Mons.
Antonio Rodríguez Díaz rector del Seminario San Carlos y San Ambrosio destaca el valor de Harold Cepero
Escalante como laico comprometido con el ámbito de la Política, desde su fe
cristiana. MARTINOTICIAS
En el mismo accidente automovilístico
en el que murió el líder opositor Oswaldo Payá Sardiñas el pasado 22 de Julio,
también sufrió graves lesiones otro miembro del Movimiento Cristiano de
Liberación, el joven de treinta y dos años, natural de Chambas en Ciego de
Ávila, Harold Cepero Escalante, quien murió horas más tarde en Bayamo.
En el año 2002, cuando Harold cursaba
sus estudios de Veterinaria en la Universidad de Camagüey, fue expulsado, junto
a otros alumnos, por haber firmado estos el “Proyecto Varela”.
Algún tiempo después, inició un
proceso vocacional sacerdotal, que lo condujo al Seminario “San Agustín” de la
ciudad de Camagüey para, posteriormente, pasar al Seminario “San Carlos y San
Ambrosio” de La Habana, donde estuvo hasta Junio del año 2010, cuando al
concluir el primer año de Teología, decidió dejar los estudios sacerdotales, al
descubrir que esa no era la vocación a la que Dios lo llamaba. Entonces,
trabajó, primero como cuidador de cerdos en el Hogar de Ancianas “San Francisco
de Paula” en la Víbora, y más tarde, como cocinero del comedor de ancianos de
la “Parroquia del Espíritu Santo” en La Habana Vieja. Desde su salida del
Seminario fue miembro activo del Movimiento Cristiano de Liberación.
Conocí a Harold hace cuatro años. Sus
amigos lo clasificaban como un hombre
algo bohemio y gitanesco. Esa era la primera impresión que mostraba, su
comportamiento corporal y psíquico, que revelaba un espíritu libre. Poco a
poco, en la vida diaria bajo el mismo techo, me fui dando cuenta de que era una
persona de gran sensibilidad para los problemas de los demás, acompañada de una
gran dosis de olvido de sí mismo. Era muy cercano a sus compañeros del
Seminario, y, a la vez, era muy querido y apreciado por ellos.
De hablar bajo y despacio, hombre de
campo, que pasaba gran parte de sus vacaciones trabajando en la finca de sus
abuelos. Lo mismo sembraba matas de aguacate, que chapeaba hierba o asistía al
parto de las cerdas. No pudo librarse de su caminar campesino. Jugador de
futbol, sobre todo, como a mí me gustaba, con jóvenes de La Habana Vieja.
Hasta aquí podríamos pensar que
estamos ante un campesino noble, servicial, deportista, y amigo de todos. Sin embargo, todo esto
venía acompañado de otra gran sensibilidad: su gusto por las artes. Disfrutaba
del ballet, de la ópera y del rock, de la plástica y de la literatura, en
especial los temas políticos. Hablaba con perfección el inglés, a la par que
mostraba su alegría hacia el Griego Clásico.
Así fue cursando los tres de Filosofía en el Seminario, hasta que después
concluyó su Primer Año de Teología. Se dio cuenta que aunque era un seminarista
correcto, su mundo no estaba marcado por la vocación sacerdotal. También yo. Se
lo dije, y voluntariamente salió del Seminario. Su mundo era otro, el de la
Política. Quería ser un laico cristiano comprometido con el ámbito de la
Política, desde su fe cristiana. Su vocación era ciento por ciento laical. De este
modo, dedicó los dos últimos años de su vida a la política militante, desde su
trabajo de humilde cocinero y hombre de la calle. Sin vivir de la Política,
como tampoco antes había vivido de la Política, como tampoco antes había vivido
de la Iglesia.
Murió en Bayamo, la ciudad de
Céspedes, Aguilera, Figueredo y otros grandes de la Patria. La ciudad del Himno
le sirvió de altar para entregar su alma a Dios. Una de las almas más hermosas
que he conocido en mi vida. Así murió Harold
en medio de sus actividades políticas pacíficas, para hacer una Cuba
mejor en la que todos estén incluidos. Cuando ahora su alma está ante el Juicio
de Dios, los ángeles la rodean y cantan: “Morir por la Patria es vivir”.
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