viernes, 23 de octubre de 2020

SER ANTICOMUNISTA

Mario J. Viera

 


Hay muchos por estos lares que se declaran ardientes, radicales y convencidos anticomunistas, algo que en gran medida resulta alentador. El comunismo tiene más detractores que seguidores; tema que una inmensa mayoría de voces rechaza; y le rechazan porque el comunismo es ciertamente horroroso, expoliador, fracaso, maldad, violencia y odio. Ahora bien, ¿Qué, en realidad es el comunismo? ¿Todos los anticomunistas son anticomunistas porque parten de conceptos filosóficos, económicos e intelectuales que les permitan elaborar conceptos propios, analizados, sin caer en la dicotomía del “esto es malo/esto es bueno”, para poder manifestarse, con todo sentido, firmes contrarios a toda idea de comunismo, o son solo anticomunistas por consigna, porque es lo que se dice, porque es lo que da presencia o solo simple catarsis?

 

El conocimiento empírico es básico para conformar una idea de la realidad de algo, la experiencia es el punto inicial para la elaboración o comprobación de una tesis o una teoría. Y es la experiencia de todos los que han vivido y sufrido bajo un sistema basado en las concepciones marxistas-leninistas, la que genera, en una mayoría de estos, el sentirse anticomunistas. ¿Qué nos enseña la experiencia de vivir bajo un régimen comunista? Significa vivir bajo la vigilancia implacable del Estado que nos obliga a sopesar con mucho cuidado qué decir, qué manifestar, qué hacer, para entonces vivir la realidad onírica del vivir en la mentira, de vivir siempre fingiendo. Es terrible la existencia de un Estado policiaco que obliga a todos ser “iguales”, a pensar todos de igual manera, a creer todos lo mismo que el Estado cree; y como todos son “iguales” todos son iguales en la pobreza. Vivir bajo un régimen sustentado en el marxismo-leninismo-estalinista es como vivir todos iguales dentro de una misma prisión, aunque en apariencias se viva en libertad de movimiento. Todos iguales y todos empleados por el Estado, porque el Estado, o el Partido, al fin de cuentas entes idénticos, tiene el supremo derecho de existir sin ser sometido a escrutinio. Todo aquello que pueda ser considerado como peligro para la existencia del poder del Estado es, por tanto, enemigo ideológico o práctico, del poder del Estado. Vivir bajo un estado comunista es vivir en la asfixia, y la gente quiere respirar aire fresco, y ese aire fresco lo encuentra fuera de las fronteras donde tiene soberanía el Estado comunista. Y se huye, se escapa, buscando respirar libertad a pleno pulmón. Entonces, cuando se está fuera del Estado opresor, se hace grito el sentimiento anticomunista que se guardaba bajo siete llaves, en la intimidad, en el secreto de la alcoba.

 

El anticomunismo es como la antítesis exacta y precisa del comunismo, entonces, para poder definir al anticomunismo debemos definir, precisamente, el significado de “comunismo”. A simple vista comunismo es la idea de todo en común, de todos iguales, de todos hermanos, como consecuente inicial de la consigna de Liberté, Égalité, Fraternité proclamada por la Revolución Francesa de 1789. La Revolución Francesa fue un verdadero choque de clases. Los revolucionarios de 1789, representantes del Tiers-Etat (los comunes o burgueses) creían que solo era posible alcanzar la libertad eliminando las diferencias en los estamentos que conformaban los Estados Generales, el clero, la nobleza y los comunes. Se trataba de anular los privilegios del alto clero, del poder de la nobleza y de la parasitaria clase de la aristocracia. Comenzaron decapitando a los nobles, entre ellos al soberano Luis XVI y la reina María Antonieta, para terminar, decapitándose unos a otros, con la implementación del Terror (la Terreur) impulsado por los jacobinos, y continuado durante el periodo de la Reacción de Termidor, y, finalmente, dar paso al Imperio napoleónico y al surgimiento de una nueva aristocracia. La consigna de igualdad y fraternidad nunca fue alcanzada.

 

En medio de la denominada Revolución Industrial, en la sociedad hacen su aparición dos clases sociales fundamentales, predominantes sobre los terratenientes y comerciantes, el proletariado (trabajadores industriales y campesinos pobres) y la burguesía. El proletariado carente de los derechos más elementales era sometido a largas y penosas jornadas laborales, donde se explotaba mano de obra no solo de hombres adultos sino también de niños y mujeres. La miseria dentro de esta clase era generalizada debido a los bajos salarios que recibía. Ignorancia, enfermedades y alcoholismo, minaba a los trabajadores de aquel periodo de gran avance económico.

