Mario J. Viera
¡Cuán útil es el
pensamiento del Apóstol de nuestra República, José Martí, para guiarnos en
estos tiempos difíciles para todos los cubanos! Si solo tomáramos el ánima que
palpita en sus escritos, más allá de palabras que se recitan de memoria,
construiríamos sendas para la lucha que nos queda por librar y veríamos con
certeza irrefutable qué nos estorba para empeñarnos en la obra cumbre de ver de
nuevo a Cuba libre de dictaduras y tiranías.
Y me remito a una breve carta
que Martí escribiera el 5 de diciembre de 1891 dirigida al director del
periódico El Yara de Cayo Hueso, José
María Poyo, solo apenas conocida por aquella vibrante alegoría suya de “la hora
de los hornos”, tan ajada, de tanto que ha sido manoseada sin siquiera
dedicarle un breve momento de meditación para vislumbrar todo su sentido. Pero
lo que encierra esa carta de Martí va más allá de aquella alegoría.
Concisamente, Martí está mostrando el camino que ha de seguir la emigración
cubana para “sin recelos y sin exclusiones” llegar a la independencia de Cuba; camino
que también debiera encontrar todo el exilio cubano de estos tiempos.
Y expone Martí como sueña que
debiera ser el carácter del cubano en exilio: “Es mi sueño que cada cubano sea hombre político enteramente libre (…), y obre en todos sus actos por sus simpatías
juiciosas y su elección independiente, sin que le venga de fuera de sí el influjo dañino de algún interés disimulado”.
Analicemos ¿qué significa
ser “hombre político enteramente libre”? No es ser simplemente libre, en la
libertad prestada en tierra extraña, sino pensar políticamente con cabeza
propia, sin influencias, sin manipulaciones; es el ejercicio del criterio
propio; no pensar como masa sino como individuo. Pensamiento enteramente libre,
quiere decir no estar sometido a cualquier ideología que encierra al
pensamiento en claustros estrechos, que precondiciona el criterio, que dicta el
comportamiento político como si se tratara de un catecismo. Así, el hombre
puede obrar en todos sus actos por sus simpatías “juiciosas”, y destaco esta
palabra juicio que es la capacidad de “distinguir el bien del mal y lo
verdadero de lo falso”; es decir ejercitar la sensatez. En el pensamiento de
Martí el hombre ha de obrar en todos sus actos de acuerdo con la sensatez para
poder elegir con independencia, único medio de estar liberado del “influjo dañino
de algún interés disimulado”.
Esta es la impresión que recibe
Martí de los cubanos de Cayo Hueso, mentes libres y quiere mostrar al Cayo,
dice, mostrarle ante los necios ─ que los había en aquellos tiempos, como ahora
mismo también los sufrimos ─ “como prueba
de lo que por sí, sin mano ajena y sin tiranía, puede ser y habrá de ser
nuestra República”. Sin mano ajena: la libertad, Martí nos lo expresa, es
obra de nosotros, sin necesidad de mano ajena que nos sostenga, como se suele
hacer con los ciegos, en la búsqueda de la libertad. Por años, la oposición
anticastrista se ha confiado en el apoyo que pudiera prestarle los Estados
Unidos por la posición hostil que ha mantenido hacia el gobierno castrista;
pero Estados Unidos solo responde a sus intereses en cuanto a su seguridad
nacional y actúa en consecuencia. Si las condiciones cambian su apoyo se torna
frío. Debemos pensar con mente propia, sin muletillas extranjeras; ser capaces
de combatir con nuestros propios medios para liberarnos de la tiranía y
restablecer la democracia. Es este el mismo reclamo que pronunciara Antonio Maceo
en carta que dirigiera también a José María Poyo: “¿A qué intervenciones ni injerencias extrañas, que no necesitamos ni
convendrían?” Demostrar nuestra
virilidad cívica para ganarnos el respeto de otros pueblos, ¿acaso Martí no lo
había advertido en Nuestra América?: “los
pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley,
aman, y sólo aman, a los pueblos viriles”.
Pero la gran obra que ante
la historia le toca llevar a nuestra generación tiene que hacerse con la
participación de todos, tal y como lo dejara expresado Martí en la carta a
Poyo: “la obra política que para el bien
de todos se ha de fundar, ha de fundarse con todos”. No más conciliábulos
de unos opuestos a los conciliábulos de otros, y así lo expresa el Apóstol: “Y sin recelos y sin exclusiones. Y sin
olvido de lo verdadero y de lo justo”. Hay que encontrar el camino
correcto, la unidad en la diversidad, sin exclusión de ningún sector, sin
intrigas de grupos y, sobre todo, sin envidias y sin recelos. El Exilio ha de
jugar su papel, el que le corresponde, primero convencerse de que es la segura
retaguardia de la oposición en la isla, sin pretender tomar dominio sobre ningún
grupo interno y segundo, dar el ejemplo de madurez política con la voluntad de
forjar una alianza estratégica de todos los sectores fundada en lo que de
principio se tiene en común. Porque este es el momento: “Es la hora de los hornos, en que no se ha de ver más que la luz”.
El castrismo está en su
fase senil, su retórica se ha desgastado y ya el pueblo se muestra apático ante
el régimen, pocos creen en los “salvadores” históricos y ya no se avizora un
futuro de oportunidades. La apatía creciente se convierte, por acumulación
cuantitativa, en hostilidad y la hostilidad concluirá necesariamente en
rebelión. Es, ciertamente, la hora de los hornos, cuando se funda en un nuevo
crisol todas las ideas, todos los intereses en una nueva identidad.
Es dentro de Cuba donde se
deberá dar la gran batalla. Pero para estar en condiciones favorables para
librarla, se requiere la elaboración de una estrategia común, unitaria, sin caudillismo,
trazada inteligentemente, ejecutada con disciplina y llevada con valor. Y el
exilio brindando su apoyo solo a aquellos que estén dispuestos a hacer una
resistencia organizada, que se decidan a actuar con inteligencia política,
preparando a sus agentes de cambio, yendo al encuentro con la población,
elaborando consignas inteligentes y efectivas, consignas que expresen lo que
realmente siente el pueblo. Sí, hay que hacer labor de proselitismo directo en
los centros de trabajo, penetrando los sindicatos, convirtiendo las asambleas de
rendición de cuentas de los delegados en tribuna de debate y de lucha de ideas,
captando al estudiantado universitario ya los sectores intelectuales. Es la
hora de los hornos.
La reciente visita del
Presidente de los Estados Unidos fue recibida con alegría y esperanza por el
pueblo cubano. Alguien hablaría lo que el pueblo no podía y quería decir. El
miedo se pierde dentro del pueblo y crece dentro del gobierno, que sin lugar a
dudas recurrirá a más y más represión y movilizará a sus títeres con el propósito
de minimizar el impacto del discurso de Obama dirigido al pueblo. Es la hora de
los hornos. Hay que ganarse al pueblo y unirlo en una resistencia masiva de
reto a la dictadura. Los pusilánimes, los intransigentes, los que no sean
capaces de ver con vista larga, que se aparten. Es la hora de los visionarios,
de los que confían en la energía transformadora que está en el seno del pueblo.
Es, en fin, la hora de los hornos, en que no se ha de ver más que la luz.
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