jueves, 2 de agosto de 2012

Un editorial ejemplar


Si el texto se proponía refutar la tesis del asesinato político o del asesinato político accidental, por muy ejemplar del granma’s style que sea, es un texto fallido. Intenta convencernos de que se trató de un mero accidente de tráfico, y en lugar de centrarse en ello y explicarlo con total transparencia, 1.252 de las 1.500 palabras son una diatriba política, 581 de ellas directamente contra los disidentes muertos y los extranjeros que los acompañaban.

Luis Manuel García Méndez. DIARIO DE CUBA

La edición del diario Granma correspondiente al 31 de julio de 2012 es inusual por varias razones. Primero, la mitad izquierda de la portada, la primera en orden de lectura, está ocupada por un editorial cuyo título, en grandes letras rojas, es “La verdad y la razón”, y ni siquiera alcanza el espacio, continúa en la 2, porque son 1.541 palabras, 10.000 caracteres, algo que solo ocurre cuando el diario trata asuntos de primerísima importancia.

Y ahí viene la segunda singularidad: el editorial se refiere a un accidente de tráfico, uno más de las decenas de accidentes que ocurren a diario en la Isla, en algunos de los cuales mueren compatriotas. Si mi memoria no me engaña, nunca el Granma había dedicado su espacio estelar a un accidente de circulación, donde no ha muerto un alto funcionario, sino un tal Oswaldo Payá, que presidía el “minúsculo y contrarrevolucionario Movimiento Cristiano Liberación” y otro ciudadano cubano de cuyo nombre Granma no quiere ni acordarse.

Es cierto que el accidente de Camilo Cienfuegos ocupó varias portadas, pero no del diario Granma, que no existía, y tampoco, hasta donde se sabe, Camilo derrapó en las mal pavimentadas carreteras del cielo.

Colocado en la piel de un lector cubano, hay algo que me sobresalta en el primer párrafo: “Desde el pasado 22 de julio, se han publicado más de 900 informaciones de prensa y 120 mil mensajes en las redes informáticas sobre el lamentable accidente de tránsito ocurrido esa tarde en que fallecieron dos ciudadanos cubanos y resultaron lesionados un español y un sueco”.

¿Novecientas informaciones de prensa? ¿120.000 mensajes? ¿Y de qué tratan? ¿A qué se refiere tal profusión online? Pero de inmediato yo, lector cubano sin Internet, recuerdo la invasión a Angola, a la que no se hizo referencia en la prensa en su momento, ni durante muchos meses, mientras el asunto circulaba en los periódicos noruegos, filipinos y paraguayos, seguramente muy implicados en el asunto; hasta que un buen día, como si todos los cubanos ya estuvieran al tanto, se habló de Angola como cosa sabida. Y esa es una cualidad de la prensa cubana que no he encontrado en el resto del planeta: atribuir la omnisciencia a sus lectores. Dar por sentado que se habrán enterado por la competencia de aquello que prefieren no mencionar.

Más adelante afirma el texto que “acusaron a Cuba de haber realizado un asesinato político”. ¿Y eso cuándo fue? ¿Qué dijeron?, se preguntará un lector cubano. Pero ahí queda la cita, no hay hipervínculo.

El editorial no es ejemplar solo por esas razones. En sus 1.500 palabras reúne el glosario completo de tópicos granmianos (no gramscianos, ojo): “la mafia anexionista de Miami”, “la infame insinuación”, “la historia inmaculada de una Revolución”, “sin una sola ejecución extrajudicial, sin un desaparecido, un torturado, un secuestrado, un solo acto terrorista” (de los nuestros), “el monopolio financiero-mediático” (de los otros, of course)”, “los supuestos luchadores por la libertad”, “la censura y la manipulación” (de ellos), “la contrarrevolución (…) mercenaria”, “vulgares agentes”, “grupúsculos”, etc.

Dice también que los “calumniadores” pidieron “una investigación transparente”. ¿A qué investigación se refiere?, vuelve a preguntarse el inocente lector. Y el diario aprovecha la ocasión para acusar a Estados Unidos y a sus “aliados europeos de la OTAN” de todos los pecados, excepto la crucifixión de Jesucristo.

Hay que reconocer al editorial un gesto piadoso cuando condena a quienes exaltan a los “supuestos ‘luchadores por la libertad’” “sin respetar límites éticos ni la muerte de seres humanos, lamentable en cualquier circunstancia”. Aunque no queda muy claro por qué exaltarlos equivale a no “respetar límites éticos ni la muerte de seres humanos”. Y, sin embargo, no lo es calificar a los finados como “mercenarios” y “vulgares agentes”, que “traicionan a su Patria por unas monedas”, aunque, de paso, les sirva para dejar claro que “la patria” son ellos.

Comenta el editorial que en el sepelio de Payá, los asistentes “armaron un macabro espectáculo para la prensa extranjera” y la policía no los detuvo, sino que los salvó de la ira popular para poco después, “generosamente”, soltarlos sin instruir cargos. (¿Acusados de macabro espectáculo para la prensa? Mi versión del código penal cubano debe ser obsoleta, porque ese delito no aparece).

