miércoles, 16 de febrero de 2011

La presión como ética

José Hugo Fernández


LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) – “Riégalo, para que te lo crean”, recomienda un viejo refrán, tomado al pie de la letra por los caciques de Cuba para extender el cuento chino de su intransigencia, que no cede –o eso les conviene hacer creer- bajo presión de ningún tipo.

Hace unos días, Laura Pollán, una de las líderes de las Damas de Blanco, sugirió a otra miembro de este grupo que depusiera la huelga de hambre con la que estaba exigiendo la liberación sin destierro de su esposo, perteneciente al Grupo de los 75, porque -afirmó Pollán-: “este gobierno no actúa bajo presión”.

Quedan fuera de dudas sus buenas intenciones, así como la limpieza moral a toda prueba que nos han demostrado tanto ella como el resto de las Damas de Blanco. Incluso, fue atinado desaconsejarle la huelga de hambre a esa pobre mujer.

Pero tal vez vaya siendo hora de que nos curemos en salud acerca de algunos mitos que han servido de escudo a nuestra dictadura durante demasiado tiempo.

En política, aún más de cara a los días que corren, presión no significa necesariamente ultimátum cañonero. No significa ni siquiera agresión. La presión, aplicada a un lenguaje civilizado que no están aptos para entender nuestros caciques (y parece que tampoco algunos obispos y un cardenal de la Iglesia Católica cubana), forma parte común y cotidiana del modo en que hoy se relacionan los gobernados con sus gobernantes. Es un instrumento de la ética social.

Tenemos como un muy sobresaliente ejemplo la delicada, pero también resuelta y efectiva actitud de un grupo de mujeres vestidas de blanco y con gladiolos en las manos, caminando serenamente por las calles de La Habana (entre jaurías amenazantes), para presionar por la libertad de sus esposos e hijos.

Continuar propagando esa fábula según la cual nuestra dictadura no cede a las presiones, significa negar el indiscutible fruto de la valentía de esas mujeres, así como de otras (opositoras pacíficas, periodistas, blogueras), y de no pocos hombres, incluidos, por supuesto, los huelguistas de hambre, desmitificadores de la mitológica imperturbabilidad e intransigencia del régimen.

Ya que nos hemos propuesto seriamente conquistar nuestros derechos democráticos, tal vez no nos vendría mal empezar por identificarlos, desde la A hasta la Z, sin que nos desvirtúen alardes machistas de cuando el Morro era de madera, y sin que nos persuadan las sacrosantas prédicas de quien pesca en río revuelto.

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