 

Conmovidos por las infrahumanas condiciones de vida del proletariado, un número de intelectuales propusieron y adelantaron una serie de teorías y modos de hacer en beneficio del proletariado sin pronunciamientos radicales como la revolución. entre los cuales, se distinguieron: Robert Owen en Inglaterra; y, en Francia. Henri de Saint-Simon, Flora Tristán, Charles Fourier y Étienne Cabet y Auguste Blanqui todos ellos denominados por Federico Engels como “socialistas utópicos”. Es a partir de la Revolución francesa de 1848 que apareció por primera vez el término de socialdemocracia, en cuanto a la posición política de los seguidores de Louis Blanc.

 

Karl Marx se refirió a la socialdemocracia francesa en estos términos: "Frente a la burguesía coligada se había formado una coalición de pequeños burgueses y obreros llamado partido socialdemócrata. Los pequeños burgueses se vieron mal recompensados después de las jornadas de junio de 1848, vieron en peligro sus intereses materiales y puestas en tela de juicio por la contrarrevolución las garantías democráticas que había de asegurarles la posibilidad de hacer valer esos intereses. Se acercaron, por tanto, a los obreros. De otra parte, su representación parlamentaria, la Montaña, puesta al margen durante la dictadura de los republicanos burgueses había reconquistado durante la última mitad de la Constituyente su perdida popularidad con la lucha contra Bonaparte y los ministros realistas. Había concertado una alianza con los jefes socialistas. En febrero de 1849 se festejó con banquetes la reconciliación. Se esbozó un programa común, se crearon comités electorales comunes y se proclamaron candidatos comunes". (Karl Marx. El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Fundación Federico Engels Madrid. 2003)

 

Ya, a principios de la segunda mitad del siglo XIX se funda la denominada Primera Internacional de los trabajadores que servía de paraguas tanto a organizaciones sindicalistas, como socialistas y anarquistas, con el propósito de unir al proletariado internacional en defensa de sus derechos. Existía en ella un carácter claramente clasista y , en la cual, participaron Karl Marx y el anarquista Bakunin, ambos partidarios de la supresión del Estado, aunque con diferentes enfoques que originarían fuertes choques dentro de su seno. Es en esta época que se funda el Partido Socialdemócrata Obrero Alemán, muy distante de la socialdemocracia francesa. En 1875 esta organización se fusiona con la Asociación General de Trabajadores de Alemania en el Congreso de Gotha, para dar paso al Partido Socialista Obrero Alemán sus proyecciones aparecieron en el denominado Programa de Gotha, muy criticado por Marx. Su primer punto de la declaración de principios exponía: “El trabajo es la fuente de todas las riquezas y de toda cultura, y como quiera que el trabajo productivo en general sólo es posible a través de la sociedad, pertenece a la sociedad, es decir, a todos sus miembros, el producto total del trabajo, en condiciones de trabajo obligatorio e igualdad de derechos, proporcionándose a cada uno según sus necesidades, de un modo racional”. En principio es la exigencia de la propiedad común de todos los medios de producción.

 

Todos estos movimientos socialistas planteaban, en primer lugar, la lucha de clases, la abolición de las clases, en especial, la burguesía, como norma esencial para alcanzar la libertad, la igualdad y la fraternidad. Todos, salvo los anarquistas, estaban influidos por las tesis comunistas de Marx formuladas en el Manifiesto del Partido Comunista, redactado entre 1847 y 1848 y publicado por vez primera en Londres el 21 de febrero de 1848. Producto de las contradicciones entre marxistas y anarquistas, en 1872, los anarquistas son expulsado de la Primera Internacional.

 

La Segunda Internacional fue más monolítica pues estaba integrada por organizaciones de carácter marxista, aunque presentándose dentro de ella dos tendencias, la de los marxistas radicales decididos por la vía revolucionaria para alcanzar el socialismo, y la de los moderados, por Lenin denominados revisionistas, discrepantes de algunas de las propuestas básicas del marxismo, como la lucha de clases o el materialismo histórico. Entre sus más destacados representantes se encontraba Eduard Bernstein que promovía alcanzar el socialismo por la vía pacífica y el parlamentarismo, esto muy rechazado por Vladímir Ilich Lenin y sus teorías sobre el “nuevo partido” un partido que debía integrarse con “revolucionarios profesionales”.

