lunes, 25 de febrero de 2013

El plan Maduro. ¡Perdón: plan Castro!


Miguel Bahachille M.  EL UNIVERSAL

Sería ingenuo imaginar que las persistentes agresiones de Maduro contra "todo lo demás" obedezcan a una estrategia sacada de su propia luminaria. La hechura es la misma que su ductor, ahora convaleciente, había asumido con éxito a lo largo de 14 años. Por supuesto que es un sarcasmo hablar de éxitos ante un país ruinoso y ausencia de obras con las cuales hacer alarde. El supuesto éxito consiste en haber mantenido vivo el amaño oficial para preservar el apoyo de los pobres con falsas promesas. El proclamado Maduro cree que el triunfo está garantizado si continúa con las mentiras creadas por su jefe para mantener la clientela cautiva y a mano. Ciertamente Chávez lo logró hasta donde lo permitió el arca henchida de dólares petroleros. ¿Qué hará Maduro con Ciudad Tiuna en la que apenas concluyeron 2 de los 42 edificios de viviendas anunciados?


La señales emanadas desde Cuba exigen vigilar todo el aparato de información que va desde los medios de control de masas, pasando por las encuestas de opinión, hasta llegar al sistema educacional formal y las estructuras paraeducacionales similares a las estipuladas en las llamadas Comunas o Colectivos. Éstas, como en Cuba, de carácter represivo, tendrán el firme designio de apoderarse de la aquiescencia popular para fines y valores propios del colectivismo. Los Castro están al tanto que es la única vía en que Cuba pueda sobrevivir como lo ha hecho hasta ahora.


La trampa está en persuadir a la mayoría que este condicionamiento omnipotente se ha instaurado por voluntad del pueblo y, por ende, imposible de ser modificado. ¿Cómo se desmonta esta falacia? Por ejemplo, la clase trabajadora debe negar enfáticamente que fuere corrompida antes de 1998 por "el deseo de poseer bienes de consumo propios del capitalismo". Nada más falso. La mayoría del pueblo jamás ha sentido "angustia revolucionaria" por la igualdad y la toma de decisiones a través de laudos colectivistas. La gente está más preocupada por los ahogos económicos derivados por la carestía, falta de empleos y mengua constante del nivel de vida.


La creación de nuevas formas de control, como las pretendidas por el régimen, coloca al país en una especie de pobreza y negligencia estabilizada apuntando hacia fines sociales cada vez más estrechos. Puede apreciarse cómo el poder del Estado y de la ley, bárbaramente manipulada, pretende exhibirse ahora como un ente de justicia virtuoso y permanentemente listo para disuadir a las quisquillosas "minorías díscolas". Este es el orden que el gobierno nos invita a festejar; aquel en cuya orbita sólo podamos optar por opciones marginales siempre que no perturben la revolución.


El régimen se ha propuesto desde el principio alejar, desplazar y manipular los conflictos tratando de adecuar la sociedad hacia definiciones falsas que, constantemente repetidas, pasen por ser la única condición de cordura. Nada nuevo. Hitler lo hizo en su tiempo. El gobierno no cesa en su propósito de fijar programas únicos, al estilo cubano, para todo el mundo y hacerse del control social indiviso. Maduro, por su simpleza y vaguedad teórica, resultó el más adecuado para proseguir con la rutina de servilismo hacia Cuba; de allí que haya sido el elegido por los Castro.

La pregunta pertinente es si un presidente inventado como Maduro, simple y carente de las elementales condiciones para conducir las complejidades de un Estado, podrá sostenerse en el tiempo obviando el incremento de conflictos como la delincuencia, carestía, inflación, corrupción, ruina de los centros de salud e infraestructura en general. Tampoco podrá seguir invocando el ánima del "comandante-presidente" para escurrir el bulto. Los oficialistas están empeñados en convertir a Chávez en un monumento (del latín monumentum, recuerdo). Y los monumentos no tienen vida; se erigen con algún valor artístico, histórico o social para el grupo que lo instituyó, pero no para gobernar.


Llegó la hora, pues, de no dar más cabida a las tonterías gubernativas e invocación de los Castro. El pueblo exige sensatez para rescatar a la aturdida y degradada nación venezolana.

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