Fue aterrador lo que
vieron mis ojos en la tarde del 8 de noviembre. Jamás había vivido tal
experiencia, ni siquiera en mis años de internamiento en las Escuelas
Secundarias Básicas en el Campo (ESBEC), donde la violencia física estaba a la
orden del día.
Quince minutos pasadas
las dos de la tarde, la orden de despejar los alrededores de la novena unidad
de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), ubicada en Acosta y Diez de
Octubre, ya estaba dada.
Aproximadamente dos
horas antes un grupo de periodistas, blogueros y activistas de la sociedad
civil se había concentrado frente a dicha unidad para exigir la liberación de
Antonio Rodiles, director del proyecto Estado de SATS, detenido desde el día
anterior. Ya se encontraban tras las rejas también los abogados Yaremis Flores,
Laritza Diversent y Veizant Boloy.
La periodista y bloguera
Yoani Sánchez, nos pedía constantemente mantenernos unidos. Estábamos en la
escalera de un viejo edificio, frente a la novena unidad, a sólo tres metros de
un grupo de agentes del Departamento de Seguridad del Estado (DSE) que vigilaba
cada uno de nuestros movimientos. Del grupo de ocho, solamente el periodista
Eugenio Leal y yo podíamos comunicarnos con el exterior a través de nuestros
celulares, aunque con limitaciones; al resto le habían cortado el servicio,
pues el gobierno también es dueño de ETECSA, compañía que monopoliza las
comunicaciones en el país, y la utiliza como parte integra de su engranaje
represivo cuando necesita incomunicar a alguien.
Alrededor de las 2 y 20
pm, sentimos una fuerte discusión a setenta metros de donde nos encontrábamos.
Era el escritor Orlando Luís Pardo, quien se defendía con la palabra y recibía
como respuesta los golpes de una decena de agentes.
En apenas segundos,
corrimos para auxiliar a Orlando Luis, mientras uno de los agentes pedía varias
patrullas de refuerzo. La calle fue copada rápidamente por unos setenta
represores, entre los que vi a altos oficiales del Ministerio del Interior
(MININT). Yoani Sánchez, Ángel Santiesteban y tres activistas más, eran
arrestados y golpeados brutalmente. Me salve de la golpiza porque me había
apartado cuatro o cinco metros para enviar mensajes de texto a varios
periodistas independientes.
El escritor Ángel
Santiesteban, autor de “Dichosos los que
lloran”, novela donde narra sus vivencias en medio de la brutalidad de las
prisiones cubanas, fue golpeado sin cesar por varios agentes de la Seguridad
del Estado (DSE), mientras otro lo agarraba por el cuello con intención de
asfixiarlo.
Todo sucedió en cuestión
de minutos. La operación había sido 100% premeditada. Los vecinos de la zona ni
siquiera tuvieron tiempo de asomarse. Santiesteban fue el más golpeado; tenía
el rostro sangrante y las costillas rotas. En ese momento, ante tanta barbarie,
sentí total indefensión.
Aunque sufrí una
experiencia parecida el 20 de marzo de 2010, cuando fui arrestado y golpeado en
el rostro al término de una caminata con las Damas de Blanco, fue esta tarde
del jueves 8 de noviembre cuando con más fuerza he experimentado la brutalidad
de esta dictadura.
La dictadura se quita la
careta. Dichosos los que hoy no callan ante tanto abuso y barbarie. Infelices
los que en el futuro tendrán que arrepentirse del odio y la violencia que hoy
muestran contra sus hermanos; solo para servir a una tiranía que en realidad
los desprecia a ellos tanto como a sus víctimas.
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