 

La fuerza que alcanzaba la socialdemocracia de corte marxista en gran parte de Europa y con mayor potencia en Alemania, implicaba un desafío que debía ser anulado. La represión no era suficiente para acallar los reclamos laborales, se requería hacer reformas sociales. Es entonces cuando aparecieron las reformas del seguro social, propuestas por el canciller de Alemania, Otto von Bismarck.  Para el Canciller de Hierro, el movimiento obrero de carácter político era enemigo del Reich y, por tanto, ilegalizó a los partidos socialdemócratas. Sin embargo, necesitaba restarles influencias a todos aquellos partidos. El 17 de noviembre de1881, bajo los auspicios de Bismarck, el Kaiser Guillermo I propuso dar “un apoyo directo a los trabajadores” por media de las leyes y expresó:

 

La cuestión de la jornada de trabajo y del incremento de los salarios es extraordinariamente difícil de resolver a través de la intervención del Estado (…). El problema real de los trabajadores es la inseguridad de su vida; no está seguro de tener siempre trabajo; ni lo está de estar siempre sano; y prevé que algún día será viejo e incapaz de trabajar: Pero incluso si cae en la pobreza como resultado de una larga enfermedad, estará completamente desasistido con sus propias fuerzas, y hasta ahora la sociedad no contrae más obligaciones con él que la de prestarle el elemental auxilio de pobreza, incluso si ha trabajado antes leal y con diligencia. Pero el auxilio social deja mucho que desear, especialmente en las grandes ciudades (…). Naturalmente, debo decir que mantenemos el derecho a que esta ley excepcional sea una derivación de las obligaciones y del cumplimiento del deber de la legislación cristiana. Desde el lado progresista, podéis llamarla ‘legislación socialista’; yo prefiero el término ‘cristiana’. En el tiempo de los Apóstoles, el socialismo fue todavía mucho más lejos. Si por casualidad leéis nuevamente la Biblia, encontraréis varios pasajes sobre esto en los Hechos de los Apóstoles. No vamos más lejos en nuestro tiempo…”

 

Entre 1884 y 1887, el Reichstag aprobó, a instancias de Bismarck, un conjunto de leyes que promovieron seguros en previsión de accidentes, enfermedades, ancianidad e invalidez a favor de los obreros. Fue este el inicio de la justicia social y del estado de bienestar. Sin embargo, el impulso para alcanzar la justicia social no sería solo el dado por la Alemania de Bismark. El 15 de mayo de 1891, el Papa León XIII, promulgó la primera encíclica social de la Iglesia Católica, conocida como Rerum novarum (De las cosas nuevas). En esta carta, León XIII declaraba: “Despertado el prurito revolucionario que desde hace ya tiempo agita a los pueblos, era de esperar que el afán de cambiarlo todo llegara un día a derramarse desde el campo de la política al terreno, con él colindante, de la economía (…) la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría; la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más estrecha cohesión entre ellos, juntamente con la relajación de la moral, han determinado el planteamiento de la contienda”.

 

El Papa veía con preocupación los conflictos sociales que se presentaban entre obreros y poderosos: “El asunto es difícil de tratar y no exento de peligros. Es difícil realmente determinar los derechos y deberes dentro de los cuales hayan de mantenerse los ricos y los proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. Es discusión peligrosa, porque de ella se sirven con frecuencia hombres turbulentos y astutos para torcer el juicio de la verdad y para incitar sediciosamente a las turbas”.

 

Agrega entonces León XIII:

 

Disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío, desentendiéndose las instituciones públicas y las leyes de la religión de nuestros antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores”. Refiriéndose a las pretensiones de los marxistas de socializar las propiedades, el Papa señaló: “Al pretender los socialistas que los bienes de los particulares pasen a la comunidad, agravan la condición de los obreros, pues, quitándoles el derecho a disponer libremente de su salario, les arrebatan toda esperanza de poder mejorar su situación económica y obtener mayores provechos. Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios”.

 

El obrero no debía ser considerado como si fuera un esclavo, había que respetarles su condición de persona; el trabajador debía recibir un salario que le permitiera la subsistencia y tener una vida razonablemente cómoda; aceptar las malas condiciones laborales hace al trabajador una víctima de la injusticia. No se trata de alcanzar el sueño de la igualdad, y lo expone claramente el Papa: “Establézcase, por tanto, en primer lugar, que debe ser respetada la condición humana, que no se puede igualar en la sociedad civil lo alto con lo bajo. Los socialistas lo pretenden, es verdad, pero todo es vana tentativa contra la naturaleza de las cosas. Y hay por naturaleza entre los hombres muchas y grandes diferencias; no son iguales los talentos de todos, no la habilidad, ni la salud, ni lo son las fuerzas; y de la inevitable diferencia de estas cosas brota espontáneamente la diferencia de fortuna”. Es insensato enfrentar una clase con otra, cuando ambas, según la opinión papal son complementarias: “…así ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases gemelas concuerden armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio. Ambas se necesitan en absoluto: ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. El acuerdo engendra la belleza y el orden de las cosas; por el contrario, de la persistencia de la lucha tiene que derivarse necesariamente la confusión juntamente con un bárbaro salvajismo”.

