Juan Juan Almeida. MARTINOTICIAS
El oscuro y empecinado escritor de fin
de semana, Alejandro Castro Espín, a quien cariñosamente algunos apodan “Tres
Meses”, porque ese es justo el tiempo que duran en libertad las víctimas de su
mirada que, aunque torcida, y no perezosa, es tenebrosa. El cuentista aterrizó este viernes 26 de
octubre en Moscú para presentar la primera edición en ruso de su libro “Imperio
del terror seguridad trasnacional, antiterrorismo y crisis global”.
Llegó protegido por un séquito
impresionante de militares encubiertos y confiables desconfiados. Es normal, no
hay por qué criticar, en las obras de caballería no existe un hidalgo honorable
que no tenga su escudero; lo preocupante es que, hablando de honor, el hijo de
Raúl y Vilma no haya tenido la decencia de mencionar al verdadero autor de tan
indigesta escritura. Se llama Juan Francisco Arias Fernández, pero le dicen
Paquito, hasta hoy, es un fiel correligionario, poco atractivo, infiel marido,
peor amigo, y con pretensiones linajudas.
El título del libraco es agotador, lo
cutre se ha puesto de moda y rebuznar puede inspirar; pero mucho peor fue
escuchar la monserga, que Alejandro se largó frente a una veintena de personas
entre los que se encontraban el embajador cubano, ex asesores militares rusos,
alumnos de postgrado en la academia de la diplomacia, periodistas, y otros
tantos invitados interesados en seducir a quien actualmente es la persona más
poderosa de la jerarquía social cubana.
La presentación del texto tuvo lugar
en la “Casa del Libro” ubicada en Nueva Arbat, avenida que se hizo famosa
porque en 1991 por ella marcharon los rusos para impedir que el país regresara
al comunismo. Quizás por ello, fue todo un poema ver la cara de Alejandro
cuando la presentadora, con especial sutileza dijo “Hace como 20 años nosotros
comenzamos un proceso de cambio llamado Perestroika. El apellido del invitado
de hoy tiene, para muchos rusos, significado especial”.
En el clímax de su intervención, el
creído filósofo Castro Espín frunció el seño, alzó su voz, y con la vista en
lontananza lanzó una frase fuera de todo parámetro, por estúpida, que quedara
para la posteridad, dijo: “No hay mejor
lugar para el lanzamiento de un libro, que una librería”. Aplaudieron,
claro está, los comprometidos integrantes de la delegación cubana y, por
imitación, los que no entendían español.
Escucharlo disertar sobre los temas
actuales de la realidad cubana, nos da una medida cercana a lo alejado que se
encuentra de ella. Para mí, hablaba de Suecia, Noruega o Finlandia.
Maestro de la cautela, Alejandro no
accedió a responder la pregunta de qué escritores o qué libros son los de su
preferencia. Eso es asunto privado, casi un secreto de estado. Pero eso sí,
como decía mi abuela “Quienes quieren gobernar, se preparan para gobernar”;
dejó claro que hace poco terminó una maestría en relaciones Internacionales.
Al terminar agradeció a quienes llamó
compañeros, el grupo de solidaridad con Cuba, a los organizadores del evento, a
los presentes, y se marcho.
Concluyó su apretada agenda de sábado
en una oficina de Stolenshnikov Lane (una de las calles de tiendas de lujo más
cara de toda Europa), conversando en ambiente
muy ameno con un grupo de “inversionistas” que proponen convertir la
isla en nuevo y atractivo destino para
miembros de la mafia rusa.
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