No me parece una buena
propuesta ─ todavía en embrión hay que decirlo ─ aquella formulada por Rafael
Correa en el sentido de que la información (¿acaso también la opinión?) sea
administrada por el Estado tal como es la justicia
Orlando Alcívar Santos. EL UNIVERSO
Infinidad de veces se ha repetido ─ hemos
repetido ─ que no es buena idea querer poner barreras a la prensa, es decir a
la libertad que necesitan los pensamientos para ser expresados, pero parece que
cualquier insistencia sobre el tema se queda corta ante la recurrencia del
Gobierno por tratar de privar a los ciudadanos de uno de sus derechos
fundamentales, que deberían disfrutar a plenitud y que deberían ser más
respetados ahora que existen no solo medios privados de comunicación sino
también una amplia gama de medios oficiales.
El Gobierno tiene ojeriza contra dos
sectores, contra quienes ha tenido siempre una actitud de acoso y derribo: la
prensa y la banca. No voy a defender a la banca porque no me compete ni asumo
como míos sus aciertos ni sus errores, pero sí tengo la obligación como
ciudadano libre ─ más que como columnista ─ de hacer esfuerzos para contribuir
al mantenimiento de un periodismo serio y responsable, atrás del cual debe
estar siempre la más amplia posibilidad de que las ideas no tengan cadenas ni
subordinaciones, menos esclavismos.
Por eso no me parece una buena
propuesta ─ todavía en embrión hay que decirlo ─ aquella formulada por Rafael
Correa en el sentido de que la información (¿acaso también la opinión?) sea
administrada por el Estado tal como es la justicia, pues aunque se trata de dos
bienes jurídicos esenciales para la vida del hombre en sociedad, su aplicación
y sus consecuencias son absolutamente distintas, diametralmente diferentes,
como lo puede comprender hasta un iletrado si se le explica que no es lo mismo
que un inocente esté purgando en la cárcel un delito que no cometió (por falta
de justicia que siempre debe ser controlada por el Estado), que ese mismo
inocente no se entere de que hubo un incendio en la Amazonía o una explosión en
Afganistán (por falta de información que debe ser proporcionada por
cualquiera).
Con menor importancia en cuanto a lo
general pero con gran incidencia en el tema electoral, me apena y me preocupa
que el Consejo Nacional Electoral, con una soltura de huesos digna de mejor suerte,
decida, ordene, interprete sin rigor jurídico varias disposiciones legales,
entre ellas las relacionadas con el tema central de este artículo, la
posibilidad de que la información fluya libremente para que los ciudadanos
estén completamente enterados de lo que ocurre en un proceso que debe ser una
de las expresiones más importantes del ejercicio de la democracia.
Si el Consejo quiere aprobar un
reglamento para que los medios de comunicación se abstengan de hacer promoción
directa o indirecta a favor o en contra de un candidato, debe comenzar por
regular la propaganda oficial en estos tiempos electorales, pues aunque no se
trata exactamente de avisos publicitarios en estricto sentido, resulta sin duda
injusto para los demás candidatos que el Gobierno promocione sus acciones ─ con
el disfraz de información a la ciudadanía o de rendición de cuentas ─ creando
un desbalance que, con el reglamento, se profundizaría más.
Debe haber equilibrio, igualdad y
equidad, pero estos conceptos parece que están de vacaciones en los tiempos que
corren. Lo que demando es un tratamiento justo para todos y que la prensa pueda
caminar sin amarras.
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