 

Y aparece el comunismo. El comunismo revolucionario de Lenin supo aprovechar el momento oportuno, el fracaso de la Revolución de febrero (marzo) ─ que había logrado la abdicación del zar Nicolás II ─ y del gobierno de Alexander Kerensky del Partido Laborista Ruso (trudovikí). Lenin logró ganar mayoría dentro del Soviet de Petrogrado ─ un consejo de obreros y soldados ─, creado dentro de los conflictos de la revolución de febrero. La continuación de la guerra por parte del Gobierno Provisional que hacía imposible realizar elecciones, y la no solución de los problemas de abastecimiento, constituyeron los principales condicionamientod para que este gobierno perdiera todo el apoyo popular. Tras un intento de golpe de estado contra el gobierno provisional, Lenin lanza la consigna de “todo el poder para los soviets” y logra la caída del débil gobierno de coalición socialista y liberal de Kerensky, y asume el poder de Rusia. Así nació el comunismo como régimen, dentro de un país devastado por la guerra, atrasado, y sometido a la dictadura oprobiosas del zarismo. La consigna sería implantar la “dictadura del proletariado”, aunque, en la realidad, se implantaba la dictadura del partido bolchevique sobre toda la nción, incluido el proletariado. Un pueblo, siempre sometido al despotismo, sin derechos legítimos de ciudadanos, ahora se veía como si hubiera alcanzado el gran sueño de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

 

Pero el sistema comunista pronto se mostraría tal cual es, un sistema policiaco, dictatorial con las siguientes características definitorias:

 

1. Existencia de solo un Partido político y la ilegalización de cualquier otro. Un partido que estaría colocado sobre el Estado y la Sociedad

2. Identidad Partido/Estado

3. Confusión Gobierno/Estado

4, Imposición de una ideología única sustentada por el Estado

5. Predominio de un caudillo, al que todos deben obediencia y acatamiento (Führerprinzip)

6. Existencia de un enemigo-objeto, sobre el cual hacer recaer todas las culpas y errores cometidos por el régimen

7. Prioridad de la colectividad sobre el individuo

8. Control por el gobierno de todos los medios informativos para convertirlos en aparatos de propaganda

 

Cuando se analizan estas características del comunismo, podemos darnos cuenta que estas también están presentes en los regímenes del fascismo y del nacional socialismo; por tanto, estas características pueden generalizarse para todo tipo de Estado de carácter totalitario.

 

Muchos de los denominados anticomunistas, provenientes de Cuba, se declaran como tales, diciendo que, en Cuba conocieron el comunismo, por eso emigran. Si se les pregunta qué tiene de malo el comunismo, la respuesta siempre es la misma: Pobreza, carencia de oportunidades para progresar, abuso policiaco… Estas conclusiones son prácticamente similares a las que pudiera alegar cualquier emigrado de alguna que otra república de América Latina como pudieran ser Honduras, Guatemala o El Salvador. ¿Por qué emigraste? Por la pobreza, por la falta de oportunidades de progreso, por el abuso policiaco, y además agregaría, por la falta de seguridad ante el crimen organizado… Y en esos países no existe el comunismo. Si a esos emigrantes cubanos les preguntas ¿qué hiciste contra el comunismo?, la respuesta de muchos es la misma: “Yo no concurría a las concentraciones y desfiles del Primero de Mayo, yo no hacía guardias en el CDR…Ya, ¿solo eso?, pero ¿perteneciste a alguna organización opositora al castrismo? Vacilarán en responder y luego darán esta justificación: “¡No, porque todas esas organizaciones están penetradas por la seguridad del Estado!”. ¿Anticomunismo? Si acaso, un anticomunismo pasivo.

 

Otros son anticomunistas por referencia, son hijos de emigrantes cubanos, que son anticomunistas porque “mis padres me explicaron como se vive allá”. ¿Solo por eso? Y hay aquellos que son anticomunistas por complicidad, “sí porque si aquí en Miami no te declaras anticomunista definido, te verán mal”, y como son anticomunistas por complicidad pues se declaran republicanos y baten palmes por Trump, “porque el Partido Demócrata está lleno de comunistas”. Sí, concedamos, el Partido Demócrata es tan comunista como comunistas fueron Bismark y le Papa León XIII, porque “miren, eso de hablar de justicia social es cosa de izquierdistas y los izquierdistas, me han dicho gente bien enterada, todos son comunistas”.

 

El anticomunista verdadero, no se asusta con palabras como justicia social, derecho de huelga de los trabajadores, derecho a la salud, acceso libre a los estudios universitarios, derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo… El anticomunista verdadero es el que conoce qué en verdad, política, filosófica y económica,  es el comunismo; conoce su historia, sus propuestas, sus métodos; el anticomunista verdadero es, por encima de todo, antitotalitario. El ser antitotalitario es implícitamente ser antifascista, antinazista y anticomunista. 

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