Los rufadores de hoy, no es juego, es necesidad
Adolfo Pablo Borrazá. PRIMAVERA DE CUBA.
Recuerdo aquella mañana en la que mi amigo Pompy perdió la vida. Era un día perfecto para practicar nuestro hobby. Alrededor de quince muchachos nos convidábamos para colgarnos de los ómnibus capitalinos. Un peligro temerario que podía costarnos la vida. Y así fue en el caso de Pompy.
“Vamos a coger la rufa[1]”, nos decíamos. Hasta nos retábamos y teníamos una hoja de récords. Nuestros padres pensaban que estábamos en la secundaria. Pero los muchachos del barrio Juanelo, en el municipio capitalino de San Miguel del Padrón, nos especializábamos en colgarnos de los autobuses. Las calzadas de Luyanó, Diez de Octubre, Güines y otras de gran tráfico en Ciudad Habana, eran nuestras rutas de diversión.
Pompy era el mejor de todos. Se prendía de las puertas y ventanillas igual que un experto de mantenimiento del puente de San Francisco. Hasta que aquel ómnibus de la antigua ruta 10, en un descuido de él, lo tumbó. Las ruedas traseras le aplastaron el cráneo.
Todos nos “retiramos” del hobby espantados después de aquel trágico accidente. De aquel grupo de imprudentes muchachos, nadie se atrevió nunca más “a coger la rufa”. El equipo de “colgadores de guaguas” desapareció de la ciudad para quedar en la memoria de aquellos habitantes de la capital que nos regañaban para que dejáramos tan peligrosa travesía.
Empero hoy, la situación del transporte en la capital nos hace acordarnos de aquel desagradable suceso. Ahora los antiguos “rufadores” vemos con un poco de envidia, y de temor, debido a la edad, como las personas se cuelgan de las guaguas por necesidad.
Y es que ninguno de los que viajan enganchados de los ómnibus pretende ser un “rufador”. Lo hacen porque no les queda más remedio. La pésima situación del transporte público ha hecho que las personas tengan que correr tras las guaguas y se enganchen de ellas para poder llegar a su destino. Un espectáculo bastante maratónico.
Cada mañana y tarde se pueden ver las paradas y los ómnibus repletos de gente. En los horarios llamados “picos” (que son de 7.00 a 8.30 am y de 3.30 a 5.00 pm) es donde más crítica se pone la situación. No hay escrúpulos, los empujones a personas mayores y mujeres con niños son comunes en cada abordaje. Impera la ley del más fuerte.
Ya dentro de las guaguas sucede de todo. Las personas viajan como sardinas en lata, lo que puede originar múltiples riñas debido a la apretazón.
Así y todo, ir enganchado de las guaguas es una bendición. Al menos llegas a tiempo a tu destino. La mayoría de las veces los autobuses se retrasan o no hacen su recorrido. La otra alternativa de transporte que son los autos particulares presenta similares problemas.
Pero el transporte público en la capital es bueno si se compara con el de las provincias. En el interior del país se ven obligadas a usar coches de tracción animal ya que no abundan los autobuses y tampoco los camiones del transporte particular.
Resulta chocante la cantidad de guaguas que aparecen para recoger a los trabajadores en los centros laborales cuando el régimen celebra el Día Internacional del Trabajo. Cada primero de mayo emplean la mayoría de los ómnibus de la capital para garantizar la asistencia al desfile del día del trabajador del millón de obreros que marcha cada año en la Plaza de la Revolución.
Después no les interesa lo que suceda. No les importa si a falta de ómnibus en tan pronunciado día, una señora vaya colgada de uno que sólo así pudo agarrar y pierda la vida. Tampoco que una madre con su hijo en brazos no logre llegar al hospital materno donde atenderán a su bebe. Los ómnibus tienen que estar listos para el desfile del primero de Mayo. El mundo tiene que ver que en Cuba los trabajadores desfilan en apoyo al gobierno, cueste lo que cueste.
Algo parecido sucede cuando se convoca a las turbas paramilitares a actos de repudio contra las Damas de Blanco, periodistas independientes y disidentes en general. Estos “defensores de la revolución y el socialismo” tienen asegurado el transporte que los llevará a cometer tal vergüenza y una vez cumplida la orden, los regresará a su lugar de origen.
El gobierno de Raúl Castro adquirió por varios millones de dólares en China, miles de ómnibus de la marca Yutong para paliar la crisis del transporte. Al principio, el Estado se volcó en un cuidado extremo de dichos vehículos. Las personas que eran sancionadas en los tribunales por delitos ínfimos, eran enviadas a distintos paraderos de ómnibus en la capital para que cumplieran su sanción trabajando en el mantenimiento de las guaguas. Cinco años después de la adquisición, las guaguas del gigante asiático se deterioran y la mugre se las come. Muchas se encuentran en los paraderos sin piezas de repuestos. Las otras, en cada recorrido que hacen ya es común que se queden varadas en cualquier esquina, lo que resulta un caos para los pasajeros, pues tienen que sumarse a la aglomeración de personas que hay en las paradas.
¿Y los sancionados encargados del mantenimiento? Bien, gracias. Como todo en la isla, lo de enviarlos a trabajar a los paraderos de ómnibus fue temporal, solo una estrategia más de un régimen infructuoso e inválido. Ahora los viejitos negociantes, más que del transporte público, se ocupan de los Lineamientos Económicos para el VI Congreso del Partido Comunista y en ganar tiempo.
El transporte público, una vez más, vuelve a ser ineficaz. A falta de movilidad privada, mucha gente en Cuba se transporta en los vehículos estatales, lo que deriva todos los días para los viajeros en una fastidiosa y rutinaria jornada que los cansa y los hace sudar a mares mucho antes de entrar al trabajo o acudir a una cita con el médico.
Debido a aquella experiencia desagradable del accidente en que murió Pompy, siempre trato (aunque no niego que algunas veces me gustaría “enrufarme”) de ir dentro de los ómnibus. Pero hay veces que viajo fuera de ellos debido a la ya mencionada mala situación del transporte. Aun así, temo por mi vida y la de esas gentes que sin quererlo, están en riesgo de que sus cráneos queden aplastados por las ruedas de una Yutong. No es su culpa, les puedo asegurar que no se trata de un juego ni de una diversión: es una imperiosa necesidad.
[1] En Cuba coloquialmente se denomina “guagua” a los ómnibus y de forma populachera se les dice “rufas”
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