Raúl Rivero. DIARIO DE CUBA
La vida política en América Latina
suele ser muy teatral. Puede pasar de golpe y porrazo de la comedia a la
tragedia. Ahora mismo, esa teatralidad congénita con ramalazos de telenovela,
ofrece, en un mismo capítulo tenso, la desaparición lenta y misteriosa de Hugo
Chávez en un punto secreto de La Habana y la reafirmación victoriosa de Rafael
Correa como nuevo líder del llamado socialismo del siglo XXI.
Nadie duda, ni siquiera los
representantes más optimistas de su apagada y dividida oposición, que el
presidente de Ecuador, con sus siete años en el poder, seguirá al mando hasta
el 2017. El mismo costurón constitucional que pespunteó hace un lustro, le
permite reelegirse y le abre las puertas para que continúe hasta que sea
también la muerte quien lo saque del palacio de Corondelet.
Hay una especie de conformidad
regional con su decisión de sustituir al venezolano en las tánganas
antiimperialistas y en la imposición de un socialismo con rancheras y paisajes
indígenas que, a juicio de un cineasta latinoamericano que lo vivió en su
carne, es un buen guión con una pésima puesta en escena.
En diciembre pasado, dos días después
del anuncio de la operación de Chávez en Cuba, Correa comenzó a probarse el uniforme
de jefe continental. Declaró su admiración por el compañero enfermo de cáncer y
dijo que aunque era un hombre muy necesario "nadie es ni debe ser
imprescindible". Los procesos revolucionarios emprendidos en Venezuela,
Ecuador, Argentina y Bolivia, dijo, deben continuar "independientemente de
las personas". No mencionó a Nicaragua, pero incluyó en el núcleo duro a
Cristina Fernández.
Con los partidos políticos
tradicionales devastados, la prensa libre amenazada y perseguida, Correa ha
hecho esta campaña electoral con cámaras y micrófonos a su disposición desde
que ganó los comicios de 2009. Sus contendientes tuvieron 45 días exactos y ni
un solo chance para debatir sus programas ante los electores. El presidente se
siente invencible y quiere más espacios para sus ideas y sus talentos.
Para la democracia en América Latina
Chávez era una figura peligrosa. Rafael Correa también: más lúcido y efectivo,
con dos payasos menos y el mismo cuchillo. Lo dicho. Allá se pasa sin
transición del circo a los villanos de los culebrones.
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