Mario J.
Viera
En
ocasiones uno, al menos yo, se pregunta si realmente la religión es el opio de
los pueblos. El efecto del opio es el adormecimiento y la analgesia. El hombre
bajo los efectos de la droga comienza a soñar y a sufrir alucinaciones y
finalmente cesa de sentir dolor. Cuando las religiones se suministran cargadas
de intolerancia, de dogmas infalibles, y de fanatismo, a la vez que llaman a
una esperanza futura de felicidad pueden generar sobre la conciencia social los
mismos efectos que el opio sobre la conciencia particular.
El
comunismo creó su propia religión fundada en la negación de Dios, pero creando
una mística que hacía del caudillo, el Secretario General, una especie de
profeta. Su eucaristía fue la lucha de clases y el internacionalismo
proletario; su sueño, forjar el cielo en la tierra. Al cantar de consignas se
formó una clerecía fanática dispuesta a todo por el sueño del Partido. Stalin
fue, durante muchos años el Sumo Pontífice de aquella religión laica y materialista.
En
Cuba, Fidel Castro asumió la esencia del Mesías ansiado, el que salvaría al
proletario de todos los males provenientes del satánico capitalismo. La
religión del castrismo era la revolución. Todo aquel que divergiera en opinión
con respecto al dogma sería considerado hereje y condenado bajo el poder de una
Inquisición de nuevo tipo.
La
única religión admitida era la Revolución. Castro, el Profeta. Fuera de esto
todo el creyente en un dios trascendente sería marcado como un desafecto o como
un ciudadano de segunda categoría en quien no se podía confiar, al que había
que observar como infidente, como sospechoso de deslealtad a la patria, porque
Patria, Revolución y Partido es la misma e inmutable entelequia.
Pero
en el ser humano existe el instinto de Dios y de la trascendencia personal. El
ser humano busca su verdad, se plantea el porqué de la vida, indaga y busca
consuelo en algo que esté sobre sí mismo. Entonces, las iglesias, los cultos
que al principio languidecían, comienzan a crecer con el arribo de neófitos
ansiosos de una verdad inalcanzable. La propaganda ateísta no logra extirpar la
razón de la fe.
La
Unión Soviética se derrumba bajo el peso de sus errores y le sobrevive el culto
del cristianismo ortodoxo. En Cuba, el gobierno acepta la realidad de que la
religión siempre será como el Ave Fénix, no muere y siempre tiene un renacer.
Por encima de la propaganda del ateísmo materialista se levanta en el alma
humana la luminosidad de la fe religiosa.
El
chavismo, en cambio, dentro de los folklóricos conceptos del Socialismo del
Siglo XXI ha sabido unir, junto al misticismo populista el misticismo
religioso, ha enlazado el fanatismo político con el fanatismo religioso, ha
consolidado en un mismo sentir el culto idolátrico al caudillo con la idolatría
religiosa. Y esta fusión mítica es la base de la fuerza del bolivarianismo. Es
una amalgama del culto tan propio de los latinoamericanos hacia las figuras de
la historia nacional, con el caudillismo endémico de América Latina, con la fe
fanática hacia los íconos católicos y hacia los dioses de las religiones
indígenas.
En
la mentalidad de las masas incultas Chávez es al mismo tiempo Bolívar y Cristo.
Es el Libertador y el Salvador. El chavismo con su mística pagana es como el
opio, adormece, genera alucinaciones e insensibiliza a las masas en cuanto al
sufrimiento de sus miserias, de sus carencias, sin comprender que ese mismo
culto pagano es el causante facultativo de su miseria y de sus carencias.
Ilustra
muy bien este misticismo fanático que se ha generado en torno a la figura de Hugo Chávez la
edición digital del diario venezolano Ultimas Noticias con un conjunto de
veinte fotos bajo el encabezamiento de una breve nota. Así dice el diario
venezolano:
“Una estampita de José Gregorio o la Virgen
María, un afiche, un cartel o una rama de alguna especie legendaria sirven para
que el pueblo exprese su fervor y eleve oraciones por la salud del presidente
Hugo Chávez. Desde que se anunció que el mandatario nacional padecía cáncer, en
junio de 2011, hasta la fecha, miles de venezolanos han asistido a misas,
concentraciones en plazas y han organizado cadenas de oración para pedir ─ sin
distingo de religión ─ por la recuperación del jefe del estado venezolano.
Rituales indígenas, celebraciones litúrgicas o simplemente un rezo en la calle
son algunas de las expresiones de esta devoción” (Ultimas Noticias. La devoción por la salud de Chávez.
18/02/13).
La
fotos son impactantes, imágenes de un nuevo culto popular, expresiones del
fanatismo y de la idolatría. En una foto se muestra a una mujer de edad mayor
llorando en plena vía pública mientras sostiene en sus manos un afiche de
Chávez y un poster de Jesucristo; en otra se presenta a un chamán orando
fervientemente por el caudillo; una tercera presenta un altar de santería con
dos afiches de Hugo Chávez entremezclado con las figuras de los orishas
africanos. Es el culto del caudillo con los caracteres de la superstición
popular.
Las
religiones son imbatibles. Un culto religioso puede perdurar por muchos años,
incluso siglos. El populismo elevado al rango de culto místico puede perdurar
indefinidamente. Hugo Chávez pasará. El chavismo sin Chávez podrá ser derrotado
en las urnas, pero la mística chavista perdurará por años como en Argentina ha
perdurado el peronismo y la adoración a Evita.
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