Daniel Morcate. EL NUEVO HERALD
Aunque llevo muchos años metido en el
rollo de las elecciones presidenciales, como ciudadano y por cuestión de
pincha, no recuerdo ninguna tan étnicamente divisiva como la actual. Para
tratar de derrotar a Obama-Biden, el binomio Romney-Ryan se está dedicando casi
exclusivamente a conquistar el voto blanco no hispano. Y para seguir cortando
el bacalao, la pareja titular se ha decantado por las minorías, sobre todo por
la afroamericana y la hispana. Uno tras otro los sondeos de opinión reflejan
resultados sugestivos de esta estrategia divisiva. Lo que me da que pensar en
que las figuras determinantes en estas elecciones presidenciales podrían no ser
los candidatos, ni los asesores de imagen y ni siquiera los votantes mismos,
sino los matemáticos de las respectivas campañas. Los que mejor barajen los
números probablemente estarán en condiciones de entregarle en bandeja la
victoria a la dupleta que le paga la viruta.
Días antes de la convención
republicana de Tampa, Romney y Obama marchaban tan parejos en la carrera que
era una temeridad hablar de un puntero. La convención probablemente le dará una
ventaja momentánea al candidato republicano ─ el previsible bounce ─ pero lo
mismo sucederá con Obama tras la reunión demócrata de Charlotte, Carolina del
Norte. A mi juicio, la clave del triunfo en noviembre para los candidatos será
dividir lo más posible el voto de los grupos étnicos que les son menos afines.
Y en esto Obama aventaja a su retador. A Romney le costará más trabajo atraer
votos afroamericanos, hispanos e incluso asiáticos, de lo que le costará al
presidente conseguir votos de blancos no hispanos.
El problema de fondo de la pareja
republicana no es solo el tono negativo de su campaña para las minorías, como
advierte a menudo Jeb Bush. Es más bien la contradicción esencial entre su
necesidad de apelar a su base de votantes extremistas y de conquistar a la vez
votos de minorías. La retórica que usan y muchas de las posturas que adoptan
los republicanos para entusiasmar a sus partidarios radicales, y en ciertos
casos por convicción, son precisamente las mismas que enajenan a hispanos y
afroamericanos, para no hablar de muchos homosexuales y mujeres. La lista es
amplia. En su original declaración de principios en Tampa, los republicanos se
pronunciaron a favor de severas leyes de inmigración como la de Arizona, de
terminar el muro en la frontera con México, del inglés como idioma oficial; y
en contra de la acción diferida para dreamers, de la acción afirmativa, de los
matrimonios gay y de los derechos reproductores de la mujer. Un verdadero
breviario de ideas caducas o regresivas.
A estas posturas indigeribles hay que
añadirle el cuestionamiento malicioso por parte de líderes republicanos del
lugar de nacimiento del presidente Obama, algo que ofende a los afroamericanos
y convierte la elección para ellos en un desafío personal. No es raro,
entonces, que las más recientes encuestas arrojen porcentajes históricamente bajos
para el candidato republicano entre las minorías. Una del WSJ y NBC le da a
Obama 95 % de la intención del voto afroamericano frente a un 0 % de Romney.
Varios sondeos sugieren que el republicano apenas alcanza entre el 22 % y el 26
% de la intención del voto hispano. Su propia campaña estima que necesita
conquistar 38 % para ganar, 7 % más del que logró McCain en 2008.
La de Romney será una victoria blanca
no hispana o no lo será. Para triunfar sin las minorías étnicas, necesitará el
60 % del voto “anglo”. En la actualidad lleva aproximadamente el 55% de la
intención de ese voto que, por supuesto, sigue siendo el más cuantioso. En la
historia moderna, los blancos no hispanos siempre le han dado apoyo mayoritario
al candidato republicano. Romney y sus asesores lo saben y han apostado
fundamentalmente por ese grupo de electores. Fue una de las razones por las que
descartaron a hispanos y afroamericanos como candidatos a la vicepresidencia.
Si esta estrategia les da resultado, los extremistas seguirán dictando la
agenda del GOP. Pero si fracasa, entonces y solo entonces, las puertas del
partido se abrirán a figuras moderadas como Jeb Bush y otros que, por ahora,
predican en el desierto.
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