Es triste, sí, tremendamente triste contemplar el espectáculo de ver a un grupo de jóvenes arrebañados, movidos por el odio de un gobierno miserable, de un gobierno que les ha cortado sus alas y hasta sus sueños, que les ha castrado su capacidad de reaccionar ante la injusticia. Es triste ver a unos jóvenes, por cobardía, por desidia, colocarse del lado de la injusticia.
Es doloroso ver a esos jóvenes movilizados por los enemigos de su propio pueblo para servirles de pantalla, prestos a formar parte de la propaganda oficial.
La juventud es la fibra de la nación, es la fuerza impulsora de las transformaciones sociales, es el motor del progreso. Todo joven es un rebelde, un rebelde en contra de los viejos marcos, enemigo de la mediocracia, portador de la antorcha de los frescos ideales. La juventud es la ruptura, en el presente, con el pasado y la proa que conduce la nave de la nación hacia el futuro.
Cuando se contempla el espectáculo para el que se prestó un grupo de jóvenes salidos de la Universidad para atacar, acosar, ofender a personas indefensas físicamente, valerosas, en su debilidad, para enfrentarse a un régimen despótico nos embarga un amargo sentimiento de frustración.
Antes los estudiantes bajaban las escalinatas de la Universidad para enfrentarse a la injusticia, presentando sus pechos al ataque de la policía, exigiendo derechos, reclamando justicia, oponiéndose a la arbitrariedad. Era la juventud digna. Descollaron nombres gloriosos, Rafael Trejo, Rubén Batista, muertos enfrentándose a gobiernos dictatoriales. Fueron jóvenes, estudiantes universitarios, los que se enfrentaron decididamente al régimen ilegítimo de Fulgencio Batista, reclamando el restablecimiento de la Constitución pisoteada y, llenos de pasión, tal vez ofuscados por sus ideales de justicia, tal vez equivocadamente, pero impulsados por su rebeldía que se negaba a aceptar un gobierno impuesto por las armas, se lanzaron al suicidio del asalto al Palacio Presidencial.
Fueron jóvenes estudiantes los que encabezaron la rebelión contra la dictadura de Machado, los que impulsaron la huelga general, los que posibilitaron el establecimiento de un gobierno revolucionario, verdaderamente revolucionario, y nombraron presidente del mismo al Dr. Ramón Grau San Martín.
Nunca bajó las escalinatas de la Universidad un grupo de estudiantes para acosar, vituperar, agredir a ciudadanos pacíficos que reclamaran que sus voces fueran escuchadas, como ahora ha hecho un grupo de estudiantes arremolinados frente a la casa de Laura Pollán, una mujer con más dignidad y valor que la turba que fue llevada por la seguridad del estado para tratar de imponer el miedo.
Allá estaba la caterva de jóvenes sin honor insultando, acosando. ¿Dónde está la dignidad de ese triste rebaño de estudiantes? Vedles allí reunidos como para una fiesta, como por diversión. En pocos rostros se nota el rictus del odio, se les ve sonrientes, como si participaran en un espectáculo festivo, ¡hay tan pocas oportunidades de distracción en Cuba! ¡Pero qué triste es el papel que jugaron este 18 de marzo cuando se conmemoraba el octavo aniversario de aquel día cuando la justicia se cubrió de lodo y su virginidad fue arrebatada por la arbitrariedad de un gobierno ramplón, arbitrario, inepto, arrogante y cruel!
Y mientras gritaban consignas; mientras enarbolaban sin honor banderitas de papel y portaban una banderola en rojos colores y se cubrían del sol bajo la sombra del banderón mancillado que manos policiacas colocaron sobre la cornisa de la humilde vivienda de Laura Pollán, un cordón de policías cerraba el tránsito y oficiales de la seguridad del estado vigilaban atentos el espectáculo. ¡Qué triste es ver cuando hay una juventud sin dignidad!
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