Tania Díaz Castro.
El poeta y periodista cubano Antonio
Conte ─ 1944-2012 ─ murió la madrugada del 31 de julio, en el exilio de Miami. Como los poetas no
mueren, mucho menos en una noche estrellada, es la vida que lo puso a dormir
definitivamente.
Eran los años setenta del siglo pasado
cuando nos saludábamos por las calles de La Habana, donde nació. Flaco,
nervioso y enamorado como un loco de Aurora, una negra más bella que Nefertiti.
En todos sus libros publicados de
poesía ─ Afiche rojo, Con la prisa del fuego, En el tronco de un árbol, Ausencias y peldaños, Definición del humo, y otros de cuentos
y novela ─ Antonio Conte le cantó no sólo a cada una de las mujeres que pasaron
por su vida, sino a la Mujer universal y total como madre de la humanidad.
Sufrió el exilio. Lo sabe el dictador
cubano. Como cada uno de los millones de víctimas que pueblan el mundo y que
pudieron escapar del infierno castrista. Me consta también su nostalgia, que se
moría de deseos por caminar las calles del Vedado, atravesar la bahía en las
lanchitas de Regla y Casablanca, por tomarse un guarapo, su bebida preferida
desde pequeño.
Hizo, no hay dudas, versos de los
mejores, de los que nos representarán a través del tiempo como valiosos
supervivientes de nuestra tristeza común,
la de vivir en tiranía y casi morir en ella.
Es por eso que El Niño Conte ─ así le
decíamos los que lo amábamos ─, no quiso
alejarse demasiado de su suelo patrio y
partió de Bogotá a Miami; tampoco olvidarlo a través del humo cruel de la
distancia y se consagró en cuerpo y alma a la prensa independiente de Cuba,
dedicándole sus viejos conocimientos
como redactor y corrector de estilo en la página de Cubanet, donde trabajó
durante doce años.
El, que sabía contar cómo las
muchachas lo resucitaban de las balaceras del destino, que era capaz de llorar
en un cementerio de Angola, o por la muerte de su amigo Roque Dalton, ahora
quizás nos pueda explicar cómo es de difícil morirse en el exilio, con tanta
patria enferma doliendo en el corazón.
Él, que murió mientras contemplaba
cómo dormitaba la pasión de las calles libres, en una apacible madrugada, tal
vez pueda explicarme si en el fondo de
un espejo roto está escondida la muerte y si la muerte es ese pájaro enloquecido
que entra de súbito por la ventana, para avisarnos que se nos acaba el tiempo.
Al final de su libro Definición del
humo, dejó escrito lo siguiente: ¨…les digo a todos, alegre como un niño, que
si muero mañana me incineren temprano, para que mi ceniza descanse en claridad,
me lancen sobre el manto marino, y que no se vaya nadie¨.
Antonio Conte murió antes del alba,
pensando en sus hijos lejanos, en los amigos de joder la pava, en los muchos
que hoy aquí se nos hace un nudo en la garganta para decirle nuestro último
adiós.
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