Alberto Benegas Lynch. DIARIO DE AMERICA
El gobierno argentino acaba de firmar un
infame y bochornoso acuerdo ─ más precisamente un peculiar tratado ─ de nueve
oscuros puntos con el estado policial de Irán por el que se traslada parte del
proceso judicial a Teherán bajo la grotesca y patética argumentación que es
“para esclarecer” los atentados terroristas perpetrados en Buenos Aires
instigados por sospechosos iraníes contra la AMIA y la Embajada de Israel.
La tiranía iraní está además en
dificultades por la inflación del 110% anual que padece y por las trifulcas
entre líneas internas de bandoleros que apuntan a un posible juicio político
contra Mahamoud Ahamadimejad, no por sus permanentes atropellos al derecho, tanto
en el orden interno y como en el externo, sino por no haber sido
suficientemente dúctil a las órdenes criminales emanadas de sus fanáticos
jefes.
Los gobernantes de Irán, negadores del
Holocausto y que propician el exterminio del estado de Israel, reiteran que el
acuerdo de marras “significará estrechar nuevos lazos con Argentina” lo cual
permite conjeturar toda clase de arreglos clandestinos tal como viene
ocurriendo en Cuba, Venezuela y Ecuador. Entre otras muchas cosas, con este
inaudito acuerdo se pretenden suplir las barrabasadas del gobierno argentino en
materia energética.
Esto es lo que suele ocurrir con los
aparatos estatales que alardean de patrioterismo en el contexto del uso y abuso
de la noción de soberanía. Tal como lo ha puesto de manifiesto Bertrand de
Jouvenel en su tratado sobre los estados modernos, la soberanía corresponde
exclusivamente al individuo. Constituye un resabio de la monarquía absoluta
aplicar este concepto a los gobiernos y más recientemente en la Argentina a la
atrabiliaria idea de la “soberanía energética” (una política estatista que
conduce a energía más cara y más escasa) y la “soberanía monetaria” (una
política que destroza el signo monetario local). Tampoco es pertinente aludir a
la “soberanía territorial” sino más bien a la jurisdicción territorial. En el
caso que nos ocupa, el gobierno argentino ha renunciado a la llamada “soberanía
judicial”, más propiamente a la jurisdicción de la justicia argentina al
permitir la intervención de “jueces” iraníes, además con la constitucionalmente
inadmisible intromisión del Poder Ejecutivo en el ámbito del Poder Judicial al
violar de modo fragrante el principio del juez natural.
Este caso gravísimo que comenzó con la
complicidad del gobierno argentino de los noventa, el actual ahora se asocia
con los sospechosos de los horrendos atentados criminales mencionados en esta
nota, en un cuadro de situación en el que ex terroristas de los años setenta
ocupan cargos relevantes en la presente administración…y todo esto en nombre de
los “derechos humanos”.
Esta decisión aberrante de los
gobernantes argentinos del momento, originalmente se pretendió basar en el caso
de Lockerbie alegando que el juicio a los responsables libios se llevó a cabo
en un tercer país, situación aquella completamente distinta ya que la voladura
del avión de Pan-Am fue sobre territorio escocés, de ahí que fueron jueces
escoceses los designados para juzgar, no por tratarse de un tercer país. Luego,
bajo los auspicios de las Naciones Unidas, se decidió el juicio en Holanda y debido
a las razones apuntadas bajo el sistema legal de Escocia y con magistrados
escoceses. Pues bien, finalmente los funcionarios argentinos abandonaron la
idea del tercer país para ir a la boca del lobo.
Las nuevas políticas de los gobiernos
de Estados Unidos y Alemania se ubican en un plano completamente distinto al
caso argentino. Se trata de evitar la inaceptable figura de la “invasión
preventiva” a la que se recurrió en la fantochada de Irak (y véase los últimos
fiascos en Egipto-Libia, donde la “primavera árabe” se convirtió en un caótico
y crudo “invierno árabe”). Se trata de recurrir a políticas disuasivas de
diverso tenor al efecto de mitigar el peligro de las armas nucleares en poder
de un aparato terrorista como el de Irán. Es de gran relevancia recordar los
peligros de las intervenciones militares puntualizados por los sabios Padres
Fundadores, incluyendo al general Washington quien, siendo Presidente, en 1795,
extendió su preocupación y consejo para el futuro en el sentido de “mantener a
los Estados Unidos fuera de toda conexión política con otros países” y, también
siendo Presidente, el general Eisenhower, en 1961, advirtió de “los riesgos
para la libertad que presenta el conglomerado industrial-militar de Estados
Unidos”. Es como afirmó John Quincy Adams en 1821: “América [del Norte] no va
al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la
independencia de todos. Es el campeón solamente de las suyas. Sabe bien que
alistándose bajo otras banderas que no son la suya […] podrá ser la directriz
el mundo pero no será más la directriz de su propio espíritu”.
Debe recordarse que fueron tropas
norteamericanas y soviéticas las que entronizaron al Sha en el gobierno
(después de derrocar a su padre) para repudiarlo después de 29 años en el poder
y abrir las puertas a los fanatismos criminales de los ayatollah. El Sha
acumuló los títulos de Rey de Reyes, Sombra del Todopoderoso, Nuncio de Dios y
Centro del Universo. Como bien documenta Ryszard Kapuscinski, el Savak, la
policía secreta del Sha, torturaba a sus opositores encerrándolos en bolsas de
arpillera con serpientes venenosas, clausuró diarios independientes y
estableció una férrea planificación estatal que imposibilitó el progreso del
país. No es asunto menor que también el gobierno norteamericano entrenó y
financió a Saddam Hussein en la guerra contra Irán de 1980 a 1988.
De cualquier manera, estas políticas
nada tienen que ver con la renuncia a encontrar la verdad en la investigación
de los actos criminales que causaron tantas muertes y tanto dolor en tierra
argentina. Denominar “Comisión de la Verdad” a lo que se instalará próximamente
en Teherán es un insulto a la inteligencia y una bofetada a la buena fe. El
descaro, la desfachatez y la cobardía moral con que se aprobó el antedicho
acuerdo en medio de ocultamientos, ambigüedades y subterfugios, constituye una
afrenta a la Justicia y un enorme peligro para la seguridad futura.
Estamos viviendo una era de hipocresía
mayúscula. En el contexto de lo señalado, el colmo del cinismo acaba de
exhibirse en Santiago de Chile, en la reunión del Consejo de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que declara en sus estatutos que se
establece para preservar los valores democráticos. Henos aquí que en esa
reunión se eligió Presidente pro tempore nada menos que al sátrapa Raúl Castro
en representación de la isla-cárcel cubana, otra muestra de la falta de respeto
a la civilización. Como lo hizo Cicerón en el Senado romano, es hora de
exclamar “¡hasta cuando abusarás de nuestra paciencia Catilina!”
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