Beatriz de Majo. EL NACIONAL
Poco antes del retorno del “comandante
presidente”, Fidel Castro quiso sacudirse la responsabilidad que le atañe en
torno la polémica reclusión de Hugo Chávez en un centro de salud de La Habana.
El anciano se lavó las manos en todo este drama de secretismo y de desgobierno
que envolvió a la población venezolana desde que su Presidente estuvo cautivo
en la isla caribeña. Castro aseveró que informar al pueblo venezolano sobre el
rumbo de la enfermedad terminal que aqueja al presidente Hugo Chávez no es
asunto cubano sino de su familia y del propio Gobierno de este país. Sólo que el
problema central no era ese.
Fueron los Castro quienes
diligenciaron, con la connivencia del alto gobierno nuestro, la más protuberante,
perversa y trascendental intervención política y militar en otro país que haya
sido armada en la historia continental.
Atónitos han estado los otros
gobiernos en toda la geografía de la región, observando el grotesco “vodevil”
que la dirigencia cubana y la revolucionaria venezolana organizaron en torno a
la gravedad del Presidente, para gobernar írritamente a Venezuela desde Cuba,
armar decisiones de enorme calado político y económico y fraguar un estado de
cosas que pueden conducir a Venezuela ─ Dios no lo permita ─ a un escenario
violento.
Terrible es que se haya utilizado el
delicado momento que viven Venezuela y su Presidente enfermo para atemorizar a
la población venezolana de la misma manera que el terror se les ha administrado
a los cubanos durante cinco décadas. Perverso es que desde Cuba regresaran
Maduro y Cabello, después de cada viaje a la isla, a instigar el desencuentro y
la violencia entre hermanos, lo que se ha vuelto corriente en cada una de sus
apariciones.
Sin Chávez en la isla, el escenario
ahora es otro para los cubanos. Si hasta el presente Fidel y Raúl eran parte protagónica de todo este
truculento tinglado, ahora pueden tomar distancia y seguir adelante con la gesta
de acercamiento de Cuba con “el Imperio” , un objetivo al que se le puso
sordina mientras el visitante ilustre y dadivoso yacía en Cuba en su cama de
enfermo. Chávez se les había convertido en una piedra en el zapato de cara a
Estados Unidos y al mundo.
Pero en un futuro no tan lejano nos
tocará mirar en reversa los aciagos días en los que Raúl y Fidel, para mantener
las prebendas venezolanas, usaron cuanta marramuncia estuvo a su alcance para
poner a su favor la equivocada conducta de quienes usan los sentimientos de sus
compatriotas venezolanos para generar odios y divisiones.
El mundo juzgará a los líderes
cubanos, y su propio país también. La Cuba libre que no tarda en llegar,
también les exigirá rendir cuenta de todas estas tropelías.
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