Fernando Mires. Blog POLIS
El triunfo obtenido por Barack Obama en las elecciones que tuvieron lugar
en Noviembre del 2012 ha descompuesto el ánimo de diversos grupos ideológicos.
Y no sólo en los EE UU. Ese es el motivo por el cual en esta ocasión he
decidido referirme a los enemigos latinoamericanos de Obama. A fin de
simplificar, los he clasificado en tres sectores.
- Los gobiernos antimperialistas
- La ultraderecha ideológica
- Los tecnócratas de la economía pseudocientífica
Las gobiernos antiimperialistas de América Latina organizados en el ALBA
requieren de una política agresiva norteamericana ─ tipo Reagan o Bush ─ para
así poseer un enemigo simbólico y perfilarse como adalides del antiimperialismo
continental. Por eso Romney era para ellos su candidato secreto.
Un gobernante que no invade pueblos, que se abre al diálogo, que hace caso
omiso a insultos, que busca el debate, y que perfila su acción en plazos
largos, es lo menos que conviene a los ideólogos antiimperialistas.
No es casualidad que los argumentos del radicalismo de izquierda coincidan
en ese punto con los segundos enemigos: la ultraderecha continental. Según
opinión compartida, Obama es un gobernante débil: retira sus tropas de
Afganistán, pronto hará lo mismo en Irak, no invade Cuba, no bombardea Teherán
ni ataca a Siria, en fin, no se hace respetar en el escenario internacional y
por eso los EE UU han perdido su lugar en el mundo.
Sin embargo, cualquier balance muestra lo contrario.
El apoyo tácito, a veces explícito de los EE UU a las rebeliones árabes, ha
hecho posible que por primera vez surgieran movimientos políticos en la región
que no hacen del anti-norteamericanismo su bandera. También en América Latina:
la era de las invasiones ha quedado atrás y los antiimperialistas ya no tienen
en contra de quien gritar.
Ese éxito no lo soportan ni los antiimperialistas ni los ultraderechistas
del continente.
Estos últimos, acostumbrados a apoyar salidas de fuerza, golpistas por
convicción, belicistas por doctrina, añoran esos días antipolíticos de la
Guerra Fría de la cual ellos son sus sobrevivientes ideológicos.
El tercer sector latinoamericano anti-Obama es el formado por una
tecnocracia pseudocientífica, ligada políticamente a la ultraderecha, aunque
también se encuentran ahí teóricos del capitalismo salvaje de Estado ─ entre
otros, los fans de China: nuevo paraíso de la tecnocracia internacional ─.
Según opinión predominante, Obama es para ellos un demagogo que enfrenta la
crisis dividiendo a la nación y movilizando de modo populista a las clases
pobres en contra de las clases pudientes.
Siguiendo la opinión de dichos tecnócratas, la crisis sólo puede ser
enfrentada de acuerdo a criterios “científicos”, los que para ellos son siempre
los mismos: des-estatización radical, privatizaciones, reducción del monto
circulante, disminución drástica de impuestos, despidos masivos. La otra
alternativa, arguyen, sería imitar a la “decadente Europa”: La Europa del
“Estado del Bienestar”.
Lo que callan los tecnócratas es que esa masa de sectores empobrecidos no
la creó Obama. Es, por una parte, el resultado de las medidas reguladoras de
los gobiernos republicanos, los mismos que condujeron a un hiperdesarrollo de
las especulaciones en el sector inmobiliario. Por otra, es resultado de
migraciones, particularmente de latinos, las que ningún gobierno norteamericano
ha podido controlar. Se trata ─ no hay que recurrir a Huntington para afirmarlo
─ de una masa migratoria difícil de integrar. Ahora bien, el dilema es
integrarla o no. Crear un Apartheid social o no. Y los medios de integración
sólo pueden ser dos: representación política y ayuda social, aunque eso
signifique recrear estructuras similares a las de la “decadente Europa”. Sobre
ese punto, valga un comentario.
El diagnóstico proto-fascista acuñado por Oswald Spengler en los años
veinte del pasado siglo, la “decadencia de Occidente”, tiene hoy su réplica en
la visión de la “decadencia de Europa”, visión compartida por
ultraizquierdistas, ultraderechistas y tecnócratas de diversos países de
América Latina.
Pero quizás habría que recordar que la crisis económica de nuestro tiempo
no comenzó en Europa sino en el ultraliberal Estados Unidos de Bush.
Tampoco estaría de más recordar que la crisis económica no ha afectado ni a
Alemania, Holanda, Suiza, Austria, ni a los países escandinavos, ni a la misma
Inglaterra y muy levemente a Francia. Y esas son precisamente las naciones en
las cuales fue erigido desde hace mucho tiempo un Estado social que ha
funcionado en el bien-entendido de que la economía no comienza ni termina en
números sino en seres humanos. Hay que convenir entonces en que la avanzada
política social de esos países, lejos de acelerar la crisis, ha sido su eficaz
muro de contención.
Ni Europa está en decadencia ni Obama es populista. Al contrario, la suya
es una política que busca la integración de los hasta ahora excluidos. Lo
contrario sería aceptar pasivamente la desintegración social de la nación. Pero
como dijo Obama en esa pieza maestra de oratoria que fue el discurso
pronunciado con motivo de su reelección:
“Creemos en un Estados Unidos generoso, un Estados Unidos compasivo, un
Estados Unidos tolerante, abierto a los sueños de una hija de inmigrantes que
estudia en nuestras escuelas y jura fidelidad a nuestra bandera. Abierto a los
sueños del chico de la parte sur de Chicago que ve que puede tener una vida más
allá de la esquina más cercana. A los del hijo del ebanista de Carolina del Norte
que quiere ser médico o científico, ingeniero o empresario, diplomático o incluso
presidente; ese es el futuro al que aspiramos. Esa es la visión que compartimos. Esa es la
dirección en la que debemos avanzar. Hacia allí debemos ir”.
Y hacia allá va Obama.
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