falta de respeto y la vulgaridad, ha crecido la violencia en el seno del hogar. Para el sociólogo Carlos Pérez, 46 años, este tipo de violencia tiene varias causas y lecturas.
“Todo empezó con la vorágine revolucionaria. Con las separaciones familiares, las becas, concentrados militares, misiones internacionalistas, y una serie de campañas gubernamentales que hacían más hincapié en lo político que en los humano. El gobierno cubano es profundamente machista. Entre los dirigentes es bien visto tener mujeres e hijos fuera del matrimonio. Es el lenguaje de los cojones. Ése es el discurso que prima. El de la testosterona, la virilidad y la grosería”, analiza el sociólogo.
Una verdad como un templo. Recuérdense las consignas castristas en la década del 60, cuando existían diferencias con Estados Unidos u otras naciones. “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”. O “Nixon no tiene madre porque lo parió una mona”
Y así por el estilo. Hasta llegar a los monstruosos actos de repudios, verdaderos linchamientos verbales, donde la gente hace catarsis y desatan violencia y bajos instintos. Unos mítines iniciados en 1980 y todavía en pleno siglo 21 se practican a destajo bajo orientación estatal.
Aquellas aguas trajeron estos lodos. Con la generalización de la violencia en el lenguaje oficial, a un ritmo desmesurado aumentó la violencia doméstica y ciudadana. Cualquier cosa desata la pendencia. El recurso para escapar de una vida obstinada y mediocre es la ira y el alcohol.
Las estadísticas oficiales sobre la violencia familiar yacen sepultadas en los templos del secreto estatal. Pero cada vez más, en el ámbito doméstico son comunes los casos de agresiones verbales y físicas e incluso de muertes.
Si lo dudan, ahí está Ana María. Tras 31 años de matrimonio, se ha convertido en una víctima de la violencia de género. Y lo peor es que la soporta.
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