Marco Arauz. EL
COMERCIO
Esa era la frase que la oposición más
estructurada solía repetir hace meses, cuando esbozaba una estrategia que le
permitiera asegurar el paso a una segunda vuelta para disputar la Presidencia
de la República. Pero los errores acumulados ─ y los aciertos de la campaña
oficialista, varias veces desbordando los límites legales ─ afectan seriamente
la posibilidad no ya de que uno de sus líderes capte la Presidencia, sino de
tener presencia importante en la Asamblea, que podía asegurar un contrapeso
político.
Sin desconocer la dificultad original
de buscar posiciones comunes dentro de un amplio abanico que va desde la
izquierda hasta la derecha, la oposición no visualizó la necesidad de crear una
plataforma común que impidiera que el Gobierno concentrara todavía más poder.
Los candidatos que se han presentado
como una opción frente al modo de conducir el país se dedicaron a labrar unos
nichos que difícilmente, salvo algún caso, podrán ampliarse en el corto y
mediano plazos. Rehuyeron la confrontación con el poder y rehuyeron la
actualidad, un lujo que un político en ciernes como Rafael Correa no se dio en
su primera campaña, en el 2006, y que fue una de las claves de su éxito.
Ahora también hizo bien su trabajo (la
mayoría de políticos entiende la política como el arte de hacerse del poder y
mantenerlo) y ya en plena campaña no cayó en la tentación de dejarse llevar por
su propensión a entrar en todos los debates. No se enganchó con denuncias de
corrupción contra su Gobierno y se puso en manos de los estrategas de
comunicación.
El resto consistía en usar su carisma
para incentivar el voto en plancha, lo cual junto a los efectos de la
distritalización del voto para asambleístas, y al sistema de asignación de
escaños, le permite aspirar a una mayoría legislativa simple. Mientras tanto,
siguió tomando medidas para crear adhesiones, como las alzas salariales a los
militares, y usando el aparataje estatal para prolongar la 'revolución'.
El candidato-Presidente ha tenido la
vida fácil: ningún opositor ha logrado posicionar sus objeciones al modelo en
su conjunto. No se le ha tomado cuentas sobre la reforma judicial y el
compromiso de reducir la inseguridad. Nadie ha buscado los resquicios de la percepción
de bienestar basada en un gasto desbordado y un manejo fiscal que no contempla
fondos para contingencias; en el clientelismo sin producción ni productividad.
No se ha ahondado en la dependencia de China frente al discurso de soberanía.
Casi ningún candidato ha cuestionado
la revancha social y la concentración de poder, que dejan pocos espacios para
los derechos individuales. Ni ha logrado vender otras alternativas para ver el
futuro con esperanza. Por eso, para la oposición, la frase que da nombre a este
artículo tiene más visos de aspiración que de realidad.
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