Si el diario es extremadamente discreto con los fallecidos cubanos, y se abstiene de mencionar el Proyecto Varela, el premio Sajárov o las dos nominaciones para el Nobel de la paz, se extiende en desbarrar de los dos extranjeros, Ángel Carromero Barrios y Jens Aron Modig, “connotados anticubanos”, cercanos al Partido Popular en España y promotor del Tea Party en Suecia, respectivamente, que “entraron a nuestro territorio (…) con Visas de Turista, y disimuladamente, en violación de su estatus migratorio, se involucraron en actividades netamente políticas contra el orden constitucional”. Y a continuación nos cuenta la tremebunda conspiración internacional “organizada desde Miami” que amenaza a los indefensos generales. Le Carré palidece, sobre todo cuando hablan de “un teléfono celular programado con los números necesarios”, una operación de espionaje high tech que perpetra cualquier ama de casa.

Aunque hay operaciones más perversas: “programas (…) dirigidos a fabricar eventuales líderes de ‘oposición’” (no se menciona el sistema operativo, pero debe ser Windows). Y “proporcionándoles acceso a Internet, a las redes sociales, computadoras”, es decir, armas de destrucción masiva. Y añade que en la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana “se facilitan miles de horas de conexión ilegal a Internet”. ¿Ilegal? ¿No pagan la cuenta? ¿Internet pirata? “Y se imparten cientos de horas de cursos conspirativos”. ¿Explosivos, sabotaje, guerrilla urbana?

Menciona “el envío de más de 10 mil celulares para promover acciones contra el sistema político cubano”. ¿Celulares de cabeza nuclear, láser, de qué calibre?, se pregunta el inocente lector cubano. ¿O solo permiten la transmisión de SMS disidentes?

Y todo eso “en contraste con la aplicación del bloqueo en el área de las telecomunicaciones”. De lo cual se deduce que la prensa cubana ha olvidado informar a los lectores que Barack Obama autorizó a las empresas proveedoras de Internet dar servicio a Cuba.

Denuncian también un servicio llamado WoS “que posibilita el acceso a sitios web con información sobre lo acontecido en el Medio Oriente”. Si eso es subversivo, se sobreentiende que la prensa oficial escamoteará las informaciones sobre el tema. Y más adelante explican que sus enemigos “sueñan con (…) repetir lo ocurrido en Libia o Siria”. De modo que era eso. Ver a pueblos sojuzgados durante décadas librándose de sus tiranías no es un espectáculo edificante. Es triste, y lo digo sin ironía, que quienes en su día se postularon como libertarios tras derrocar una nefasta tiranía, quienes despotricaron contra los Trujillo, Somoza y Pinochet, se aterren ahora ante la caída del Trujillo libio, el Pinochet egipcio, o el Somoza sirio. Aunque no deja de ser un arranque de sinceridad que se identifiquen con Muamar el Gadafi y Bashar Al-Assad. Pero la sinceridad dura poco, porque más adelante se califican como “el gobierno que, libre y soberanamente, ha elegido” [el pueblo cubano], lo cual es una verdadera primicia.

Obsesionados por la película Todos los hombres del presidente y el caso Watergate, Granma repite hasta la saciedad la clave que ofreció Garganta profunda a Bob Woodward en la penumbra de un parking: “Siga la pista del dinero”. Y se refiere a la entrega de fondos a los disidentes, un pecado, a menos que se trate de los que donó Carlos Prío Socarrás a Fidel Castro, o los 96.000 millones que le aportó la URSS. Y regresan al tema en un largo párrafo dedicado a todas las instituciones extranjeras que reciben donaciones para promover la democracia en Cuba. Casi parece envidia. Se sabe que los generales no andan bien de fondos. Y se me ocurre que podrían aplicar. Méritos no les faltan. En definitiva, los peores enemigos de aquello que un día se llamó Revolución, son ellos.

Decía que se trata de un editorial ejemplar, que debería estudiarse en la Facultad de Periodismo de La Habana, porque en él aparecen todos los procedimientos del libro de estilo de Granma: engaños, omisiones, tópicos, subterfugios, medias verdades, confesiones involuntarias, párrafos prefabricados para lectores cautivos.

Si el texto se proponía refutar la tesis del asesinato político o del asesinato político accidental, por muy ejemplar del granma’s style que sea, es un texto fallido. Intenta convencernos de que se trató de un mero accidente de tráfico, y en lugar de centrarse en ello y explicarlo con total transparencia, 1.252 de las 1.500 palabras son una diatriba política, 581 de ellas directamente contra los disidentes muertos y los extranjeros que los acompañaban. Sobre estos demuestran un exhaustivo conocimiento: pedigrí político, actividades, viajes anteriores, personalidades cercanas, e incluso el restaurante de Madrid donde se conocieron, información que no se obtiene sin un seguimiento. Y, al menos semánticamente, del seguimiento a la persecución no va tanto trecho. Para rematar, aparece Ángel Carromero Barrios en televisión pidiendo que no se de al accidente una lectura política, y a continuación hace un patético llamado para que lo saquen de allí lo antes posible. Demasiadas refutaciones para un mero accidente. Si fue eso lo que ocurrió, deberán despedir al buró de comunicación y a sus asesores de imagen.

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