Mario J. Viera
Ya desde hace algún tiempo vengo
considerando que la revolución egipcia se había estancado y retrocedido a favor
de las corrientes islamistas favorecedoras de la sharía como ley básica del
gobierno. Los últimos acontecimientos me inducen a pensar que no estaba errado
en mis consideraciones.
Mohamed Morsi, un ingeniero egipcio
muy vinculado a la Hermandad Musulmana, fue electo presidente; considerado por
algunos con categoría de estadista por su participación en el conflicto entre
Hamas y el Estado de Israel y como un musulmán moderado, algo, no obstante, no
huele bien en su personalidad.
Los misiles que Hamas lanza hacia
zonas pobladas israelíes proceden de Irán y solo hay un paso a través del cual
puedan entrar en territorio de Gaza: Egipto.
Con la disolución de la Cámara de los
Diputados el pasado junio, Morsi concentra en su persona tanto el Poder
Ejecutivo como el Legislativo. Ahora pretende subyugar al Poder Judicial,
convirtiéndose de hecho en dictador.
El 22 de noviembre, Morsi emite un
decreto que establece que todas las declaraciones constitucionales, leyes y
decretos emitidos por su gobierno no pueden ser apeladas o canceladas por
ningún individuo o cuerpo político o gubernamental. Al mismo tiempo en su
decreto ─ un verdadero úkase egipcio ─ Morsi establece que ninguna autoridad
judicial puede disolver la asamblea constituyente o el Consejo de la Shura
(Cámara Alta del Parlamento) en abierto rechazo a la resolución que el 11 de
abril emitiera un tribunal administrativo de suspender la Asamblea
Constituyente, bajo el presupuesto de carecer de base jurídica dado que en la
misma la mayoría está en manos de la Hermandad Musulmana y, por tanto, en ella no
están propiamente representados todos los sectores de la sociedad egipcia.
En rechazo al decreto de Morsi, el
opositor y Premio Nobel Por la Paz del 2005, Mohammed el-Baradei declaró al
conocerse la disposición presidencial: “Hoy
Morsi usurpó todos los poderes y se proclamó nuevo faraón de Egipto. Un enorme
golpe asestado a la revolución que podría tener consecuencias espantosas”
De inmediato grupos laicos opositores
a la Hermandad Musulmana y a Morsi se concentraron en la emblemática Plaza de Tahrir
produciéndose enfrentamientos con los
partidarios de Morsi y las fuerzas de seguridad.
Posteriormente el Consejo Supremo de
Justicia se manifestó en contra del decreto de Morsi declarándole como un ataque
sin precedentes a la independencia judicial y exigiendo la derogación del
decreto y “apartarse con su declaración
constitucional de todo lo que perjudique al Poder Judicial y sus prerrogativas”.
Entre tanto, el Club de Jueces de Alejandría acordó “suspender las actividades en todos los tribunales y las fiscalías de
las provincias de Beheira y Alejandría”
Durante las protestas, en las ciudades
de Suez, Ismailiya y Port Said se incendiaron
varias sedes del Partido Libertad y Justicia, órgano político de la Hermandad
Musulmana.
El gobierno de Barak Obama ha
reaccionado ante los acontecimientos producidos en Egipto. Victoria Nuland
vocera del Departamento de Estado declaró: “Las
decisiones y declaraciones del pasado 22 de noviembre despiertan recelos entre
muchos egipcios y también en la comunidad internacional. Una de las
aspiraciones de la revolución fue asegurar que el poder no se concentraría en
las manos de una sola persona o institución”.
En realidad todo parece indicar que la
revolución egipcia se ha convertido en
la transición del gobierno de Mubarak hacia el gobierno de un tipo de Mubarak
pero de corte islamista, lo que sería peor.
Definitivamente hay que advertir:
¡Cuidado con Morsi!
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