jueves, 15 de noviembre de 2012

La conveniente derrota de Mitt Romney


Daniel Morcate. EL NUEVO HERALD

Ya sé que sus líderes no lo verán así. Pero lo mejor que le pudo pasar al Partido Republicano es que su candidato, Mitt Romney, perdiera la elección frente a un vulnerable presidente Obama, el único mandatario en la historia moderna que ha reconquistado la Casa Blanca con una economía tan frágil y un desempleo de casi 8 por ciento. Era tal vez la mejor forma en que el liderazgo republicano podía darse un baño de realidad. Reconocer que Estados Unidos ya no es el país que era hace algunos lustros, sino otro más diverso, educado, progresista. Y darse la oportunidad de poner en su lugar a los extremistas que hoy controlan al partido. Es solo una oportunidad, desde luego. Y los trogloditas del GOP van a resistir el cambio ─ ya lo están haciendo ─ negando tercamente el nuevo rostro de a nación y aferrándose a dogmas insolventes, como han hecho siempre todos los fanáticos políticos y religiosos.

El shock de la derrota será particularmente fuerte porque el GOP invirtió cantidades sin precedentes de dinero e hizo numerosas trampas para tratar de servirle en bandeja la victoria a su camaleónico aspirante. En muchos de los estados que controla, adoptó leyes de supresión de votos, consciente de que mientras menos norteamericanos votasen mejores posibilidades de triunfo tenía su candidato. Sin el más mínimo pudor, apuntó esas leyes directamente a jóvenes y minorías étnicas, dos sectores que habían votado decisivamente por Obama en 2008. Símbolo de esa estrategia felona, digna de los tiempos de las leyes segregacionistas de Jim Crow, fue la patética farsa electoral de la Florida de la que son responsables el gobernador Rick Scott y la legislatura estatal, ambos republicanos.

El GOP también perdió terreno en el Senado. Y hubiera perdido más en la Cámara de Representantes de no haber sido por otra trampa: el rediseño oportunista de distritos electorales en estados como Texas, Illinois y la Florida para garantizar el triunfo de sus candidatos. Ciertos críticos creen que encuestadores del partido también manipularon sondeos, excluyendo deliberadamente de su escrutinio a votantes probables, con el ánimo de hacer lucir mejores las probabilidades de triunfo de su candidato. Es un alegato que nadie ha demostrado. Pero tampoco me sorprendería que fuera cierto, habida cuenta de las otras manipulaciones mañosas.

Meses atrás, en Purgas republicanas [Perspectiva, 7 de junio de 2012], sostuve que un partido que recurre a semejantes artimañas no se merece ganar el voto popular. Es alentador comprobar que la mayoría de los electores concluyó lo mismo. Pero el resultado de los comicios significa mucho más que un rechazo a las fallidas estrategias electorales del GOP. También implica un rechazo a la arrogancia torpe, la chulería excluyente y las actitudes cavernícolas de su candidato presidencial y muchos de sus líderes. Con su apoyo abrumador a Obama, los hispanos repudiaron las políticas y retórica contra los indocumentados porque intuyen que también van dirigidas a ellos; las mujeres, el empeño republicano de negarles el derecho soberano sobre sus cuerpos; los homosexuales, los intentos republicanos de mantenerlos como ciudadanos de segunda; y todas las minorías, las gastadas ideas económicas del GOP, que han creado una sociedad cada vez más desigual e injusta, en la que la riqueza beneficia desproporcionadamente a muy pocos mientras elude a la inmensa mayoría, una mayoría que vive en la perenne zozobra económica.

Al Cárdenas, el veterano líder republicano, reconoce que, tras la derrota, el GOP “necesita darse cuenta de que es demasiado viejo, demasiado blanco y demasiado masculino y tiene que asimilar las características demográficas del país antes que sea demasiado tarde”. Jeb Bush, as su vez, admite que el partido “no le puede pedir a la gente que se sume a nuestra causa y luego enviar el mensaje de que en realidad no es bienvenida”. Lástima que tanto ellos como otros dirigentes republicanos no lo advirtieran públicamente durante la campaña ni les salieran debidamente al paso a los extremistas que han colocado al partido al borde del abismo. El GOP puede y debe reinventarse. Ninguna democracia prospera ni sobrevive sin una oposición vigorosa y sin alternancia en el poder. Para otra ocasión dejo consideraciones sobre cómo debería ser el nuevo Partido Republicano que reclama este nuevo país.

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