Maribel Hastings. EL NUEVO HERALD
WASHINGTON – Hace apenas un mes
comencé a visitar una iglesia metodista cercana a mi casa y como ocurre en
otras iglesias mayormente afroamericanas de la capital política del país, el
tema de la elección no queda fuera, sobre todo de las oraciones. La petición
principal: la reelección del presidente Barack Obama.
Hace años que no visito una iglesia
hispana, así que desconozco si el tema surge o no, pero mis vecinos metodistas
afroamericanos manifiestan en sus oraciones una profunda preocupación por un
cambio de inquilino en la Casa Blanca. La separación Iglesia-Estado es relativa
en estos momentos por la inquietud que genera una potencial presidencia de Mitt
Romney en el futuro de diversos programas sociales, educativos y de salud que
podrían verse afectados por las propuestas republicanas, particularmente sus
promesas de reducir el gasto posiblemente a expensas de muchos de estos
programas. Y no olvidemos la promesa de Romney de derogar el llamado Obamacare,
que ha dado acceso a seguro médico a nueve millones de latinos que antes no
tenían cobertura.
Una preocupación que yo, una votante
latina y registrada como independiente, también comparto.
Tan pronto puse un pie en este país
procedente de Puerto Rico me registré como independiente. Han pasado muchas
lunas y muchas elecciones y en el proceso he votado por candidatos de ambos
partidos. No me ciego con la política partidista. Miro los candidatos y sus
propuestas.
Y hace varios años ninguna mancuerna
republicana me había generado tan mala espina como la de Mitt Romney y Paul
Ryan.
De Romney me disgusta que sea como
veleta y cambie de postura según soplen los vientos. No hay convicción. Me
preocupan sus posturas migratorias y que se codee con figuras extremistas como
su asesor migratorio, Kris Kobach, arquitecto de la SB 1070 de Arizona y de la
política de desgaste mediante la aplicación de severas leyes para garantizar
que los inmigrantes trabajadores terminen autodeportándose, concepto que es
piedra angular de la política migratoria de Romney.
Me ofende la forma en que habló de
cómo no tenía que preocuparse por ese 47% del país que se consideran “víctimas”
y que no pagan impuestos sin considerar quiénes conforman ese 47%, incluyendo
los militares que Romney y los republicanos tanto dicen honrar. Me indigna
pensar que sus políticas sólo buscan favorecer el bolsillo de sus millonarios
colegas a expensas de la clase media y los más pobres.
Ryan, por su parte, ya me inquietaba
antes que fuera escogido para la vicepresidencia. Una ascendente estrella
republicana con propuestas fiscales que una vez más colocan las reducciones de
gastos en los programas que más necesitan los trabajadores y las minorías del
país.
Ryan aboga por la privatización del
Seguro Social y recortes al Medicare. Un análisis del Center on Budget and Policy Priorities encontró que en el
presupuesto que Ryan propuso y la Cámara Baja aprobó en marzo de este año, 62%
de los recortes, unos 3.3 billones (trillions) de dólares, provienen de
reducciones a programas para personas de escasos recursos incluyendo Medicaid,
las becas Pell Grant y otros.
De la mancuerna republicana también me
preocupan los vientos de guerra que soplan cada vez que hablan de Irán o de
Siria. Hacen recordar la insistencia de W. Bush en que Irak tenía armas de
destrucción masiva y por eso había que intervenir. Y ya sabemos cómo terminó
ese cuento.
Fui de las que en 2008 votó por Barack
Obama y ciertamente hay temas que quisiera haber visto atendidos,
principalmente la prometida reforma migratoria. He criticado que se hayan
ampliado cuestionables programas de colaboración con autoridades estatales y
locales que han alimentado las crecientes cifras de deportaciones. Pero también
entiendo que para avanzar un proyecto de este tipo se requiere de ambos
partidos y lo menos que ha tenido Obama en estos cuatro años ha sido
colaboración bipartidista.
Me entristece la lenta recuperación
económica y el desempleo que azota al país, pero entiendo que mucho de lo que
está ocurriendo ahora responde a las fallidas políticas económicas
implementadas en la presidencia de Bush y a dos guerras en Irak y Afganistán,
también bajo W., que aumentaron el déficit.
Me preocupa también que cuatro años
después de una histórica elección que suponía un paso adelante en la oscura
historia del racismo en este país, ese racismo se haya manifestado ahora
incluso más que en el 2008 de diversas formas. Romney ha energizado a una base
ultraconservadora que aunque no lo quiere, ve en él la oportunidad de remover a
Obama de la Casa Blanca. Como dijo un republicano hijo de Tommy Thompson, el
aspirante republicano al Senado federal por el estado de Wisconsin: “Tenemos la oportunidad de enviar a Barack
Obama de vuelta a Chicago... o a Kenia”.
Cualquier desilusión que haya tenido
con Obama palidece ante el desalentador cuadro de Romney-Ryan en la Casa
Blanca.
Por eso cada vez que en la iglesia a
la vuelta de la esquina de mi casa oran por Obama y porque tenga la oportunidad
de reelegirse para completar su agenda, de mi boca emana un sonoro amén.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario