Tania Díaz Castro. CUBANET
La quinceañera. Foto de Tania Díaz Castro |
Uno de los personajes del presente
cubano que pasará a la historia es, sin duda, el fotógrafo particular, llamado
hoy cuentapropista y prohibido durante las primeras décadas del dominio fidelista.
Si la fotografía es diabólica, porque
lo mismo nos amplía que nos reduce, nos hace ver mejores o peores sobre el
papel, también se emplea para hacer verdaderos trucos y crear memorias de cosas
que en realidad nunca pasaron, por suerte para los jóvenes cubanos que no tiene
los medios para celebrar sus fiestas.
Para inmortalizar una boda celebrada
en casa, con cinco o seis participantes, un par de tragos de ron barato por
persona y algunos pastelitos comprados en el timbiriche de la esquina, el fotógrafo
particular cubano hace maravillas, sin necesidad de usar la magia de Photoshop.
Lleva a los novios a un estudio,
preparado en su domicilio, con decorados escénicos con cortinas, alfombras,
efectos de luces, grandes ramos de flores artificiales, ventanas y balcones
románticos, con un jardín al fondo. La esposa o ayudante del fotógrafo los
viste con ropas y joyas de fantasía, los peina y los maquilla. Como resultado,
los novios tienen para mostrar a sus hijos en el futuro, según las fotos, algo
─ en su opinión ─ muy parecido a una gran boda celebrada al estilo capitalista.
Resulta irónico que, después de medio
siglo de socialismo, los once millones de cubanos que viven en plena pobreza,
prefieran que sus hijas guarden fotos de la boda o de sus quince, donde
aparezcan disfrazadas de burguesas o aristócratas.
En las fiestas de quinceañeras, estos
fotógrafos, que los hay en todo el país, realizan una tarea casi de magos. Una
jovencita triste y poco agraciada, que apenas sabe sonreír, posa ante una
cámara, y en la foto aparece esbelta y hasta distinguida. Los
fotógrafos-magos la convierten en una
linda princesa o en una bella reina.
Margarita llegó a mi casa con sus
fotos de quince. Se disculpó por no haberme invitado, muy apenada. Me explicó
que sólo pudo reunir dinero para las fotos, ampliaciones con buen papel, buenos
colores y, según ella, buen gusto. En las fotos, Margarita parece una actriz de
la televisión, o hasta de Hollywood.
Muestra sus fotos con tanto orgullo
que siento pena por ella. Ni siquiera le digo que me parecen falsas, que me
hubiese preferido haber visto las fotos de una sencillísima fiesta, con los
pocos invitados sonrientes y naturales, aunque se vieran las descascaradas
paredes de su casa y el techo con deseos de caerse.
Terminó su historia como era de
imaginar: no se pudo conseguir el dinero para la fiesta. Su papá no roba. Su
abuelo tampoco. El dinerito de la comida del mes es sagrado. En definitiva,
puesta a escoger entre la fiesta y las fotos, prefirió las fotos. Así tiene un
recuerdo falso, pero hermoso, de lo que en realidad fue un día triste para
ella.
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