Luis Cino Alvarez. CUBANET
Recientemente leí en
Cubaencuentro un texto de un cubano de 28 años, residente en la
isla, que pidió a la redacción de esa página digital que publique “también lo
que piensan y sienten los cubanos de a pie”.
Diego Alberto Cairo, que así dice llamarse, asegura en
el primer párrafo: “La realidad de este país no se puede leer en un blog
o escucharla de la boca de un reportero. Hay que estar aquí en la calle, con el
pueblo, sudando bajo el sol, clavado una hora en una parada, luchando los
cuatro pesos por fuera para luego hacer una cola y comprar lo indispensable que
te permita llegar vivo al día siguiente”.
Lo que le hace pensar a este cubano de a pie que los
blogueros y periodistas independientes no comparten esas vivencias y por tanto
no son los más indicados para referirlas es la antipatía que siente por los que
dice que “hablan mal de Cuba viviendo de lo que mandan los de allá, que son la
mayoría de los disidentes conocidos”.
Su antipatía por los disidentes parece ser tan
profunda como la que dice sentir “por estos personajes que no superan su
fracaso político… una gran caterva de inmigrantes frustrados, vociferando a
cada instante su odio visceral a Castro y su pandilla”.
Luego de hacer la salvedad de que los periodistas
independientes no hablamos mal de Cuba, sino de la dictadura ─ ¡vaya manía que
tienen algunos de confundirlo todo y otros de dejarse confundir! ─, uno se
pregunta si lo que sabe este joven de a pie acerca de los disidentes y que lo
hace sentir tanto disgusto por ellos será algo más de lo que dicen las damas y
los caballeros de la Mesa Redonda y en Granma Jean-Guy Allard, el zoquete
canadiense al servicio de la Seguridad del Estado y con los dientes putrefactos
y halitosis crónica, probablemente como resultado de no lavarse la boca luego
de hablar tanta mierda.
Pero sospecho que el joven sabe algo más sobre la
disidencia, porque dice que no quiere terminar golpeado o preso. Y eso lo
explica todo. No es el primero de los muchísimos que conozco a los que su
disgusto y desconfianza por la disidencia, de la que no quieren saber ni que
les cuenten, les sirve para justificar su miedo y su inacción.
Confiesa que tampoco quiere terminar “sin derecho a
pedir asilo”. Y eso me hace pensar que su antipatía por el exilio no es tanto
contra “esos que hablan como si tuvieran toda la verdad en sus manos” como
contra los que se quieren arrogar “el derecho de privar a los que estamos aquí
de la oportunidad de viajar y prosperar en Estados Unidos”.
Y yo que pensaba ─ y hasta le daba la razón, porque
también me son antipáticos ─ que el muchacho se refería a ciertos generales y
segurosos desertores que creen que se las saben todas, incluso los chismes de
mesa y alcoba, pero que no logran ocultar su admiración por sus antiguos jefes.
O que hablaba de ex-funcionarios como Pedro Álvarez, que se largó a disfrutar
en Tampa los dólares que robó durante los diez años que estuvo al frente de
Alimport comprando al contado alimentos a los yanquis que se podían producir en
Cuba, y ahora se pronuncia fervientemente por el levantamiento del embargo
mientras vacila el capitalismo y el American way of life.
Pero no. El muchachón, que no quiere que lo empujen y
mucho menos darse golpes, es de los que sueña largarse de Cuba a la primera
oportunidad que tenga. Eso, si el dinero lo acompaña y algún país le da visa,
con todas las podridas que nos han puesto a los cubanos. ¡Y que arriba de eso
vengan unos cuantos recalcitrantes que viven del anticastrismo a pedir que quiten
la Ley de Ajuste Cubano!
Diego Alberto, que ya se convenció de que la
modificación de la ley migratoria no lo beneficiará, pasa de la revolución, de
la disidencia y del exilio, de Miami y de las misiones internacionalistas, del
voto por el delegado del Poder Popular y de la firma por alguno de los tantos
proyectos opositores. Ha perdido totalmente las esperanzas. Y uno se pregunta:
¿Y qué queda entonces? ¿Cortarse las venas?
Siempre digo que me dan mucha pena las personas que
solo piensan en largarse de Cuba y que se mueren de miedo ante la posibilidad
de luchar por sus derechos y recomponer la patria.
Las colas, la mugre, los altos precios, las guaguas
llenas, las covachas ruinosas en las que ya no cabemos, y otras penurias, todo
eso lo compartimos, aunque Diego Alberto no lo crea, se considere de los pocos
con honor y nos quiera negar el derecho a hablar a los blogueros y periodistas
independientes. Parece que le hicieron creer que vinimos en un tubo de pasta
dental, enviados por la CIA. O le es más fácil creerlo para auto-justificarse.
Son muchos, probablemente la mayoría, más que
silenciosa, muda y sorda, los que no votan o depositan su voto en blanco en el
circo de las votaciones del Poder Popular, los que no militan en las
organizaciones de masas ni en la disidencia, los que no chivatean, los que
(mal)viven de sus trabajos, sin remesas y sin robar. Para el gobierno no
cuentan, para nosotros sí y mucho. Por eso hablamos de ellos, de lo que sufren
y padecen. Algo que sabemos de primera mano. Si desean hablar por ellos mismos,
como hizo Diego Alberto en Cubaencuentro, pues mejor. Pero que respeten a los
que tuvimos el valor de hacerlo primero. Que no nos utilicen como coartada para
su miedo.
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