Daniel Morcate. EL NUEVO HERALD
Los tiratiros y su alegre comparsa
andan como niños con zapatos nuevos porque han descubierto a Chicago. Dicen muy
orondos que es una ciudad plagada de crímenes violentos a pesar de haber
adoptado las leyes de control de armas “más estrictas” del país. Y exhortan a
la Casa Blanca y al Congreso, para no hablar de los medios de comunicaciones, a
dejar las cosas como están porque de lo contrario Estados Unidos entero será
como Chicago, un antro de violencia donde los malos se adueñan de las armas de
fuego y los buenos son meros espectadores pasivos. Lo que tal vez no entienden
los tiratiros y su comparsa es que el país ya es como Chicago e incluso peor,
dependiendo del lugar que uno saque de la tómbola. Y que ellos tienen muchísimo
que ver con este lamentable y patético estado de cosas.
Lo de Chicago es, sin duda, cosa
seria. El año pasado 515 personas murieron allí a tiro limpio, sin contar a
centenares que se suicidaron mediante pistoletazos. Esto, a pesar de que
Chicago prohíbe la compraventa de armas de asalto y durante un tiempo, hasta
2010, también prohibió la de pistolas y revólveres. Ha vetado asimismo las
armerías. Los tiratiros y sus gurúes, como Rush Limbaugh y Sean Hannity, lo
saben. Y no paran de repetirlo como triunfales papagayos. Lo que ignoran o se
callan es que basta con salir unos metros fuera de la jurisdicción de la ciudad,
a sus suburbios, para que las leyes “estrictas” de control de armas no se
apliquen; y para que cualquier hijo de vecino, con buenas o malas intenciones,
pueda adquirirlas. Como resultado, “las armas fluyen fácilmente hacia Chicago
desde áreas vecinas y estados colindantes con Illinois”, advierte Adam Winkler,
profesor de Derecho de la Universidad de California en Los Angeles, quien
estudia la violencia armamentista en Chicago.
Tampoco manejan los tiratiros y su
séquito las peculiares causas sociales de la violencia armamentista en Chicago,
las cuales, por cierto, se asemejan a las de otras grandes urbes del país. Sus
residentes afroamericanos e hispanos viven mayormente segregados de la
población blanca no hispana, la mayoría en guetos humildes y desatendidos por
las autoridades locales. 30 % de los habitantes afroamericanos de Chicago y 27
% de los hispanos se hallan crónicamente desempleados. Y muchos jóvenes
desocupados se resarcen de su enajenación en pandillas, fuentes de buena parte
de la violencia con armas. “La masacre de una clase entera en Newtown provocó
indignación nacional”, dice el representante demócrata de Illinois Luis
Gutiérrez. “Pero en Chicago perdemos a decenas de jóvenes cada fin de semana.
Demasiadas balas están exterminando a nuestras futuras generaciones”.
Una de esas balas mató a Hadiya
Pendleton, estudiante de honores de 15 años de edad que había tocado con la
banda de su secundaria durante la reciente toma de posesión del presidente
Obama en Washington D.C. La policía asegura que fue víctima de un típico caso
de identidad equivocada. Obama enviaría un poderoso mensaje de rechazo a esta
terrible violencia criminal si viajara a Chicago a rendir tributo póstumo a
Hadiya, como le han pedido líderes cívicos. Sería un gesto consecuente con su
oportuna y audaz campaña contra la violencia armamentista, a diferencia de la
reciente divulgación de una foto en la que aparece disparando un rifle. La Casa
Blanca evidentemente la hizo pública para aplacar la histeria de los tiratiros
que se empeñan en pintar a Obama como un traidor a la Segunda Enmienda.
Lejos de ser una excepción a la regla
de la violencia desenfrenada de las armas, Chicago la confirma. Al igual que el
resto de Estados Unidos, la ciudad padece una constante avalancha de armas,
muchas de las cuales van a parar a manos criminales. Sus leyes estrictas
carecen de efectividad porque no existen ni en sus suburbios; ni se aplican a
sus residentes que las adquieren legalmente en otros estados a veces, incluso,
por internet. Pero lo más grave es que Chicago, como el país en general, apenas
ha comenzado a plantearse las causas profundas, y las posibles soluciones, a la
violencia armamentista que a diario enluta a los norteamericanos.
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