Pablo Pardo.
EL MUNDO
Uno de los escenarios inevitables de
una campaña electoral estadounidense es un portaaviones. El demócrata John
Kerry lanzó la suya en uno, en 2004. Un año antes, George W. Bush había
aterrizado en el 'Lincoln', que volvía de invadir Irak, en otro acto
cuidadosamente coreografiado para los medios de comunicación. En febrero
pasado, Newt Gingrich cerró su exitosa campaña en la Primaria de Carolina del
Sur en otro.
Mitt Romney ha sido original. En vez de
presentar a su candidato a la vicepresidencia, Paul Ryan, en un portaviones, lo
ha hecho en el acorazado 'Wisconsin' (en la foto, en acción en unas maniobras)
que llevó a cabo su última operación en enero y febrero de 1991, cuando soltó
500.000 kilos de bombas (entre ellos, 24 misiles Tomahawk) sobre Irak y Kuwait.
Ryan se ha labrado un enorme prestigio político en los últimos dos años como 'halcón
fiscal', porque ha propuesto un plan para afrontar la inevitable crisis que
va a sufrir Estados Unidos en esta década y próxima, cuando se jubilen los 75
millones de estadounidenses (alrededor del 23% de la población del país) que
nacieron entre 1945 y 1960, en lo que se llama el Baby Boom. Semejante bomba de
relojería demográfica dinamita cualquier sistema de pensiones con más facilidad
que los obuses de 400 milímetros que lanzaba el Wisconsin sobre los bunkers
iraquíes en la isla kuwaití de Failaka.
El problema del Plan de Ryan, es que es un
ejercicio de ciencia-ficción. Es como las reformas fiscales que estamos
viviendo en España. Su objetivo es que la
base de los votantes republicanos no sufra; que aquellos que no le votan se
lleven la peor parte del ajuste; que una parte de los recortes se concentre en
áreas que no son verdaderamente un problema, pero que han sido demonizadas por
algunos lideres de opinión como un cáncer fiscal; y que, finalmente, la
Santísima Virgen intervenga para que las cifras cuadren.
Aguardando como estamos a que Rajoy
liberalice de verdad, persiga el fraude, recorte privilegios de la casta
política, y meta mano a las comunidades autónomas, no puede uno menos que
maravillarse de las maravillas de la Madre Naturaleza, que ha producido
políticos similares en lugares alejados 6.289 kilómetros entre sí, como
Janesville (Wisconsin) y Santiago de Compostela.
El Camino Hacia la Prosperidad de Ryan, que
así se llama su plan, prevé, de alguna
forma mágica, que los ingresos
fiscales del Estado federal estadounidense permanezcan en el 19% del PIB, a pesar de que no
explica cómo lo hará. Claro que esa cifra del 19% es, en sí misma, otra
arbitrariedad, ya que Ryan ha decidido que, dado que los ingresos fiscales de EEUU
han rondado esa cifra históricamente, ahí deben quedarse.
El problema es que no es lo mismo pagar
pensiones a 55 millones de jubilados (ahora) que a 77 (en 2035). Pero Ryan
soluciona ese problema asumiendo milagros. Así, no sólo no sube la presión
fiscal, sino que la baja. Y se la baja al 20% más rico de la población, ya que
sus recortes de impuestos son a las rentas del capital, no al trabajo. Apenas
recorta el gasto en defensa. Y, en general, carga todo el coste del ajuste
sobre la población menor de 55 años. ¿Por qué? Bueno, tal vez porque los
mayores de 55 son el núcleo de población que más vota a los republicanos. Y es
que, en todo ese plan destinado a evitar el colapso de EEUU por el envejecimiento
de la población, Paul Ryan no toca las
pensiones. Ni la sanidad de los mayores de 55 años.
Entonces, ¿qué quiere recortar Ryan?
Todo lo demás. Claro que, en realidad no lo
recorta, sino que lo aniquila. Para cumplir el objetivo de la campaña de Mitt
Romney de gastar el defensa el 4% del PIB, no le queda dinero para nada más.
Para pensiones a los que se jubilen después de los baby boomers. Para el
Medicaid, que da asistencia sanitaria a las personas de bajos recursos. Para el
FBI. Para los aeropuertos. Para las autopistas. No queda dinero para nada.
Y ¿quién propone eso? El mismo político que votó a favor de los rescates de los
bancos y de General Motors y Chrysler, así como de la expansión,
precisamente, del Medicare llevada a cabo por George W. Bush para conseguir el
apoyo electoral de los baby boomers, aunque eso significara poner en peligro la
solvencia fiscal de EEUU en el largo plazo.
Pero, más allá de las locuras de Ryan y de
muchos políticos europeos, encabezados por Angela Merkel, lo que subyace a esta
barbaridad es una filosofía según la cual todo recorte del gasto es, en sí
mismo, bueno, sin importar dónde o cómo. La máxima es amputar. Eso da siempre
buena prensa. El único pequeño problema es que hay que fijarse primero en donde
van a amputar. Gente como Paul Ryan quiere amputar a los que no le votan y
dejar perfectamente a los que sí. Extraño
ejemplo de probidad fiscal.
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