Según un
informe de Amnistía Internacional, en Venezuela existen 12 millones de armas
ilegales. Solo hay 25 mil portes de armas en el país, el resto circulan en la
calle sin control. El 80% de los robos, secuestros y homicidios se cometen a
través de armas de fuego.
Dámaso Jiménez. EL UNIVERSAL
A los venezolanos ya no les hace
gracia la sarta de disparates que dispara el inquilino de salida de Miraflores,
pero hay que dejar en claro que muchas de esas palabras han dejado hondas
heridas y hasta graves consecuencias, como para que ahora intente abrazar de
"compadrito del alma" a la arrasada clase media y todos los que se
han empobrecido como nunca antes en estos últimos 14 años, o perdido un
familiar, un amigo, los bienes familiares, los que han sufrido con llanto y
dolor su arrogancia y desprecio incisivo, y a quienes se dirige "por
ahora" en campaña, en claro desespero abierto para rogar un voto.
Uno de esos disparates para el
recuerdo fue la invitación reciente que hizo a los malandros a cambiar sus
pistolas por becas y computadoras:
"les hablo a los malandros. Vengan
con Chávez para que se con viertan en bienandros. Les cambio la pistolita o el
revólver por una beca, por una computadora y mucho más", lo dijo así
como si estuviéramos en un duelo de pistoleros en el lejano oeste.
En su burla a la falta de memoria del
venezolano el Presidente pasa por alto que en el país existe una Ley de Desarme
que data desde 2002 y que en uno de sus artículos establece la creación de un
fondo para el incentivo de la entrega voluntaria de armas, pero o ese fondo no
da votos o todo era una completa farsa, porque nunca recibió un bolívar y nunca
se ejecutaron planes para incentivar una ley que el Gobierno convirtió en letra
muerta.
El Gobierno despojó al Estado de esos
recursos, permitió los disparos emitidos por esas armas, y que callaran para
siempre buena parte de la población pobre y de la clase media, que carece de
recursos para protegerse o contar con guardaespaldas, y que es víctima natural
de toda esta guerra de la inseguridad que acaba con los menos capitalistas de
esta país. El chiste malo es que ahora sí salgan los recursos para cambiar las
pistolitas por computadoras, en plena campaña electoral del Gobierno, y para
quien quiera creerlo.
Según un informe de Amnistía Internacional,
en Venezuela existen 12 millones de armas ilegales. Solo hay 25 mil portes de
armas en el país, el resto circulan en la calle sin control. El 80% de los
robos, secuestros y homicidios se cometen a través de armas de fuego.
Una criminóloga que ha estudiado en
profundidad el tema, la doctora Lolita Aniyar de Castro, reveló en estos días
que en Venezuela es un delito ser pobre. ¿No puede ser?, dirán ustedes, pero en
la era del Gobierno de la pobreza, los pobres son estigmatizados y
criminalizados como la población negra en Estados Unidos. ¿De qué están llenas
nuestras cárceles? ¿Quiénes son en su mayoría los que mueren en las calles a
diario? ¿Qué oportunidad real recibieron durante todo este tiempo los pobres
para transformarse, pensar por sí mismos y dejar de serlo? Ninguna, es un
capital votante para el Gobierno que quiere que todo continúe así como está.
El otro punto es el verbo incendiario del
dueño del guante, la pelota y el bate. Esa necedad de no reconocer al otro, de
dañar o herir al que piensa diferente, de burlarse del escuálido, el majunche,
el poca cosa que hay que exterminar por ser distinto, por no ser chavista, por
ser enemigo... y al enemigo ni agua, es lo que ha generado que nadie respete a
nadie en este país y consideren burgués al que camine por la calle con unos
zapatos de goma bonitos o tenga un BlackBerry y terminen engordando las
estadísticas rojas por un mal repique en la calle equivocada. Nunca fue casual
aquel grito de "¡¡¡Patria Socialista o Muerte, Venceremos!!!" que
luego quisieron revertir cuando ya era demasiado tarde.
Por eso tenemos una de las tasas de homicidio
más alta de América Latina y un poderoso gobierno desde las cárceles, y unas
calles violentas con toque de queda por las noches, y unas morgues repletas los
fines de semana, y un éxodo masivo de jóvenes profesionales que buscan la vida
en otro lugar y familias incompletas y esa sensación de impunidad e impotencia
que es necesario cambiar.
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