En realidad, pienso
que el admirable ejemplo dado por el actual Papa sí merece ser seguido. Es el
caso del teniente coronel Hugo Chávez. Chávez debería considerar con
detenimiento la decisión de Benedicto XVI.
René Gómez Manzano. CUBANET
En lo que va de la presente semana, la
noticia más importante ha sido — a no dudarlo — la renuncia presentada a su
altísima investidura por Su Santidad el papa Benedicto XVI. El sorprendente
anuncio concitó la atención de todos desde el mismo momento en que fue hecho,
en la mañana del lunes. Después, no han faltado las reacciones —favorables,
como regla — de toda clase de personas.
Soy católico practicante, y considero
digna de aplauso la decisión tomada por el Santo Padre. Por supuesto que, para
alguien que ha alcanzado una posición tan relevante, no resulta fácil renunciar
al poder (eclesial en este caso, aunque no por ello deja de ser poder) y a
todas las ventajas y privilegios que su ejercicio entraña.
Dentro del mismo ámbito de la Iglesia,
otros han asumido actitudes distintas. El mismo predecesor inmediato de
Ratzinger, Juan Pablo II — por ejemplo —, se consideró en el deber de continuar
desempeñando sus funciones cuando ya la salud lo había abandonado, y el
ejercicio de su ministerio, en medio del dolor que lo embargaba, adquiría
ribetes de martirologio.
Junto con comentarios respetuosos
hechos por simples ciudadanos y por algunos jefes de Estado y de Gobierno — como
los de su compatriota, la canciller alemana Ángela Merkel —, no han faltado los
intentos de utilizar la decisión papal con fines de manipulación. Ejemplo de
ello son las renovadas demandas que desde la extrema izquierda hacen opositores
españoles para que abandone su cargo el presidente Rajoy.
No se trata de coartar el derecho de
los ciudadanos de un país democrático — como lo es nuestra Madre Patria — a
demandar la renuncia de su primer mandatario por un desempeño que consideren
deficiente. Lo indignante es que algunos exaltados aprovechen, como presunta
fundamentación de su reclamo, supuestos actos de corrupción que no pasan de ser
imputaciones no probadas.
En realidad, pienso que el admirable
ejemplo dado por el actual Papa sí merece ser seguido. Pero las latitudes en
que ello debiera suceder se encuentran — en mi opinión — bien lejos del Viejo
Continente. Mi criterio se fundamenta no en dudosas denuncias de peculado, sino
en la situación de incapacidad real en que se encuentra cierto líder político.
Es el caso del teniente coronel Hugo
Chávez. Hace ya dos meses que el caudillo bolivariano viajó a La Habana para
someterse a una cuarta intervención quirúrgica por el cáncer que padece. Desde
entonces, no ha sido visto ni oído en público. Sólo sus más inmediatos
colaboradores viajan de tiempo en tiempo a la capital cubana, y son ellos
mismos (los primeros interesados en mantener el statu quo para seguir
mangoneando la situación) quienes informan sobre su supuesta mejoría.
Desde Caracas narran maravillas acerca
de la hipotética recuperación, sobre su “fuerza inmensa”; pero el único
sustento de sus declaraciones son sus mismas palabras. Contra lo que resulta
usual en casos de este tipo, no ha habido un solo parte médico; ni siquiera se
ha informado de manera oficial qué tipo de cáncer padece. Incluso jefes de
estado amigos que han viajado a la capital cubana para ver al convaleciente, se han quedado sin
alcanzar su objetivo.
A la luz de este cuadro penoso — que
no se sabe hasta qué extremos llegará —, haría bien el teniente coronel
barinense — que se declara un ferviente cristiano — en considerar con
detenimiento la decisión de Benedicto XVI. Esta última no está motivada por
alguna enfermedad, sino por la avanzada edad, pero Chávez, mutatis mutandis,
bien podría aplicarse la lección en lo pertinente.
Volviendo a la Iglesia Católica, la
corajuda decisión del Santo Padre abre interesantes perspectivas de cara al
futuro. ¿Quién será su sucesor? El amigo y prominente laico Dagoberto Valdés
anuncia su lista de “papables”: el italiano Scola, el argentino Sandri, el
hondureño Rodríguez Maradiaga, el austriaco Schönborn y el canadiense Ouellet,
todos ellos alrededor de la setentena.
Aquí cabe recordar la expresión alada:
quien llega al cónclave como papa, sale de él como cardenal. De todos modos,
esperemos que el sucesor de Benedicto encare por fin al menos una de las más
importantes asignaturas pendientes en la dos veces milenaria institución: las
del celibato eclesiástico y el sacerdocio femenino.
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