Fernando Mires. Blor POLIS
Nota: nuevamente mi persona ha sido atacada a través de las redes por un
oscuro personaje: su nombre es Victor Maldonado, reciéntemente (auto)
popularizado por sus intentos de desacreditar a todos quienes no coinciden con
sus gustos musicales. Dicho personaje, pese a ser académico, al igual que yo,
jamás ha buscado la controversia ideológica conmigo. Tampoco el debate
político. Pero sí se ha concentrado del modo más vulgar en agredirme por
razones biológicas, por mi lugar de residencia, por mi nacionalidad. Ha llegado
incluso a la calumnia más vil, aduciendo, sin mostrar un solo indicio, que yo
recibo “emolumentos” por emitir ideas contrarias a las
suyas. En mi opinión, procede exactamente como los plumarios de la
dictadura a la que dice contradecir. Por cierto, algunos amigos me
aconsejan que no le de importancia, que lo deje pasar. Yo tengo, sin embargo,
otra opinión. Siempre he pensado que es muy importante defenderse de toda
agresión, sea física o verbal. Pues el amor propio, o autoestima, no siempre es
expresión de narcisismo. La autoestima es condición de integridad y, por lo
mismo, de ciudadanía.
Hace algún tiempo escribí un artículo
titulado “chusma tuitera” a la que pertenece Maldonado, en mi opinión un
“facho”, lo que no es lo mismo que un fascista. Reproduzco una parte del texto.
Debo aclarar: un “facho” es un tipo
psico-cultural y el fascista un militante político. O lo que es igual: si bien
todos los fascistas son fachos, no todos los fachos son fascistas.
Fue Hannah Arendt quien descubrió que
el fascismo surgió como resultado de la que ella entendió como “alianza entre
la chusma (Mob) y las elites”. Para Arendt la chusma provenía de la
“desintegración de la sociedad de clases”. Bajo el término “elites”, a su vez,
Arendt hacia referencias a grupos que ocupaban un papel dominante en la
economía y en la política. La “chusma”, por el contrario, estaba formada por
personas des-individualizadas, disueltas en el magma de la masa.
Claro está: en los tiempos de Arendt
no existía la internet. Si hubiera sido así, Arendt habría descubierto que hoy
la chusma no se hace tanto presente en las calles como en las redes digitales,
particularmente en twitter. “Chusma tuitera” la he denominado en algunos
textos.
“Chusma tuitera”: miles y miles de
personajes oscuros que usan las nuevas formas de comunicación para difamar,
mentir y sobre todo insultar al prójimo, mediante vocablos racistas, sexistas,
machistas y –ultimamente- en contra de personas de edad avanzada.
Al igual que los fascistas de ayer,
los fachos de hoy son esencialmente biologistas. Algunos creen pertenecer a las
elites, ocupan puestos universitarios y se hacen llamar a sí mismos,
intelectuales. Pero al facho que llevan dentro no lo pueden controlar. Se les
sale apenas se sienten cuestionados por alguien que los supera no solo en edad,
sino en conocimientos y cultura. Entonces te mandan a la geriatría –por lo
menos- aunque esos sosos y mal donados saben que gozas de mejor salud física y
mental que ellos.
Al mencionar estos hechos, recuerdo
que hace un par de meses Mario Vargas Llosa publicó un interesante texto en
contra del nacionalismo catalán. Me llamó la atención la larguísima lista de
“lectores” que comentaron esa publicación. Cientos y cientos. Por mera
curiosidad comencé a leerlos. Puedo asegurar: más del noventa por ciento
dedicaba sus comentarios a insultar al escritor con epítetos sexistas y
gerontofóbicos, como si Vargas Llosa hubiera cometido un crimen al atreverse a
opinar en sus muy bien llevados ochenta años. Debo reconocer que un sentimiento
de ira me invadió. ¿Qué se habrá imaginado esa sarta de iletrados, seres
incultos, desgraciados mentales, al ofender de ese modo al laureado escritor?
Al final llegué a una conclusión: son fachos, simplemente fachos.
Los fachos comparten con los
fascistas las mismas fobias. Suelen ser homofóbicos, xenofóbicos, misóginos, y
por supuesto, gerontofóbicos. En todos esos casos son biologistas-políticos. Es
decir, se trata de gente incapaz de soportar la miseria espiritual de sus vidas
y por lo mismo la de los cuerpos que las portan. El odio a la vejez de Vargas
Llosa manifestado por sus “lectores” no podía ocultar el miedo a ellos mismos y
a sus pobres vidas. Sobre todo el miedo a la muerte. Y como se supone que por
cronología los viejos están más cerca de la muerte que de la vida, los viejos
–como representantes simbólicos de la muerte- deben ser aislados o sacados de
la escena pública. El fascismo, sobre todo el de Hitler, supo servirse
perfectamente de los miedos a la vejez y al envejecer.
El llamado “arte nacional socialista”
exaltaba en sus pinturas y esculturas la vitalidad atlética y la salud de los
cuerpos jóvenes, pero no su erótica, sino solo sus músculos. Por el contrario,
llama la atención que en las miles de caricaturas donde los nazis representaban
a los judíos, casi nunca aparecen judíos jóvenes. Tampoco mujeres. Solo viejos
con las narices y las uñas largas.
El racismo y la gerontofobia son dos
plagas que suelen venir unidas. Son las dos caras de una misma moneda. Y
queramos o no, estamos rodeados de fachos por todos lados. La chusma tuitera es
solo un ejemplo. El problema, por lo mismo, no es ese. El problema es que en un
momento determinado esos fachos pueden llegar a ser nuevamente manipulados por líderes
y caudillos políticos.
¿Quién por ejemplo no ha visto a
Putin cuando se hace fotografiar con el torso desnudo y un fusil? El mensaje
simbólico es clarísimo: soy un hombre vital, fuerte y poderoso. No como esos
liberales y “progres” que defienden a maricones y lesbianas. Yo en cambio
defiendo los valores de la patria en contra de sus enemigos: los decadentes que
anhelan destruir nuestra juventud, nuestra virilidad, nuestras
familias, nuestro honor. ¿No hace al fin lo mismo el ex futbolista Erdogan cuando
manda apalear a los homosexuales en las calles? Trump, en cambio, pone el
acento en su odio a los intelectuales y a los extranjeros (sobre todo en contra
de los latinos pobres.) Y como no puede fotografiarse con el torso
desnudo, a lo Putin, para exaltar su supuesta virilidad debe conformarse con un
ridículo tupé.
Y hasta el mismo dictador Maduro,
cuando baila salsa como si fuera un elefante de circo ¿no intenta transmitir a
“su” pueblo hambriento un mensaje de alegría, juventud y virilidad? Esos
personajes ─ hay muchos más ─ han sido todos cortados con la misma
tijera. En cierto modo representan en sus personas la alianza entre las elites
y la chusma de la que nos hablaba Hannah Arendt. Elites porque controlan el
poder. Chusma porque hacen ostentación pública de sus infinitas vulgaridades.
Los fachos, vale decir, esos tipos
psico-culturales que profesan diversas ideologías y creencias, esos seres
odiantes acomplejados y resentidos que pululan en todos los partidos
(incluyendo los democráticos) y hoy en la inextricable jungla tuitera, solo
esperan el momento para convertirse en lo que pueden llegar a ser si logran
articularse con determinadas elites de la economía y de la política:
reaccionarios exponentes de los paradigmas de la pre-modernidad en pleno
corazón de la post-modernidad.
No son fascistas. Son fachos. O, si se
quiere, fascistas en potencia.
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